Si el orden del mundo nace con la lengua materna, la palabra de una madre es la manifestación primaria de ese cosmos de origen. ¿Qué sucede cuando ese sutil tejido simbólico se desestabiliza, se desintegra, entra en caos? Julieta Correa (1989) exploró ese abismo mientras su madre atravesaba una demencia irreversible durante la pandemia en ¿Por qué son tan lindos los caballos?, su primera novela.
“La que guarda los secretos de esta familia perdió la memoria”, dice la narradora, que se lanza a reelaborar los pedazos rotos de esa historia personal en un montaje deliberadamente fragmentario, tangencial, lleno de vacíos y puntos de fuga. A la vez fábula de duelo, diario, crónica, retrato y pesquisa clínica, el relato funciona como un prisma íntimo en el que Correa no solo accede a una fortuita iniciación literaria, sino que al mismo tiempo refracta continentes de una postal más amplia vinculada a su clan y a un destino.
Sara o “Sari”, que tiene su primer brote el 5 de octubre de 2020 sin haber cumplido los 60 años, desciende de un largo linaje patricio, pero también de una serie de mujeres cultas y brillantes entre las que se cuenta la reconocida escritora Sara Gallardo (su tía, a la vez tía-abuela de la autora). Suerte de espejo privado e inédito de aquella otra Sara, “Sari” escribía, pintaba, leía y se distinguía tanto por su elocuencia como por cierto repliegue taciturno.
Correa sospecha de esa aparente bipolaridad y de ciertas intermitencias depresivas como antecesoras de la crisis y así va esbozando un especulativo perfil de Sari, aunque su objetivo no es siempre indagar, evocar, rastrear las causas de lo que está ocurriendo, sino simplemente observar, tomar notas del deterioro mental y físico de su madre desde una distancia imposible.
Ese deslinde es conmovedor, ya que Correa recurre a la escritura precisamente cuando empieza a desconfiar del lenguaje, cuando percibe de primera mano cómo la lengua y el sentido se van desmoronando hasta el absurdo en esa persona tan cercana (el padecimiento de Sari lleva también el nombre de “demencia semántica”). La narradora se desdobla catárticamente entre la realidad y el papel registrando como si fuera otra a su madre que se pierde, a la que internan, que dice disparates, que incluso ya no reconoce a su hija confirmándola como un tercero (“¿Cuándo viene mi amiga Julieta?”, pregunta).
Pero inevitablemente Correa escribe porque ya solo cree en la escritura, esa dimensión única en la que ella aún puede reacomodar los hechos y conservarlos en algún lugar. “Esa es mi misión. Un texto testigo. Un texto que se va quedando sin palabras”, asume la narradora, que del otro lado del vacío halla una voz, la suya, y un mundo entero por escribir.

¿Por qué son tan lindos los caballos?
Julieta Correa
Editorial: Rosa Iceberg
224 páginas
$ 26.900