Richard Ford es un escritor feliz. O al menos procede de manera tal que sus libros sean lo suficientemente encantadores aún en los tramos más sombríos de la existencia de sus personajes y el lector sienta que el escritor se está divirtiendo con lo que relata. Sé mía es su última novela que completa (seguramente) la saga de Frank Bascombe, el personaje que Ford presentó hace varias décadas a lo largo de cinco novelas desde el ya lejano y aun magnífico El periodista deportivo.
Bascombe ahora tiene 74 años, se ha divorciado dos veces, apenas se relaciona con su hija, y a su hijo Paul le diagnostican ELA. La nefasta noticia lo saca de la relativamente empecinada jubilación expectante por disfrutar los últimos años de su vida en tranquilidad para hacerse cargo de su hijo enfermo, no tanto como un deber, sino como un contrato consigo mismo para arreglar las cuentas con la vida.
Lo que podría ser un funesto derrotero y una sumersión en una lenta tragedia resulta en un estremecedor viaje a la pesadumbre existencial en el que la ironía está constantemente presente. Lejos de dejarse derrotar por la enfermedad del hijo, Frank Bascombe inaugura una etapa de su vida dedicada a reflexionar sobre la felicidad. Acompañado por una edición de bolsillo de Heidegger, al que recurre a cada rato, se plantea preguntas existenciales no exentas de humor y de una mirada cáustica al modo de vida norteamericano. Su hijo Paul no es menos corrosivo y mordaz, aun cuando sabe que se está muriendo, y utiliza esta estrategia sarcástica como un modo de salir de la vida convencional para entrar en esa amalgama de emociones que plantea la relación parental ensombrecida por la muerte inevitable.
Por momentos, predomina el desánimo, pero hay otros luminosos de reflexión sobre la vida, el comercio, la política, la muerte, la humanidad. Todo en medio de un viaje hilarante que los lleva a tomar decisiones como alquilar un motorhome para visitar el monumento Rushmore, la asistencia a un hospital especializado que semeja un shopping, noches en moteles perdidos en el desierto, la visita al Palacio del Maíz, los avances de la enfermedad que no mellan en los deseos escapistas y la búsqueda de algún tipo de felicidad última.
Aún en los momentos más duros y desesperantes, la luz de la felicidad ronda a padre e hijo como una incierta aproximación a aceptar la vida tal como se ha presentado. “–No he tenido una gran vida, verdad Frank. –No, pero has estado bien”, responde el padre. Alentados por el último fuego de la vida, tienen el tiempo para recordar todo lo que han hecho mal y lo que han hecho bien, entretenidos en una complacencia mezclada con correctas dosis de amargura en medio de un estado de sensibilidad liberadora.
- Sé mía. Por Richard Ford, Anagrama, 2024. 393 páginas