Un escultor que hace dialogar a sus obras con la biología, la ingeniería y la arquitectura. “Sí, hay un poco de todo eso”, admite Simón Ibañez Duran, el artista cordobés cuyas obras en hierro no sólo están en múltiples lugares icónicos de la ciudad, sino también en otras provincias y países.
Rastrear su historia permite ir atando cabos para entender cómo fue desarrollando este lenguaje propio y fascinante.
Hijo de padre boliviano (arquitecto) y de madre cordobesa, nació en Córdoba y creció de chico en Viedma, en una casa rodeada de herramientas, a 50 metros del río, con mucho baldío alrededor y rodeado de naturaleza. “Siempre andábamos indiando y potreando por ahí”, rememora, en referencia a él y a sus cinco hermanos.
En el colegio técnico primario, se cruzó con talleres de arte, de marionetas, de pintura y de expresión corporal, mientras en paralelo surgió su fascinación por la biología, algo que años más tarde lo llevó a estudiar Biotecnología.
Sin embargo, después de cursar casi toda la carrera, cuando le faltaban pocas materias para recibirse, se le “sulfaltaron los bornes”. “Yo soy muy inquieto y me vi a futuro sentado en la silla mucho tiempo, detrás de una ‘compu’, de libros, y… no me veía”.
Entonces planeó una huida. Se fue a México con Marcela (su pareja en aquel momento, hoy su esposa y madre de sus dos hijos). Tras un año en la Riviera Maya, volvió sin trabajo a Córdoba, a ver qué podía hacer. “Mi suegro trabajaba en una empresa, le pedí si me podía conseguir laburo de cadete y me dijo que no me convenía, que tratara de buscar de lo mío”. Aquella negativa terminaría siendo la mejor “no ayuda” que pudo haber recibido.
Los primeros pasos con el hierro
Simón empezó a trabajar en un taller de iluminación escultórica de su hermano, en barrio Güemes, y se largó a hacer sus primeras piezas en hierro, hace ya unos 20 años.
Como necesitaba dinero, acudió al oficio de herrería, haciendo rejas, puertas, escaleras, barandas. “No podés decir de un día para el otro ‘soy artista, soy escultor’ y te quedás esperando a que te compren obras. Hay una larga carrera detrás de los artistas que por ahí no se ve”, agrega.
La primera vez que sintió que efectivamente podía vivir de ser escultor fue cuando lo aprobó la Municipalidad para que una pieza suya estuviera en el hall de ingreso de un edificio. Fue en el año 2010. “Para ser reconocido como artista, al ser autodidacta, tuve que presentar un montón de papeles. No tenía mucha experiencia ni trayectoria”, recuerda. Hoy tiene casi 30 obras en edificios en la ciudad.
“Yo estudié morfología, animal, vegetal. Teníamos que observar y dibujar cortes, plantas, animales, mucho dibujo y mucha observación. De ahí viene mi fascinación y enamoramiento por todo lo que es lo natural, el entorno, ya sea lo viviente como lo que no tiene vida animada. Busco hacerle homenaje a toda esa belleza que encuentro en la naturaleza”, explica ahora sobre el lenguaje de su trabajo.
–¿Sentís que le das vida al hierro?
–Es mucho decir eso, pero me parece que logro ablandarlo de cierta forma, generar texturas que pierden esa rigidez natural e intrínseca que tiene el hierro por sí mismo, por ser esa materia tan dura y noble. Creo que en algunas obras sí lo logro, y en otras encuentro todo lo contrario, algo pesado y denso, que es lo que quiero expresar. Depende de cada proyecto.
Dos tipos de obras
Ibañez Duran tiene dos “líneas” de trabajo: una expresiva, metafórica y abstracta, y otra figurativa, que son trabajos a pedido (como, por ejemplo, el logo de hierro del flamante estudio de streaming que estrenará La Voz desde el 30 de junio).
El ejemplo más emblemático y reconocido por los cordobeses es la estatua del “Matador” Mario Alberto Kempes.

–¿Cómo conviven esas dos facetas tuyas?
–Me gustan las dos. El abstracto por ahí es más libre, me expreso más yo personalmente y genero una obra más de interpretación. Lo figurativo es algo más dirigido y con otras exigencias. Me gusta hacer animales, flores, que sean anatómicamente correctos, que uno encuentre la morfología correcta de un animal, de una flor.
Otra de esas obras abstractas es un ducto, con huecos y perforaciones de distinto tamaño, de gran altura, que iluminado se abre a múltiples significados. “Esa obra se llama Nexo y busca conectar dos planos, el plano inferior y el plano superior, y a la vez hace una analogía entre la unión del pasado y el presente. Ese es un poco el concepto que tiene Casa Toledo, que es conservar el patrimonio arquitectónico y histórico de esa casona, pero con todo su interior renovado y confortable ”, explica, en referencia al hotel boutique en La Cumbre donde también plasmó sus obras.
–¿Cuánto debés tener en cuenta sobre aspectos de ingeniería para poder hacer tus obras?
–Mucho, y más con obras de gran formato. Me genera desafíos. Me gusta trabajar con grúas, camiones, es como que vuelvo a ser chico y saco mi niño interior y me pongo a jugar. Me apoyo en profesionales, ingenieros, arquitectos, que hacen cálculos estructurales, y en especialistas en fijaciones y demás. Busco los asesoramientos para que la obra cumpla con su función y que, al estar expuesta a inclemencias, sea perdurable en el tiempo.
Recientemente, por ejemplo, hizo una centolla gigante para un paseo en la costanera de Ushuaia que pesa 970 kilogramos.
Y el verano pasado, viajó a Tulum, México, para hacer en principio un conjunto escultórico de tres piezas, dos de gran formato y una mediana, para un hotel. Finalmente terminaron siendo siete obras, que definieron la identidad y el diseño del lugar.
“Fueron tres meses de trabajo allá, todo un desafío. La corriente allá es de 110, así que tuve que comprar todas las herramientas, montar todo un taller desde cero, conseguir los materiales, y ponerme a trabajar allá. Y salió todo perfecto”.
La academia
El año pasado expuso en el Museo Ferreyra. Optó por una obra de gran formato expuesta en el hall principal. “También representó un montón de desafíos, ya que el edificio es patrimonio cultural de la ciudad y había que ver cómo fijar y montar semejante obra de 11 metros de largo, casi 500 kilos de peso, en un lugar donde no se puede poner ni un clavo”.
La solución fue compleja. Instalaron tres malacates en una estructura arriba del techo, los soldaron y de una manera coordinada fueron levantando la obra hasta que llegó a su posición. “Fuimos siete personas para ese montaje. Hay un montón de laburo que no se ve, que a mí me encanta, me genera adrenalina, un estrés interesante pero movilizador”.
–Los círculos del arte, desde el lado más académico, suelen ser bastante endogámicos, cerrados. ¿Cuál es tu interacción en esa galaxia?
–Yo me muevo principalmente con gente relacionada al arte, con galerías y galeristas que manejan y muestran mi trabajo. También lo hago con el mundo de la arquitectura y el diseño, generando una sinergia entre la arquitectura y el arte. Una escultura que por ahí ablanda lo rígido y sólido de un edificio, genera este contrapunto instando una obra en esa situación. En los dos mundos me manejo bien.
–¿Qué te mantiene con ilusión, con ganas? ¿Tenés algún sueño o vas paso a paso?
–Voy paso a paso. A mi me encanta trabajar, poder viajar y trabajar, combinar esas dos cosas me parece fantástico. Este verano lo logré en México, y sobre todo de lo mío, que no es como un pintor que compra un lienzo y unos pinceles en una librería artística, se va a su departamento y lo puede hacer. No tengo una meta marcada, un objetivo... disfruto el camino y estoy muy contento con mi trabajo, con el resultado y mis logros.