Las primeras transmisiones televisivas datan de fines de la década de 1920. En Argentina, el debut de la tele fue el discurso de Eva Perón del 17 de octubre de 1951, emitido por Canal 7, el canal oficial.
Los primeros aparatos eran voluminosos, de tubos catódicos; sólo una minoría privilegiada pudo acceder tempranamente a la televisión, que recién comenzó a masificarse a comienzos de la década de 1960, cuando se sumaron a la grilla los canales 9, 11 y 13. La televisión se coló en la mayoría de los hogares, desplazando a la radio del sitial de honor en algunos horarios.
En esa primera hora se produjo una migración de artistas de la radio a la televisión, lo mismo que había pasado décadas antes cuando mucha gente de teatro se volcó a la primera. Llegaron a la pantalla figuras populares como Pepe Biondi, José Marrone, Pinky, Fidel Pintos y una larga lista de cómicos y galanes que tenían una aquilatada trayectoria en la radiofonía y el teatro de revistas. Y libretistas: Nené Cascallar, Hugo Moser, Carlos Warnes y Hugo Sofovich.
Esa primera televisión era ingenua, de contenidos ligeros y estética acartonada; muchos programas eran réplicas de ciclos radiales exitosos, como las tiras costumbristas La familia Falcón o Dr. Cándido Pérez, señoras. Un Alberto Olmedo joven era la figura de Capitán Piluso; el atildado Cacho Fontana, de Odol pregunta; el forzudo Karadagian, de Titanes en el ring y Pipo Mancera, de Sábados circulares. En la década de 1960, arrasaba El Club del Clan; La nena, con los protagónicos de una jovencísima Marilina Ross y Osvaldo Miranda, y el mejor humor nacional, de La tuerca u Operación Ja Ja.
Todo se emitía en blanco y negro, en aparatos a botonera que copaban el centro de la sala, sin control remoto, y casi siempre con rayas y fantasmas que, aun así, ayudaban a pasar las horas con altas dosis de inocencia y poca o nula violencia. Las transmisiones comenzaban al mediodía y concluían sobre la medianoche, como un sermón a cargo de un sacerdote.
La programación se completaba o rellenaba, según el caso, con series enlatadas, la mayoría provenientes de EE. UU., dobladas al español en Centroamérica. Algunas muy famosas, como Bonanza, Tarzán, Ruta 66, El Zorro o La isla de Gilligan. Se las colocaba en la grilla en horas que se permitía a los menores ver televisión y contaban con una vasta audiencia juvenil.
Los teleteatros cautivaron a la audiencia femenina y coparon franjas horarias en que por más que se cambiara de canal, no se podía ver otra cosa que comedias lacrimógenas muy similares entre sí.
Los noticieros se posicionaron alrededor de la hora de la cena y algunas duplas periodísticas se hicieron súbitamente famosas, como la que integraron Mónica Mihanovich y Andrés Percivale. Para entonces habían desembarcado en la tele un humorista que lucía una peluca grotesca y anteojos y que tomaba en broma a los políticos: Tato Bores; un comentarista, también de gruesos anteojos, que abordaba los mismos temas, pero en clave pretendidamente seria: Bernardo Neustadt, y una diva sempiterna, Mirtha Legrand, que almorzaba con invitados especiales, mientras Susana Giménez "shockeaba" la marca del jabón que la lanzó al estrellato. Era la hora de los dibujos animados de García Ferré y las ardillitas de una marca de ginebra, de Los Campanelli, la tira que parodiaba a una típica familia argentina, y del Feliz Domingo de Silvio Soldán.
En 1974, se estatizaron los canales privados. La televisión en color llegó en 1978, poco después del Mundial de Fútbol de ese año en que nació Argentina Televisora Color (ATC) y comenzaron las transmisiones bajo la norma PAL-N. Todo el mundo se apresuró a renovar los viejos aparatos para disfrutar de la novedad. En la década de 1990, durante la gestión de Carlos Menem, se privatizaron los canales, salvo Canal 7, la televisión pública.
Desde entonces, la batalla por el rating se tornó desaforada, sobre todo en el prime time, con la irrupción de nuevas caras; a la vez que proliferaron concursos de toda índole, series posmodernas de amplia gama y transmisiones en vivo de eventos deportivos, actos políticos, catástrofes o premiaciones. Los canales de cable y la televisión satelital multiplicaron las opciones con señales para todos los gustos e intereses, y las pantallas de plasma mejoraron la calidad de imagen, ampliada aún más con la llegada del LCD, los Smart TV y aparatos inteligentes de infinitas pulgadas.
Poco quedó de aquella “caja boba” de antaño, aunque la televisión sigue catapultando personajes “todo terreno” e influyendo en la opinión pública.