En Esperando la carroza, el personaje de Brandoni se sube al auto y con una mano en el corazón dice estar compungido por la escena que vivió momentos antes. Asegura que vio a dos personas que solo tenían tres empanadas para almorzar. “¡Tres empanadas! ¡Qué miseria!“, dice y acto seguido se come una de las tres mientras repite “qué poco se puede hacer por la gente” y habla de “pobreza digna”. Inmediatamente, la cámara cambia de foco y muestra la calcomanía que tiene en su parabrisas, que dice: “Usted tiene derecho a vivir en libertad”.
Si no fuera porque sabemos que se estrenó hace exactamente 40 años, podríamos decir que el relato de Esperando la carroza es pasmosamente actual.
Es que al chiste de las tres empanadas ahora se sumaron las “empanadas de Darín a 48 mil pesos”, como otra forma de hablar de economía.
Empanadas, economía y libertad: temas que parecen no agotarse nunca en Argentina.
Pero como esta columna no es sobre economía, vamos a pasar a lo que nos compete: las palabras de Ricardo Darín, replicadas hasta el hartazgo, generaron un Big Bang mediático que no hace más que confirmar que a la superficialidad política le sigue el caos comunicacional.
Mirtha sigue marcando agenda
La “empanadagate” lleva ya una semana, y aunque muchos suponíamos que se agotaría más rápido, la cuestión sigue en boga.
Todo comenzó con una declaración del protagonista de El Eternauta, cuando Mirtha Legrand le preguntó cómo veía al país. “Fantástico, lo veo muy bien”, dijo con ironía, y luego completó su crítica: “Ahora que están sacando los dólares de los colchones. El tema son los colchones, muchos colchones están un poco apolillados... No entiendo nada. Me llama un poco la atención eso de sacar los dólares del colchón. ¿De quién están hablando en ese sentido? Una docena de empanadas sale 48 mil pesos (…). Hay gente que la está pasando muy mal. No comprendo de qué están hablando”.
Lo que podría haber pasado como una simple crítica al rumbo económico destapó una olla a presión de la que todavía sigue saliendo líquido.
Cantidad de veces los entrevistados del programa de Mirtha criticaron el rumbo de este (y de otros gobiernos) y algunas veces se generaron polémicas semejantes, pero pocas lograron que el aparato comunicativo del oficialismo en cuestión respondiera con tanta virulencia.
A la horda de trolls alineados con el Gobierno, se le sumaron funcionarios como Luis Caputo y el propio Presidente, siempre despectivo con el que piensa distinto.
En La cornisa, el titular del Palacio de Hacienda dijo sentirse con “vergüencita ajena” tras escuchar al actor y remató: “Las empanadas no valen eso, Ricardito. Se quiso hacer el nacional y popular”.
Y aunque finalmente Caputo tenía razón (el local en el que compra Darín las vende a 41.600 pesos), lo que al ministro le molesta (y lo asume solapadamente) es que alguien con la popularidad y el respaldo mediático de Darín se anime si quiera a criticar al Gobierno.
Ya lo había dicho Mirtha Legrand el año pasado: “De este Gobierno no quiero estar en contra porque toma represalias, y es muy desagradable”.
Y si de cosas desagradables hay que hablar, ahí están los mensajes de los trolls que el Presidente replicó en sus redes con intención de mofarse de Darín.
Finalmente, el primer mandatario puso la cara a su crítica y le respondió al actor. “Es como Ricardito hablando de las empanadas. Se quiso hacer el nacional y popular y terminó demostrando ser un ignorante y un operador berreta”, aseguró Milei en Neura.
Mejor hablar de ciertas cosas
La deriva que alcanzó el tema de las empanadas dio como resultado todo tipo de notas: que si las empanadas salen eso o no; cuáles son las más caras; cuáles, las más baratas; cuánto cuestan en relación con su peso (al parecer, las que compra Darín son el triple de pesadas), y hasta pudimos descubrir que hay empanadas sabor “cheese Burger”. En fin.
En un país en el que estamos insanamente acostumbrados a hablar de precios, las empanadas no podían ser la excepción.
Sin embargo, hay algo curioso con el asunto. No está mal debatir públicamente cuánto salen las cosas (hay unanimidad en que el costo de vida es carísimo en Argentina: el “índice Big Mac” lo confirma). El problema es que, en el mientras tanto, otras acciones cuestionables del Gobierno quedaron solapadas.
Como ya se mencionó más arriba, esta columna no es económica, por ende aquí se hablará de temas que atañen a la cultura, como el intento de quitar por decreto la autarquía del Instituto Nacional del Teatro, que ocurrió casi en paralelo con el “empanadagate”.
Apenas fue publicado el decreto 345/2025 firmado por el Presidente, actores, dramaturgos y productores pusieron el grito en el cielo, pero los reclamos quedaron opacados por otros temas de mayor impacto mediático.
Para quienes desconocen su función, el INT es el encargado de fomentar la producción, la formación y la circulación del teatro en todo el país. Su carácter federal e independiente siempre fue motivo de orgullo.
Los integrantes del instituto aseguraron este viernes en conferencia de prensa que defenderán al organismo en tres terrenos: la calle, el Poder Legislativo y la Justicia.
“Queremos decir con claridad y sin rodeos: no al fin del Instituto Nacional del Teatro. El decreto es un intento de desmantelar a una institución que construyó durante décadas una red federal de creación, producción, formación y circulación del teatro en todo el país. El INT es un derecho conquistado que hoy está en riesgo”, dice un manifiesto que dieron a conocer a la prensa este viernes luego de haberse presentado el jueves ante la Comisión de Cultura de la Cámara de Diputados.
Además del INT, corre similar peligro la autonomía a la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares (Conabip), ambos alcanzados por decretos caprichosos del Gobierno.
En suma, si la discusión sigue siendo el precio de las empanadas de un local porteño (que por cierto aprovechó la movida para lanzar promociones), nos perderemos de discutir, y sobre todo de entender, cómo funcionan los organismos culturales de los que salen productos que luego disfrutamos.
Para cerrar y volver a Darín, vale recordar que, hace poco más de un año, quien suscribe este artículo defendió en esta misma columna a Guillermo Francella cuando era criticado por apoyar las políticas de Javier Milei.
Los argumentos son los mismos que hoy: en un país que pregona la libertad, cada cual puede opinar diferente y el Estado no tiene por qué perseguir a quien esgrime un argumento que al Presidente no le gusta.