El título El corazón es una víscera del último libro de poemas de Lilia Lardone puede inducir a un vulgar malentendido anatómico si no se tiene en cuenta que una misma cuerda (cor) resuena en las palabras "recordar" y "corazón".
Por las dudas, uno tampoco debería olvidar que las cuerdas de los instrumentos musicales están confeccionadas con vísceras (de cordero, para más coincidencia etimológica).
Por eso el epígrafe de Juana Bignozzi es como una contraseña: “... en realidad mi corazón se alimenta de su propio recuerdo”. También en el primer poema del libro la minuciosa enumeración de ruidos cotidianos anuncia la llegada de los recuerdos.
Lejos de la idea materialista de que el corazón sería un simple músculo como cualquier otro del cuerpo humano, Lardone nos sugiere que se trata de una cuerda que puede vibrar cada vez que es pulsada por nuestras percepciones y por nuestras emociones, tanto las presentes como las pasadas, porque hay un desfasaje entre lo vivido y lo sentido y entre lo sentido y lo escrito.
No es raro, entonces, que la mayoría de los poemas de la primera sección ("Son los días") estén fechados con la jornada, el mes, el año y el lugar en los que ocurrió la escena recuperada por las palabras. Claro que la memoria de la autora de Puertas adentro y Esa chica nunca es exclusivamente personal, arrastra siempre un poco de la historia social o política de sus incursiones a los mundos pretéritos.
Es que de algún modo entiende a la historia como el territorio de los sueños incumplidos, aun cuando más de una vez se permita una ironía sobre los excesos de la esperanza: “El polvo del camino/ a veces enturbiaba/ sus palabras./ También el humo de los Particulares 70./ Entonces tosía/ como para demostrar/ que el paraíso/ no existe”.
La segunda parte del libro ("Soy") parece seguir aquel consejo tan poco escuchado de Voltaire: "Cultiva tu propio jardín". De hecho, el primer poema de esta sección se titula "En el jardín" y empieza con una fórmula digna del Cándido: "Soy/ una persona optimista", aunque ese optimismo es más un estado de ánimo que una visión de mundo. Y por supuesto, puede variar, como cuando en "Mi gato y yo" dice: "A veces estoy así/ contenta porque florecen las hortensias/ porque mi hijo ha sonreído al despedirse/ o triste/ muy triste/ porque mi gato/ va a morir.
La claridad de la poesía de Lardone es equivalente a su lucidez. Consciente de su edad y de sus sentimientos, no quiere mentirle a nadie y menos mentirse a sí misma.
No le importa si resulta convencional (como cuando admite que siempre quiso tener una familia) o provocadora (como cuando un nieto que nace en los Estados Unidos le hace poner entre signos de interrogación la consigna “yanquis go home”). Si bien la sinceridad no es necesariamente una cualidad poética, cuando el poema se asume como una indagación íntima se vuelve la única luz para guiarse hacia el lector: “confío en mis sentidos/ en mi equilibrio/ aunque alrededor el mundo se vuelva cada vez/ más confuso.
Lilia Lardone
Borde Perdido editora
Córdoba 2019