En los últimos tiempos, en las últimas semanas, se ha hablado mucho de la meritocracia. De los valores que necesariamente cada persona debe reunir para ocupar un lugar en la sociedad. Y también hubo referencias a lo otro: de los injustos privilegios de quienes sin hacer mucho, utilizando atajos, con una dudosa reputación, ocupan puestos importantes sin reunir las condiciones para merecerlo.
A propósito del deporte, algunas de sus leyes no escritas son inflexibles y drásticas, y tienen una relación directa con el mérito. ¿La más común? En algunas disciplinas, los espectadores observan cómo en pleno juego un jugador es reemplazado por otro. El suplantado adquiere esa condición porque su rendimiento no lo hacía merecedor de seguir en la cancha, más allá de que esa sustitución también pueda producirse por una lesión.
Son interminables las experiencias que han mostrado a un arquero no atajar un tiro fácil y ver la pelota dentro de su arco, a un defensor no atender la marca del delantero rival que convierte el gol, a un mediocampista flotar en la intrascendencia y a un delantero no colmar las pretensiones goleadoras de su hinchada.
Son muchas las imágenes que muestran a un nadador lamentarse o llorar por no conseguir una clasificación o el tiempo pretendido, a un velocista frustrarse por la misma causa, a un rugbier dolerse por la derrota a pesar del esfuerzo y a basquetbolistas caer de rodillas por un triple en contra con derrota incluida en el último segundo del partido.
Todas esas acciones significan un demérito, un paso atrás, que podría representarse en la ocupación posterior de un lugar en el banco de los suplentes o hasta en el camino de salida en una institución. En el deporte, un error grave, una equivocación trascendente, puede poner en la lona por tiempo indefinido y hasta de por vida a quien la comete.
En ese sentido, el deporte tiene en su relación con el mérito un alto grado de transparencia. Salvo excepciones, relacionadas con los amaños y con las apuestas, la competencia siempre muestra como ganador al mejor, o al más oportuno, o al que, por distintas interpretaciones, no ha sido mejor que su adversario, pero que ha sacado de su manga algo distinto que ha justificado su superioridad. Por eso hay brazos levantados y miradas al piso; campeones y descendidos; estrellas y comunes; ídolos y olvidados.
El mérito y el acceso al deporte
El paso de las décadas produjo cambios en el acercamiento y la participación de los niños y de los jóvenes en el deporte. En la década del ’70, Guillermo Vilas contribuyó a que el tenis tuviera muchos más practicantes y en los 2000 Las Leonas patearon el tablero en el hockey sobre césped para permitir que muchas niñas y niños incursionaran por primera vez en una disciplina hasta entonces jugada por pocos.

Los Pumas, tras su tercer puesto en el Mundial de Francia en 2007, y la Generación Dorada desde el comienzo de este siglo también hicieron su aporte para captar adherentes.
Vilas y los demás se encumbraron por su esfuerzo constante y sus capacidades adquiridas, y también de las innatas, y arrastraron a las masas a los campos de juego. Crecieron con la exigencia de sus entrenadores y la premisa del triunfo, elemento primordial para continuar la aventura y soñar el futuro. Sus méritos se derramaron hacia las bases.
El deporte también ha sido concesivo en materia de oportunidades. En el fútbol, desde los sectores más carecientes han surgido cracks que incluyeron mucho dinero y una variada cultura a sus pertenencias. Décadas atrás, en el fútbol, para jugar en divisiones inferiores no había que pagar una cuota mensual. El club, aunque de manera precaria, abastecía a su cantera. Hoy, por meras cuestiones presupuestarias o porque sus estructuras directamente ya lo conciben como un negocio, en muchas instituciones el abono de cada jugador se vuelve un elemento de cierto peso para sostener su continuidad en un plantel. Aunque, como dice “el Cholo” Guiñazú, el fútbol es un embudo y terminan jugando sólo los mejores.
Aunque el tema es amplio y analizable, bien puede decirse que el deporte, salvo muy contadas excepciones, admite casi con exclusividad el mérito como su valor fundamental en el que se cimentan los logros deportivos. En general, la prevalencia del esfuerzo, de la constancia y de la responsabilidad garantiza la competitividad y la posibilidad de la victoria. Tan importante como lo apuntado, están el talento, la creatividad, el genio de cada deportista para sostenerlo. A diferencia de otros ámbitos de la sociedad, los advenedizos y los acomodados tienen corta vida en el mundo del deporte.