Es el partido de los instantes. Es el Mundial de los instantes. Es el instante en el que Lionel Messi lee la jugada y va a buscar esa pelota que logrará quebrar a Australia. Se enceguece con la jugada, mira fijo a la pelota y se le cuela a un Nicolás Otamendi que siente el fuego de un rayo que le pasa al lado.
Messi domina la pelota con docilidad para acelerar con furia y volver a aplicar su fría fiereza en un remate más colocado que potente. Es gol. Y a Messi le brota el gol del alma. Sin embargo la emoción le detiene el grito. “Grita” el gol con los ojos. Mira a la gente y se pierde en esa inmensidad eufórica que lo abraza sin abrazarlo. El alarido de la tribuna es de delirio, de fábula. Argentina quiebra a Australia y es el instante de respirar después de un arranque con “el chuchillo entre los dientes”.
Y en el partido de los instantes está el instante en el que Rodrigo de Paul va a pelearle una pelota al arquero Mat Ryan. Es el mismo instante en el que Julián Álvarez advierte que ahí pasará algo y hace que eso pase: se mete en la escena y define para un 2-0 que se imagina lapidario. Pero en el partido de los instantes, un rebote termina en gol en contra y Australia, por un instante, siente que puede. Es el instante para que miles de argentinas y argentinos entre los 45 mil que coparon el estadio Ahmad bin Alí sostengan el aliento, jueguen su partido, se sientan parte y, definitivamente lo sean. El instante de la gente viene siendo Mundial, intenso, sostenido y determinante.
En el partido de los instantes está el de Lisandro Martínez, un defensor “bajo”, zurdo, recontra perfil bajo que juega en un equipo perfil alto como el Manchester United pero que anda por la selección tomando mates lejos de las luces. Ese chico calladito tuvo el instante de lucidez para calcular a tiempo un cierre sobre Aziz Behich, que venía pasando argentinos en modo Maradona.
Y en el partido de los instantes faltaba el instante en el que se detuvieron los latidos de cientos de miles de personas. Cuando un jugador de Australia, del que ya nadie quiere acordarse el nombre (se llama Garang Kuol), quedó mano a mano de Emiliano Martínez. El instante en el que “Dibu” decidió salir a cerrar el ángulo de disparo se transformó en el instante en el que cientos de miles de personas recuperaron los latidos de sus corazones.
Y en ese torbellino de instantes está otra vez el “instante Messi”. Porque “el instante Messi” es la suma de todos los instantes. Es el instante del Messi superdotado. El que con 35 años, con mil partidos en el lomo, detecta qué hay que hacer y para qué o por qué.
Messi grita el himno. Messi entra corriendo siempre que el equipo se dispone a los movimientos antes del partido. Messi saluda a todos y a cada uno de sus compañeros antes del pitazo inicial. Messi es el primero en hacer lo que el equipo necesita. Si hace falta que baje a buscar la pelota, baja. Si hace falta que gambetee a cuatro rivales, gambetea. Si hace falta un pase, da un pase. Si hace falta que juegue de “4″ corriendo rivales, corre rivales. Si Messi es humilde… cómo no lo va a ser el resto.
Messi es el que da el primer paso para ir a saludar a la hinchada. Messi es el primero en sacarse la remera para revolearla. Messi es el más contento de los contentos. Messi es el más cansado de los que están cansados. Messi es el más entusiasmado de los entusiasmados. Messi es el que más quiere estar en el partido del domingo 18 de diciembre. Messi es la selección. La selección es Messi.
Ese Messi omnipresente terminó sosteniendo a una Argentina que festejó con desahogo el 2-1 sobre Australia. Ese Messi sabe que nunca alcanza. Que el partido 1001 será el próximo gran partido de su vida y su carrera. El viernes, a las 16, ante Países Bajes. Será otro día para que los instantes determinen la historia. La de Messi. La de Argentina. La del Mundial.
