Un triunfo, en estos días, es la mejor mantita para enfrentar el frío; es el mejor aguinaldo para sobrellevar el final del mes; es el mejor elixir para erguirse ante todas las gripes y resfríos, alergias y dolores de garganta y todos los males que el invierno puede deparar. Y más si se consigue fuera de la provincia, en un duelo eliminatorio, ante un rival complicado y en un anhelado regreso a la competencia. El hincha de Belgrano retornó feliz desde San Luis. Su pase a los octavos de final de la Copa Argentina lo había tapado todo.
Por eso se impuso el cántico pirata en sus 15 mil voces. Por eso se bailó, se disfrutó, se festejó, por sobre todas las cosas, y más sobre aquellas que implicaban una serie de cuestionamientos al rendimiento del equipo, a algunas respuestas individuales, y a la necesidad de mejorar para encarar el segundo tramo del año con perspectivas de más alegrías y no tantos sinsabores.
Casi dejando jirones de piel, Belgrano le había ganado con lo justo, casi pidiendo permiso, a Defensores de Belgrano, un equipo que milita en una categoría inferior, que estuvo dos veces arriba en el marcador y que, como tantos equipos que juegan al límite en lo físico, ya sea en forma reglamentaria o apelando al foul, al no conseguir su objetivo, renegó de su suerte agarrándosela con el árbitro del encuentro, supuesto responsable de su derrota.
Pero en el club de Alberdi la victoria no debe impactar solamente sobre la emoción positiva. Por el contrario, el análisis reflexivo debe subrayar que a Belgrano lo tomaron en defensa dos veces muy mal parado, en los prolegómenos de sus goles en contra, lo que provocó el deseo inmediato de refuerzos para reforzar una zona vulnerable, con antecedentes de debilidad en todo el torneo anterior, una de las grandes causas de sus frustraciones.
Hasta el empate de Gabriel Compagnucci, las mañas de su adversario, el desequilibrio de Ezequiel Aguirre, su goleador, y la capacidad para armar juego de Emiliano Vecchio habían sido suficiente para que los celestes penaran por obtener un resultado mejor, una situación que se dio recién cuando Lucas Zelarayán y Ulises Sánchez, en el segundo tiempo, pudieron tener más con el control del balón e hicieron jugar a sus compañeros. En ese último tramo, Belgrano ya jugaba con un hombre más.
Más allá de quiénes sean sus nuevos aportes, Belgrano necesita de un mayor equilibrio en sus líneas, expresado en dosis parecidas de talento y sacrificio. Así como puede soñar en una muy buena conexión entre Zelarayán, Sánchez, “Uvita” Fernández, Franco Jara, Lucas Passerini y Bryan Reyna, Ricardo Zielinski también debe anhelar el equilibrio que necesariamente se debe expresar en el sacrificio y la garra de todos sus jugadores para no hacerle fácil el camino al gol a sus adversarios y para abrir el propio hacia el arco contrario.
Ese será su desafío mayor. Zielinski tuvo como gran virtud en su primera gestión con los celestes el armado de un equipo sólido, compacto, a veces infranqueable, que se hizo fuerte a tal punto de producir la epopeya del Monumental y de ser gran protagonista en varios torneos. De repetir ese acierto, con los jugadores que tiene de mitad de cancha hacia adelante, tendría tiempo para permitirse pensar en muchas más cosas buenas que malas, en una posible evolución que sería acompañada, como siempre, por el apoyo fiel de toda su gente.