No todos los partidos se juegan con una pelota. Algunos se juegan de noche, a solas, con el corazón en la boca y la cabeza a mil. Algunos se juegan sin público ni cámaras, pero igual te dejan sin aliento.
Alex Luna conoce bien esa clase de partidos.
Tenía menos de 18 años y el mundo del fútbol parecía a sus pies: Barcelona, Atlético Madrid, PSG, Manchester City, Juventus, River, Boca..., todos lo tenían en el radar según varios portales españoles y de otras partes del mundo. Pero, en vez de sentir vértigo de emoción, eran días en los que sentía miedo. Pánico. La ansiedad le apretaba el pecho en la previa de cada encuentro. No podía pensar tranquilo. No podía jugar como sabe. Terminó en terapia con un psicólogo, buscando eso que el fútbol no siempre ofrece: un lugar seguro.
Pero aguantó. Se sostuvo. Se la bancó y no se rompió. Como si hubiese escuchado al “Chulo” Rivoira cada vez que les decía a sus muchachos que lo que no te mata te hace más fuerte.
A los 21 años, Alex juega en Instituto y la rompe. Lleva cinco goles, varias asistencias, una derecha que gambetea como si jugara en calle de tierra, y un par de ojos que ya no miran al piso. Hoy se le animan a la gente, al pase justo, al tiro de media distancia, como en ese golazo en Tucumán. Hoy la ansiedad ya no le gana. El miedo, al menos por ahora, se sienta en el banco al lado del “Gato” Oldrá.
Y lo más lindo es que vino con perfil bajo. Llegó después de no renovar con Independiente. Tras los cientos de llamados de Federico Bessone, eligió volver a empezar desde abajo en un club del interior antes que los flashes de Avellaneda. Eligió jugar.
Y el fútbol, tan mezquino a veces, le devolvió el gesto. En cada partido, cuando Luna la agarra, está latente la sensación de que algo puede pasar. Los chicos lo esperan a la salida del Monumental como otros lo hacían tiempo atrás con Paulo Dybala, Daniel Jiménez o “la Lora” Oliva. Se sacan fotos. Le gritan. Le sonríen. Hay algo en él que es distinto. Es crack, sí. Pero también es real. Porque por encima de Luna está Alex.
Y, para conocerlo a fondo, los periodistas Agustín Caretó y Sebastián Roggero hablaron de todo con él este jueves por la mañana durante la grabación de un imperdible episodio del pódcast Mundo Gloria.
Luna de Alta Córdoba
La galería del imponente edificio que Instituto está a punto de inaugurar en La Agustina fue el escenario para charlar con el hombre del momento en la Gloria.
Allí, Alex comenzó la entrevista repasando cómo nació su amor por la redonda: “Mis primeros pasos fueron en 9 de Julio de Rafaela; antes de los 10 años ya pasé a Atlético, que es donde comenzó todo lo lindo”.
En esa ciudad de calles tranquilas y sueños grandes, empezó a escribir su historia. Pero no fue todo felicidad: “Cuando uno empieza, piensa que se tiene que llevar todo por delante y no es así. Es cuando más hay que disfrutar. Esta es una carrera muy linda, vivir todo esto con 21 años es increíble”.
Y es entonces cuando se anima a nombrarlo, a decirlo sin disfraz, sin taparse con el escudo ni esconderse detrás de un tatuaje o de una gambeta: “Uno piensa que tiene que tener una carga importante. Empecé con problemas de ansiedad y pánico. Pero lo manejé con un psicólogo. Sabía que en algún momento tenía que arrancar. Tenía muchísima ansiedad antes de los partidos”. Lo dice sereno, sin vergüenza. Porque aprendió que la cabeza también juega y que no todo se resuelve con un gol. “En los clubes hoy hay psicólogos y está bueno que los jugadores puedan charlar con ellos. Está bueno poder contarle las cosas a alguien, también a un compañero”.
Hoy su presente es otro. Hoy su vida tiene otros tonos. “En la diaria paso mucho tiempo con mi mujer Danisa y con mi hija Guadalupe. La nena va a cheerleaders en Instituto. Tomamos muchos mates, charlamos”. El crack que gambetea en el césped también es el que prepara la merienda y escucha reguetón. “Acá se escucha mucho cuarteto y lo vuelvo loco al Palomo (Fernando Alarcón) para que me cambie la música. Pero la Mona me gusta”.

En otra parte del pódcast, Luna remarcó que la llegada a Instituto fue obra de la insistencia de un Bessone muy criticado esta temporada, pero que en este caso acertó de principio a fin.
“‘Fede’ me convenció para venir. Desde el primer día en que hablamos, me preguntaba siempre si sabía algo nuevo. Me dejó claro que acá iba a ser importante, me remarcó que la gente me iba a querer muchísimo. Esto es una gran familia y todo fue tal cual me lo planeó Federico. Incluso la primera camiseta se la regalé a él. Por suerte, le hice caso luego de tantos llamados y terminé jugando acá en Instituto”.
Y se nota que encontró su lugar en el mundo: “Me gusta todo lo que tiene el club. Está creciendo muchísimo. Tenemos un edificio que no para de crecer. El grupo es bueno. Yo acá me siento como en casa”. No es sólo una frase hecha. Lo dice alguien que venía del vértigo de Buenos Aires: “Venía de Buenos Aires, que es un loquero. Acá la gente es más tranquila, respetuosa. Yo me siento como si estuviese en Rafaela. Estamos muy cómodos acá con mi familia”.
Dentro de la cancha también es feliz. Y se nota. Porque tiene referentes, pero elige el barro por encima del césped artificial: “Siempre miré a Messi, a Tevez y a Neymar. Pero yo me siento como Carlitos… me gusta aguantar la pelota. Soy así, un jugador de potrero”.
De esos que se agrandan en los partidos importantes, como pasó el fin de semana pasado en el Kempes ante Talleres. “Los clásicos me sientan bien. Son partidos que mentalmente se preparan distinto en la semana. Por suerte, salió todo bien”.
Y ahora que Instituto está entre los 16 mejores, sueña despierto: “Argentinos es el que mejor juega al fútbol. Cualquier rival hubiera sido muy complicado. Confiamos y creemos a muerte en este grupo. Por algo entramos y yo creo que se vienen grandes cosas”.
Por eso no quiere irse corriendo. No quiere otro salto al vacío. Quiere quedarse donde lo quieren. “Me gustaría quedarme un buen tiempo. Si el club compra mi pase, se lo agradecería muchísimo. Estoy muy contento acá y espero darle más alegrías a la gente”.
Sabe que el fútbol es mental, que muchas veces se juega desde la cabeza. Y que el clic fue necesario tras la salida del DT Pedro Troglio: “Teníamos que cambiar la mentalidad. Sabíamos que no nos teníamos que creer menos que los demás. Salimos justo a flote”.
Por eso, cada vez que juega en Alta Córdoba, lo vive con el corazón a mil y así lo contó cuando su compañero Jeremías Lázaro se metió de improviso durante la grabación del pódcast para preguntarle qué se sentía al jugar en el Monumental: “Jugar en Alta Córdoba es terrible, muy picante. Escuchar las canciones de la hinchada te motiva aún más. La que más me gusta es el de ‘la Gloria es un carnaval’. Cuando venía a enfrentarlos, me volvía cantándola”.
Y si de sueños se trata, los suyos todavía están intactos. “A mí nunca me llegó nada formal de ningún club de Europa. Me gustaría jugar en la liga española o en la italiana. Me considero un jugador para esas ligas”.
Pero por ahora se queda. Se queda en la Gloria. Se queda en Córdoba. Donde el miedo ya no le gana. Donde Luna no sólo brilla: también ilumina.