Daniel Martín Kesman ya colgó los botines hace rato, pero en el Mundo Talleres sigue siendo aquel defensor de 23 años que se suspendió en el aire y metió el cabezazo goleador ante Instituto, el primero de ese 3-1 final con el que el primer equipo albiazul logró ascender a Primera. Por más que hayan pasado 25 años, ese tanto no tiene fecha de vencimiento. Ese 3-1 sobre "La Gloria" no caduca.
“Dije y sigo diciendo que ese gol fue de la gente. Ese fue mi ‘Día D’, el 6 de agosto de 1994. Quedó para siempre. Fue una final contra Instituto. No hubo otro partido así con Instituto. Es lo mismo que sienten los muchachos que le ganaron la final a Belgrano en 1998. Es sentirse privilegiado. No nos pueden cargar. Vos podés perder cualquier final, menos esas”, comentó Daniel Kesman.
–¿Por qué?
–Porque nos llevaron hacia adelante. Yo me crié en la tribuna, en la popular y como hincha me sentía parte del equipo. Cuando fui jugador, me sentía parte de la gente. Ese día, fue así. Me ayudó la gente. Nos ayudó. Lo hice como jugador y como hincha. Iban cinco minutos y había que marcar la diferencia apenas arrancara el partido. El córner de Omar Gauna había sido bárbaro y yo sabía adónde pateaba. Me sentía parte de la gente. Ese gol, lo hizo el hincha. Me empujaron y cabeceamos todos. Ponerte esa camiseta daba un plus.
–¿La viste entrar?
-Sí. Fue muy fuerte. Por la dirección ya se sabía que entraba. Fue la misma sensación que tuvieron los hinchas de Talleres que estaban detrás de mí en la popular norte y los de Instituto, que estaban de frente en la sur. Fue una sensación indescriptible. Me quería abrazar con todos. Salí disparado hacia la platea cubierta, la que ahora se llama Ardiles. También había hecho dos goles ante Nueva Chicago. Ese día teníamos que ganar. Concentrábamos con “el Chino” Benítez, qué persona. Ninguno tenía idea de qué podía llegar a pasar.
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–¿Te fuiste un poco del partido con semejante conquista?
–Mirás el estadio y te conmovés. Pero no te podés desconcentrar. Insulté a varios, que parecía que se iban del partido. Ya cuando estábamos 3-1, ya empezás a sentirte más cerca del logro. Esto me pasó en el partido con Chicago. Me acuerdo que a Diego Graieb en un momento le dije que tenía que venir a jugar de central, pese a que era delantero.
–¿Es como un cine, como dicen, en los que pasan las secuencias de tu vida?
–Claro. Yo estaba en Talleres desde los ocho años. Arranqué en Primera y me tocó estar en el primer descenso en la historia, así que sentía la deuda interna de quedarme. Era esa época en la que estuvimos varios días sin salir a la calle. Llegaron ofrecimientos de San Lorenzo, Español y hasta de Belgrano. El presidente de Talleres quería venderme a toda costa. Me dijo que no iba a jugar más en Talleres. No arreglé contrato y me quedé jugando por el 20 por ciento más. Pero yo me sentía responsable y quería ayudar. No podía irme de Talleres sin tratar de devolverlo a Primera. Es más, si estaba en otro club, hubiera venido a darle una mano. Gracias a Dios salió todo bien, así que pude festejarlo como jugador y como hincha.
–Todo se cruza...
–La persona que me llevó en andas es amigo mío e hincha de Belgrano. Tremenda anécdota con el gran Roberto Oviedo.
–Ese Instituto jugaba bien...
–Seguro y para nosotros fue un año difícil. No pudimos ganar el primer ascenso, se venía el octogonal y nos reunimos para decirnos las cosas de frente, porque era la última oportunidad que teníamos de lograr el objetivo. Esa charla nos sirvió muchísimo, fue muy buena y se notó el cambio en el grupo: por eso ganamos el reducido.
–¿Cómo se fueron del Chateau?
–A festejar a la Boutique y, luego, en procesión hacia Alta Gracia. Había que agradecer. Fuimos caminando toda la noche. Felices. Mi orgullo fue haber salido del club, de haber podido debutar en Primera con esa camiseta y ser entrenado por ídolos como “la cabra” Gambino, Oviedo, Taborda y Willington, entre otros. Dejé todo, me entregué al cien por ciento y hasta el día de hoy la gente me lo reconoce cuando me ve.
–¿Cuando te diste cuenta de lo que habían logrado?
–Caés cuando dejás de jugar. Ahí empieza a caer la ficha. Cuando te reconoce la gente en el laburo inmobiliario en el que estoy, en la calle o con los chicos de “Cientovolando” que me hicieron lugar en el torneo Golden. De esa final y de la trayectoria que uno tuvo como jugador. Es lo que nos queda. Talleres era y es todo. Es mi familia y mi vieja... Es más, te cuento algo. Hace un mes y medio falleció mi mamá. Era la que me llevaba a practicar en un una R4 roja. Me esperaba a que saliera del colegio y me lleva a entrenar. Después me volvía corriendo hasta casa. ¿Entendés?
Claro Daniel, quién no.