La frase de Gustavo “Sapito” Coleoni —“los clubes de Córdoba son mucho más grandes afuera que adentro”— funcionó durante décadas como una verdad incómoda y, al mismo tiempo, como una radiografía del atraso estructural de nuestro fútbol. Le guste a quien le guste, así fue.
Pero desde hace varios años ese razonamiento comenzó a perder vigencia, y la reciente irrupción de Estudiantes de Río Cuarto en la Liga Profesional es una demostración contundente de que Córdoba también ascendió en proyectos, estructuras y modelos de gestión. De ahí las ventas de futbolistas a Europa que concretaron Belgrano, Talleres, Instituto y Racing (lo de Vignolo a Francia, un hito).
El “León” llegó a la élite atravesado por un proceso coherente, progresivo y, sobre todo, sostenido. No irrumpe de golpe: empuja la puerta después de una década de construcción silenciosa, con una dirigencia —encabezada por Alicio Dagatti— que logró imponer una forma particular de armar planteles.
Una que combinó identidad regional, sentido de pertenencia, búsqueda del valor local y pocos retoques externos. Un método que hoy parece obvio, pero que durante años fue la excepción en el fútbol cordobés.
La base de cada uno de los tres ascensos recientes de Estudiantes tuvo siempre la misma columna vertebral: jugadores de la zona sur de Córdoba, valores formados en clubes capitalinos o talentos que habían pasado con éxito por diferentes instituciones de la provincia. Alejandro Cabrera, Gonzalo Maffini y Álvaro Cuello son la representación más fiel de ese camino iniciado hace casi 10 años: Cabrera, nacido en Los Cóndores y llegado desde Argentino Colonial con paso por Roncedo; Maffini, procedente de Ateneo de General Cabrera; y Cuello, surgido de Atenas de Río Cuarto, el clásico rival, hoy pieza de recambio.
La historia se amplifica al revisar las bases de los ascensos de 2016 y 2019: equipos construidos con futbolistas de la liga local y de regiones cercanas. Allí aparecen nombres como Gastón Benavídez, Ibrahim Hesar (libre en Belgrano y nacido en Villa Ascasubi) y Nahuel Cainelli, llegados desde Tiro Federal de Morteros; el arquero Adrián Peralta, Nicolás Foglia y Lucas Suárez, surgidos del semillero; Juan Reynoso (Coronel Moldes) y Víctor Beraldi (con pasado en Talleres) pasaron por el clásico Atenas; y Gastón Bottino, nacido en Las Higueras, quien regresó tras su paso por la “T”. Todos ellos conformaron un núcleo que permitió que Estudiantes creciera sin renunciar a su identidad zonal.
Ese modelo sigue vigente hoy, incluso en el salto a Primera División. Mauro Valiente (formado en Talleres), Valentín Garnerone (semillero de Belgrano) y el arquero Brian Olivera (con sello de La Agustina, Instituto) representan la continuidad de esa línea que toma jugadores moldeados en Córdoba para potenciarlos en Río Cuarto, como ocurrió alguna vez con Hesar.
A ellos se suman apuestas bien dirigidas, como Lucas González (ocho tantos y con pasado en Madryn); Agustín Fontana, un proyecto de River que encontró en el “León” su renacimiento; y llegadas estratégicas como la de Bruno Sepúlveda, proveniente de Juventud Unida Universitario, o el paraguayo Javier Ferreira, partícipe de dos de los tres ascensos.
Desde su llegada a la Primera Nacional, Estudiantes acompañó cada paso con obras. La Ciudad Deportiva Aimar se convirtió en un semillero local y en un espacio validado por la AFA, un centro de desarrollo que no solo sirve al club, sino también a una región futbolera que durante años quedó al margen de los grandes procesos formativos. Ese crecimiento se alinea con lo realizado por Belgrano, Talleres, Instituto y Racing.
Coleoni, quizá sin quererlo, dejó una frase que hoy funciona más como advertencia que como sentencia. Ya no alcanza con la historia, con el arrastre popular ni con los nombres propios: se impone construir, invertir, formar y sostener.
La irrupción de Estudiantes en la Liga Profesional no es solo un hito deportivo: es una señal de época, un mensaje para toda la provincia. Córdoba atraviesa el mejor momento de su historia futbolera, con cuatro equipos en la élite y con proyectos que ya no se limitan a sobrevivir, sino a competir y crecer.
En ese nuevo mapa, el club de avenida España dejó claro que se puede llegar lejos sin traicionar las raíces.
El “León” no solo ruge: transforma.
