Si algo distinguió a Hugo Orlando Gatti, con su partida de este domingo ratificado en su condición de leyenda del fútbol argentino, fue su intento eterno por desdramatizar al deporte más popular.
Primero, como jugador –desde su puesto de arquero en el que fue único e irrepetible– y, luego, con sus opiniones, posiciones y posturas, muchas de ellas polémicas y disparadoras de ricos debates, “el Loco”, quien de loco tenía poco y nada, fue un precursor de una forma diferente de jugar al arco.
Desde ahí hizo un aporte bien distinto, de esos que realizan unos pocos elegidos. Tan así fue que su registro quedó firme por los tiempos de los tiempos, trascendiendo camisetas y pasiones. Un ídolo, sin reparar en colores.
Al domingo futbolístico se le cayó un lagrimón cuando, en plena jornada, se conoció el paso a otra dimensión de este personaje plagado de éxitos, sin complejos y ganador al máximo. Una figura que se empeñó en generar sonrisas, placeres, disfrutes y discusiones, desde su percepción del fútbol, dentro y fuera de la cancha.
Su muerte rescata esa personalidad descontracturada que emerge en un momento contradictorio de un fútbol argentino en el cual conviven una expresión brillante como es la selección campeona del mundo y bicampeona de América con otra opaca que expone calendarios caóticos, arbitrajes cuestionables, torneos superpoblados y tolerancia cero, entre tantos aspectos a mejorar.
En ese escenario los equipos encaran la última parte del semestre. Y entre ellos están Belgrano, Instituto y Talleres, que luchan por acercarse a las versiones que se imaginaron en el inicio de la temporada.