Ahora le tocó a Instituto mostrar su flamante tesoro, que no genera gritos de gol ni contempla la paciencia de un hincha para sacarle una foto o un autógrafo al jugador preferido. La inauguración de su complejo deportivo, en su predio La Agustina, va mucho más allá del fanatismo o la fidelidad a prueba de resultados.
Se trata de instalaciones nuevas, cuya funcionalidad involucra lo administrativo, pero mucho más lo deportivo, que también incluye un nuevo edificio para las divisiones inferiores, y la presentación de varios campos de juego en los que bien podría jugarse la final de un torneo oficial.
Instituto se sube así al escalón del progreso que habitan Belgrano y Talleres, desde donde observan a cientos de chicos competir en campos de juego casi perfectos, con una estructura en la que se concentran todas las decisiones que involucran a la institución.
Allá arriba, en el tercer piso, estará Juan Cavagliatto, el joven presidente, evaluando lo hecho y previendo lo que se hará. Recordando quizá que, en su niñez, en los años 90, sus ojos vieron la imagen cansada y desgastada de un club que se debatía en sus crisis económicas y en una segunda división que, año tras año, parecía atraparlo con más fuerza.
Ese proceso lo vivió Instituto, en medio de sus oscilaciones entre una categoría y otra, y de un estancamiento institucional que le hacía perder terreno ante el avance en el país de otros clubes menos castigados, mejor administrados y más emprendedores.
Pero luego de los padecimientos, y ya desde el comienzo de este siglo, todo empezó a cambiar. Armando Pérez puso su generosa semilla en Villa Esquiú. Su iniciativa captó adherentes de inmediato. Andrés Fassi llegó y empujó a Talleres hacia una nueva era de progreso y ambición. Racing, con recursos más limitados, también mejoró su imagen.
Cavagliatto, el pibe que nunca vio al “Tula” Curioni con sus botines envueltos en papel de diario, un domingo a la mañana, en la cancha de bochas en donde desde hace muchos años funciona el restaurante del club, sí vio que a Instituto le faltaba infraestructura y nivel de competencia en el fútbol, y hacia allí apuntó. Antes, había removido cimientos y había ayudado a que el básquetbol del club se consagrara como el mejor del país.
Hoy, “el Glorioso de Alta Córdoba” muestra orgulloso sus realizaciones, que no garantizan vueltas olímpicas, pero que asegura la facilitación de medios y de recursos para que esas conquistas se tornen más accesibles y menos epopéyicas.






En la inauguración se juntaron los presidentes que desde hace unos años vienen materializando un gran cambio en el fútbol de Córdoba. “El Luifa” Artime no descansa en su deseo de un Gigante cada vez más amplio y confortable. Racing quiere volver a Primera División. Para qué negarlo, todos, Talleres, Belgrano, Instituto y Racing olfatean la huella que han transitado tan asiduamente Boca Juniors y River Plate, y que sorpresivamente encontró Platense para consagrarse campeón. Hasta ahora, ese logro, a nivel nacional, no ha podido alcanzarse. Quizá sería bueno entender que este tipo de obras, si bien no suman goles ni acumulan puntos, son grandes corrientes de una energía que, de tan positiva, puede ayudar a que los sueños imposibles alguna vez se conviertan en realidad.