Los chicos de Argentina ya habían ganado antes de entrar a jugar la final del Mundial anoche en Santiago de Chile contra Marruecos. Eso al margen de la derrota 2-0 sufrida frente al seleccionado africano.
Los juveniles dirigidos por Diego Placente habían ganado por respetar la esencia del fútbol argentino, el sentido de pertenencia, el carácter, la presencia, el protagonismo, la ambición, en síntesis, por ser fieles a lo más profundo de la historia y el presente del deporte más popular en nuestro país.
Ese recorrido histórico que guarda lugares de privilegio desde Diego Maradona hasta Lionel Messi, pasando por Ramón Díaz, Pablo Aimar, Juan Pablo Sorín, Juan Román Riquelme, Esteban Cambiasso, Diego Placente, Lionel Scaloni, Walter Samuel, Bernardo Romeo, Javier Saviola, Andrés D’Alessandro, Leandro Romagnoli, Nicolás Burdisso, Maxi Rodríguez, Oscar Ustari, Ezequiel Garay, Pablo Zabaleta, Fernando Gago, Sergio Agüero, Ángel Di María, Éver Banega o Sergio Romero, por nombrar sólo algunos de los juveniles campeones mundiales desde 1979, en la lejana Japón, más las otras cinco copas del Mundo.
Y con entrenadores como César Luis Menotti, José Pekerman y Hugo Tocalli, verdaderos maestros que sembraron semillas en esta camada, con Lionel Scaloni a la cabeza, quien supo interpretar a la perfección las raíces que sostienen un árbol albiceleste que nunca deja de florecer, al margen de cualquier resultado circunstancial en 90 minutos, como lo sucedido ayer en Santiago de Chile.
En esa reivindicación del fondo y de las formas, marcada a fuego por semejantes futbolistas y entrenadores, hay que encontrar las razones de por qué un seleccionado argentino, en este caso el Sub 20, volvió a jugar los siete partidos de una copa del mundo.
La selección albiceleste, en todas sus edades, disfruta de un círculo virtuoso que está lejos de ser coyuntural, sino que se basa en una revalorización de toda la estructuras de los seleccionados, el gran acierto y orgullo que puede exhibir esta AFA de Claudio Tapia.
Con sangre albiceleste
Esa planificación, que se extiende a los combinados femeninos, de futsal y de playa, ha permitido recuperar y jerarquizar la previsibilidad y el orden a tanto talento y predisposición que brota en nuestro fútbol y que sembraron grandísimos maestros, hoy personalizados en la figura de un Pekerman que supo inculcar en los Scaloni, los Aimar, los Samuel, los Romeo, los Placente, por nombrar a quienes hoy integran la estructura de selecciones nacionales.
Y la bendición especial de un “Flaco” Menotti, cuya figura, a un año y medio de su muerte, se agiganta cada vez más como aquel que en los ’70 convenció al país de la trascendencia de jerarquizar los seleccionados, el equipo de todos.
Y estos chicos y sus entrenadores, que volvieron a poner bien arriba la Bandera argentina, ratificaron esos valores: quieren ser de selección a toda costa, quieren defender los colores, dejan lo que sea por estar y juegan con honor, convicción, ambición y respeto a la historia. Aunque esta vez haya tocado perder, que también suma para que el aprendizaje siga.