Lima, la ciudad de cambiante clima. Es que venís con una tarde hermosa y, de repente, aparece un viento y nada es como era. En esos cambios climáticos está Talleres. Un equipo armado para pelear por todo al que todo parece quedarle cada vez más lejos.
Si sos socia/socio de Talleres, leés La Voz sin límites y disfrutás de descuentos exclusivos. La info, ACÁ.
Dicen que las situaciones límite son las que sacan tu verdadero yo. Y en el estadio Alejandro Villanueva, ubicado en el populoso distrito La Victoria de Lima, Perú, anoche parecía que aparecía Talleres. El Talleres que quiere ser.
El Talleres que debe ser. Con el cerro San Cosme de testigo, Talleres vivió ayer todas las sensaciones posibles. Fue una montaña rusa enajenante de un equipo que parecía sepultado, que ostentó un renacimiento épico y que terminó perdiendo para quedarse sin nada. El 3-2 final para Alianza Lima suena injusto para la “T”.
El equipo cordobés tuvo que luchar para escalar un partido que estuvo cuesta arriba. Mal. Este Talleres deudor con su gente paga caro los errores que comete. Las distracciones se transforman en goles en contra.
Y el 2-0 parcial de Alianza parecía irremontable. Claro que este deporte tiene la enorme virtud de explicar lo inexplicable con una frase tan simple y profunda, a la vez: esto es fútbol.
Y Talleres fue. Mostró amor propio. Fue la fuerza para levantarse. Rápido, Ortegoza generó un penal. Fue la luz verde para que Federico Girotti empezara su carrera. Penal convertido. Al ratito, cabezazo por el segundo palo del “9” y 2-2. Locura. Y cambiaba Talleres.
Y cambiaba su energía. Y cambiaba el partido. A la “T” le dejaba de pesar el cotejo y, de dominado y de estar listo para ser vapuleado, emergió en dominante.
El dueño de casa se quedó con uno menos. El 2-2 era enorme, era heroico. El empate, por la manera en la que se lograba, era necesario. Invaluable para los cordobeses.
Pero Alianza Lima tiene algo que a Talleres le falta. Esos jugadores que saben jugar este tipo de partidos. La experiencia no es en vano. Es un valor superlativo. Paolo Guerrero y el cordobés Hernán Barcos, con 41 años cada uno, tuvieron sus momentos para aparecer en escena. Y la música de sus goles sigue sonando.
Derrota que duele
¿Cómo puedan pasar tantas cosas en tan poco tiempo a Talleres? Justificativos y excusas se mezclan para intentar explicar un partido de estas características. Pero lo que vale, lo que siempre queda, es el resultado.
La derrota (injusta, triste, dolorosa) la sufrió Talleres. Es la tercera en fila en Libertadores para un equipo que no levanta vuelo. Jugando como lo hizo después del penal ante Alianza Lima es más fácil poder cambiar este presente.
Claro que el problema es que Talleres, la mayoría de las veces, es un Talleres apurado, impreciso, sin confianza, abrumado por el momento. Se equivoca y se frustra. Quiere, pero no puede, no le sale. Ayer lo fue durante todo el primer tiempo.
Y sigue sin poder cortar la inercia negativa que transita en este 2025 en el que, salvo la Supercopa Internacional que le ganó a River en Paraguay, todo es negativo. Están las lesiones, está la mala suerte, están los imponderables, están los arbitrajes al menos discutibles en ocasiones.
Pero esto es fútbol y, este, es un plantel que se supone está armado para poder hacer frente a todo eso. Ayer no pudo.