Día intenso el jueves 17 de noviembre en Qatar, justo a dos días del inicio del Mundial con el partido entre Qatar y Ecuador en el estadio Al Bayt, a las 13 de Argentina. Es que mientras Doha se va acelerando al ritmo de la llegada de turistas, fans y periodistas, sus calles van explotándose de idiomas y de colores de banderas. En esa dinámica, dos temas marcaron la agenda periodística. Por un lado, las noticias que llegaban desde la primera práctica del equipo (a puertas cerradas en el predio de la universidad de la ciudad) y en la que las bajas ganaron el protagonismo.
Y, por otro, las relacionadas a las bajas de artistas que no quieren estar en los festivales organizados por el Gobierno qatarí (caso Shakira).
Todo por oposición a la denunciada violación de derechos humanos por parte de la administración local hacia la población inmigrante que habita el país, la mayoría de naciones como India y Bangladesh, por caso.
Justamente ese asunto de las normas de la cultura qatarí se ven más flexibles que nunca en las calles de Doha. Salvo la prohibición de consumir alcohol en la vía pública, la cuestión de las muestras de afecto son más que frecuentes. Y la evidencia de ello está en Souq Waqif, una suerte de paseo peatonal tradicional de Doha, con el ritmo que puede emparentarse con el de la zona de Güemes en la ciudad capital de Córdoba.
En el sector hay mesas sobre esa calle empedrada en la que la arquitectura de Qatar se luce, la música ambiental local suena maravillosamente y los aromas de las comidas cautivan a cualquier ser humano. Ahí mismo, cuando cae el sol, se pone “hasta las manos”. Es uno de los lugares con más clima de Mundial de la ciudad. Y se mezclan latinos con europeos, africanos y asiáticos. Y las selfies van y vienen. Hay abrazos. Palmeos, gritos. Incluso se pudo observar a una barra de senegaleses agitar banderas y saltar como lo haría cualquiera hinchada argentina en la previa de partido por un campeonato local. En esas escenas presenciadas por La Voz no se advirtió presencia policial interrumpiendo esas relaciones acaloradamente pasionales que genera el fútbol. Nada de nada.
Incluso la población local pedía fotos con fans extranjeros. Hay más de esa “flexibilización” momentánea al menos en ese lugar masivo: una mujer catarí preparaba un plato llamado Obus Regard, similar a un omelette. Toda cubierta, la mujer era admirada por extranjeros que, en reconocimiento, la filmaban y se sacaban fotos con ella. No hubo falta de respeto alguno, simplemente ese instante “tan normal” en otras culturas de guardar “un momento” en un teléfono celular.
Otra escena de compartir entre culturas fue la de los “fumadores” de sheesha en pipa de agua. Coreanos y locales compartieron el hábito durante varios minutos.
Claro que los más movilizados por el Mundial en Qatar son los inmigrantes. Y esos inmigrantes están fascinados con Argentina. La remera de la selección es la más usada. Por lejos. Como se ve en una de las fotos que ilustra esta nota. Esa mujer india recibía la pregunta constante: Are you argentinian?”. El inglés básico abunda en Doha, donde los colaboradores derrochan solidaridad y buena predisposición.
Ese mundo de entrega total por el total vive también su micromundo en el metro o el subte. Son un lujo. Funcionan perfecto y son gratis para quienes poseen la Hayya Card, una suerte de ID que se puede llevar en el celu como una app o que puede imprimirse. Y es más, en ciertos instantes de la jornada suelen liberarse los molinetes para que la población transite entre estaciones sin inconvenientes.
Así, en esa Doha subterránea, va haciéndose el mismo Mundial que arriba, con muestras de afecto interculturales. Hay asistentes en cada estación. Hay tres líneas que conectan casi todos los estadios. El servicio de ayuda es magnífico. Si hace falta algo específico, entonces es posible presionar un botón y alguien aparecerá para ayudar.
Los trenes del subte ni se ven en las paradas, ya que hay una suerte de cristal que pintan un aspecto de shopping, en el que ingresar al vagón parece como entrar a una habitación de hotel cinco estrellas. Dentro, ese vagón está fabuloso. Pantallas led muestran las estaciones. Los agarres son cómodos. Los asientos son ideales para larga distancia, y eso que son traslados cortos.
En los caminos que unen las líneas hay stores, farmacias, cartelería ampulosa. Hay de todo y para todos. Y en esa dimensión las palabras “Messi” y “Argentina” son passwords que abren puertas y solucionan todo. Hay amor por Messi. Hay respeto por los argentinos.
Cuando tres personas detectan que un periodista argentino está mostrando el metro, se acercan. Activan sus celulares. Dicen que son de India, de Kerala, “a little town, not a city” (“un pueblo, no una ciudad”), explican y comparten que hacen banderazos por Messi y Argentina. Y ratifican una verdad: Argentina es local en Qatar.