Como el día y la noche. O el fuego y el agua. Así de contrastante fue la presentación de Lionel Messi ante hinchas mejicanos y peruanos en este inicio de año. Los aficionados del primero, fanáticos del América, pagaron un buen billete en Las Vegas (Estados Unidos) e hicieron cola para insultarlo desde el minuto cero para finalmente atragantarse por un gol de “la Pulga” con dedicatoria incluida en un empate 2-2. Los segundos, en cambio, disfrutaron a rabiar y ovacionaron al crack tras una actuación que los organizadores incaicos vendieron como “la última visita” del astro mundial, en el cotejo que el Inter Miami le ganó por penales a Universitario, tras igualar 0-0.
Está claro que la presencia de Messi nunca generará indiferencia, pero llama la atención semejante bipolaridad de hinchas rivales. La muestra de admiración de los peruanos tiene fundamentos sólidos y razones simples: el rosarino es una leyenda futbolística sin perfil polémico (lo más osado que dijo fue “andá para allá, bobo”), transita el último tramo de su carrera y seguramente no volverá a Perú como jugador.
No es igual de sencillo tratar de descifrar las razones del odio visceral de buena parte de la afición mejicana, una aclaración necesaria porque debe reconocerse que muchos de ellos no ocultan su profundo respeto por el argentino. Tal vez podría entenderse alguna animadversión proveniente de adversarios con larga data de enemistad, como Brasil o Inglaterra, pero ni siquiera ante representantes de aquellos países Lio ha recibido semejante hostilidad como la despertada entre la fanaticada azteca.
Hay, claro, un hecho detonante que obró como bisagra en relación al enojo de estos simpatizantes: un supuesto desprecio por la camiseta del Tri tras ganarle 2-0 en el último Mundial (con un gol suyo).
Vale recordar el hecho: el equipo de Lionel Scaloni había debutado con derrota ante Arabia Saudita y en México se frotaban las manos imaginando tomarse desquite de un largo listado de frustraciones ocasionadas por los albicelestes que incluían, además, dos eliminaciones mundialistas en Alemania 2006 y Sudáfrica 2010.
Pero en Qatar, la racha continuó y el triunfo argentino volvió a amargar a los norteamericanos. En medio del desencanto, apareció un video grabado por Nicolás Otamendi en el vestuario ganador, donde se ve a al grupo saltando y festejando en un desordenado recinto. A los pies de Messi, en el suelo, estaba la camiseta verde que había intercambiado afectuosamente con Andrés Guardado, un detalle que los odiadores seriales aprovecharon para dar rienda suelta al veneno acumulado.
“Vieron a Messi limpiando el piso con nuestra playera y bandera???” publicó el boxeador mejicano Canelo Alvarez en Twitter, donde agregó amenazante y sacando patente de guapo: “Que le pida a Dios que no me lo encuentre!!”.
Se sabe lo que un posteo de esta naturaleza genera en las redes sociales. En cuestión de minutos, la historia de “la humillación de Messi a los mejicanos” ya estaba en varios portales del mundo. Así, Messi, como representante central de un seleccionado que le ocasionó tantas decepciones del Tri, tuvo que pagar una cuenta que, por lo visto, no se puede saldar.
En realidad, el encono no es hacia el “10″ sino a esa acumulación de frustraciones sufridas ante equipos argentinos, donde además se suman algunos fallos arbitrales para favorecer a los nuestros. El listado es largo por demás. Cada vez que el fútbol de México dirimió cosas importantes con Argentina (Mundiales, Copa América o Libertadores), la balanza se inclinó para este lado, despertando entre los seguidores aztecas una frase fatalista y repetida: “jugamos como nunca, perdimos como siempre”.