Los hinchas de Instituto vivieron la previa del clásico como si se tratara de una final. Todo indicaba que el equipo de Alta Córdoba era el que tenía más chances de meterse en los octavos de final.
Las calles aledañas al Monumental se transformaron en escenarios improvisados de asados bien regados desde antes del mediodía. La venta de todo tipo de merchandising informal, la música de “La Mona” Jiménez y “La Euge” Quevedo, y los “naranjitas” apareciendo desde cada rincón para aprovechar la jornada, completaban el paisaje.
La gente acompañó desde temprano, decidida a hacerle sentir la presión a Talleres desde los cuatro costados del estadio, incluso desde el momento en que Guido Herrera salió al campo para el calentamiento.
Los cánticos como “Talleres, decime qué se siente, jugar el Argentino A...” y “Oh, sos del Argentino, che Talleres pecho frío” retumbaron en el estadio cuando los equipos ingresaron a la cancha, envueltos en una nube de humo albirrojo.
La primera explosión de la hinchada gloriosa llegó cerca de la media hora de juego, cuando el árbitro Falcón Pérez anuló, a instancias del VAR, el golazo del paraguayo Franco por posición adelantada. Pero el clima ya se había empezado a caldear minutos antes, con un partido jugado con intensidad, fricción y momentos de pierna fuerte.
En el complemento, el clásico volvió a encenderse a partir del minuto 20, tras una gran atajada de Herrera ante un remate de Luna desde afuera del área. Instituto presionaba a la “T” y los hinchas albirrojos, cada vez más nerviosos ante la parsimonia del Matador, le exigían al equipo que se moviera porque “esta hinchada está loca, hoy no podemos perder”.
Lo que comenzó como un pedido de actitud, se transformó en insultos a pocos minutos del final. El “¡Jugadores, la c...!” retumbó en todas las cabeceras, y el equipo sintió el impacto del reclamo popular. A los 33 minutos, Luna convirtió tras un centro de Lodico, pero nuevamente el VAR intervino y Falcón Pérez anuló el tanto.
Fue la jugada clave del partido. La multitud albirroja la vivió como la última oportunidad de conseguir el triunfo que habían ido a buscar para despedirse con una sonrisa hasta el año próximo. Y efectivamente, fue la última.
Talleres, que prácticamente no había jugado el segundo tiempo, se aferró al empate como si fuera un título. El resultado lo clasificó a los octavos de final del torneo. Sin público propio en el estadio, los jugadores celebraron en silencio una doble hazaña: evitar el descenso una fecha antes y, en la última jornada, meterse en el reducido.
Los simpatizantes de Instituto se retiraron rápidamente del Monumental, masticando bronca y silbando a un equipo que quedó fuera de todo. Con la misma irregularidad de todo el año, ni siquiera pudieron llevarse el premio del triunfo en casa para cerrar el año con algo de alivio.

























