Hoy está permitido escribir así. Como no se debe. En primera persona. No porque uno se sienta protagonista de la historia. Sino porque puede servir de ejemplo.
Argentina está por salir a jugar contra Ecuador, en el arranque de las eliminatorias para el Mundial de 2026, y en lo único que pienso es en un niño que lloraba en las puertas del Monumental, antes de ingresar a la cancha, porque iba a ver por primera vez a Lionel Messi.
Su mamá lo abrazaba y lo contenía en esa emoción tan linda, tan real, tan única.
Y quedé con esa idea dándome vueltas en la cabeza: ¿si esta es la última vez que puedo ver a Messi en vivo y en directo en un estadio?
Sí, si bien es cierto que quedan eliminatorias por delante, que es posible que juegue la Copa América, uno aprendió a valorar cada momento del “10″ como el final, como el cierre de una carrera soñada que está por concluir.
Porque no vamos a engañarnos: este presente en el Inter Miami es un paso previo a un retiro que cada vez se acerca más y nos hace sentir, como señaló el escritor Hernán Casciari, nostalgia del presente.
Eso siento cuando Messi calienta en el césped del Monumental, mientras todos los ojos lo miran. Es un deleite, un disfrute. Y es emoción.
Niños, niñas, padres, madres, abuelas y abuelas le gritan “Leo, Leo”, “Messi te amo” y mil cosas más, mientras Lionel sonríe, agradece.
Como alguna vez también señaló el ex jugador cordobés Pablo Aimar, parece que Messi ha entendido lo más importante sobre el cierre de su historia como jugador.
Lo está disfrutando. Pero, sobre todo, sabe que está marcando a miles y miles de personas que lo idolatran.
“Leo juega un poco pensando en ese que no lo va a volver a ver nunca más”, señaló Aimar.
Que no termine nunca
Luego, lo que pasa en el partido. La pelota busca a Messi y Messi busca la pelota. Sí, ya no corre como cuando tenía 20. Sino que camina la cancha por momentos, aguardando el instante de aparecer. Eligiendo cuándo y cómo.
Y es en ese micro segundo donde todo se enciende. El juego se pone a los pies del “10″, que hace lo que hizo toda la vida.
Enganchar de acá para allá, buscar el arco con su zurda y patear. O, en otras ocasiones, da pases que no tienen explicación lógica. “¿Cómo lo vio?”, se preguntan los relatores.
El resultado empieza a quedar de lado. Si Messi ya lo ganó todo.
Ahora se puede dedicar a jugar para nosotros, los que quizá lo vimos por última vez. Yo y los otros 84.499 individuos que apreciaron su magia de cerca, a metros nada más. Que agotaron entradas a precios exorbitantes en un país angustiado por la crisis económica. Que se mojaron con una molesta garúa. Que pasaron frío.
Pero estuvo Messi. Lo vimos. Y, créanme, jugó para nosotros. Para que no nos olvidemos más.
