A los 18 años la vida suele ir más rápido que las piernas. Y si encima uno tiene piernas como las de Julián Vignolo, que van por la raya como una flecha de camiseta celeste y blanca, entonces hay que aprender a frenarse. Respirar. Escuchar. Mirar a los costados.
Porque el fútbol, como la vida, no es sólo cuestión de correr.
Mientras en Córdoba el frío empieza a calar los huesos, Vignolo está viviendo sus primeros días de primavera futbolera. Juega, arranca, encara y el hincha de Racing —el de Nueva Italia, diría “el Potro” Rodrigo— empieza a mirarlo con ojos de realidad más que de promesa. Como quien ve en un pibe la reencarnación de una esperanza vieja. Ya jugó 15 partidos, hizo tres goles, regaló otras tres asistencias y cada vez que agarra la pelota en campo rival hay algo en el aire que se electrifica.
Pero el dato no está en lo que hace, sino en lo que viene.
Porque preguntó Talleres a través de una llamada de Andrés Fassi al propio Manuel Pérez. Llamó Newell’s. Y dicen, con voz baja pero firme, que Diego Milito también anotó su nombre en la libreta de Racing… el de Avellaneda.
Y ahí es cuando entra la parte más difícil.
Porque el fútbol argentino tiene una historia llena de cracks que la rompían en los primeros metros, pero se tropezaron antes de llegar al área grande. Que se creyeron antes de ser. Que confundieron elogio con destino. Por eso ahora, cuando su nombre empieza a sonar en escritorios de dirigentes y en conversaciones de representantes, el rol de su entorno es clave.
La familia, primero. Que lo ayude a seguir con los pies sobre la tierra y con la humildad que siempre muestra. Que le recuerde que el verdadero amor siempre estuvo en esas tardes en las que con 6 añitos empezó a jugar al fútbol en El Tío, cuando todavía no había cámaras ni llamados ni promesas.
El club, después. Que lo cuide. Que lo contenga. Que no lo apure. Que lo ayude a crecer sin ponerle etiquetas ni carteles. Y el cuerpo técnico, sobre todo, que le marque el camino con la paciencia que se les tiene a los buenos proyectos: como quien acompaña a un hijo cuando empieza a caminar con firmeza.
El propio Julián parece entenderlo y tenerla clara. Antes de subirse al colectivo que lo llevó a Salta, con Racing preparado para jugar ante Gimnasia y Tiro este viernes, a las 22, se sinceró: “Estoy en un lindo momento y se nos viene un viaje largo. Vamos a ir a buscar lo que se nos viene escapando”.
Habla con calma. Y cuando recuerda las chances perdidas ante Tristán Suárez, muestra algo que en el fútbol vale oro: humildad. “Pasa por una cuestión de confianza. Cuando entre una, van a entrar todas. El gol ya va a venir. Son rachas”, le dijo al periodista Agustín Saravia de Planeta Racing.
Y al hablar del futuro, ese que empieza a tocarle la puerta con acento europeo y promesas de grandeza, baja el tono y ajusta el foco. “Estoy rodeado de gente que me enseña a poner las cosas en su lugar. Hoy la prioridad es Racing, el viernes en Salta. Poco a poco, después, se irán evaluando las ofertas”.
Ahí está la clave. En no perder el eje. En seguir siendo ese pibe que sabe que, primero, hay que gambetear en el barrio antes de soñar con Europa. En entender que, a veces, correr más no significa llegar antes. Y que hay caminos que se recorren mejor despacio y con los botines bien atados.
Y si todavía alguien duda, él lo resume con una frase que deja claro que tiene la cabeza puesta en la Academia: “Vamos creciendo… No tengo dudas de que vamos a cambiar ese chip en Salta y vamos a hacer una segunda parte del año sumando de a tres y consolidándonos como equipo”.
Eso también es crecer. No sólo por lo que se corre, sino por cómo se piensa.
Y ahí, entre la gambeta y la cabeza fría, puede estar la verdadera consagración de Vignolo.