Si algo demostró aquella noche del jueves 3 de diciembre de 2015, fue hasta donde son capaces de llegar los dirigentes del fútbol argentino cuando se discute el poder real. O sea, quién manda en la AFA, quién parte y reparte, quién administra el dinero, quién dice que sí y quién dice que no.
Hace 10 años, La Voz fue testigo presencial y puede reconstruir lo que sucedió aquella vez en el gimnasio de futsal del predio de la AFA en Ezeiza, que por entonces llevaba el nombre de su mentor, Julio Humberto Grondona: una votación inaudita, en la que se debía elegir al sucesor de “don Julio” fallecido el 30 de julio de 2014, y que insólitamente terminó 38 a 38 con 75 asambleístas presentes.
Nadie nunca se hizo cargo de la maniobra. Y las picardías de aquella noche que manchó la pelota todavía se cuentan, una década después, en voz muy baja. Lo único seguro es que ninguno de los dos candidatos, Luis Segura y Marcelo Tinelli, pudo llegar al sillón presidencial de la AFA y que la inagotable crisis institucional y deportiva que se abrió se llevó todo puesto. Dentro y fuera de la cancha
Siempre se dijo en el ambiente de la pelota que Mauricio Macri, quien asumió la Presidencia de la Nación una semana más tarde, no quería al frente del fútbol a Segura, el presidente de Argentinos Juniors que encabezaba la AFA luego de la muerte de Grondona, ni a Tinelli. Y que a través de Daniel Angelici, por entonces titular de Boca, movió los hilos secretos de la política para que los dos perdieran al mismo tiempo.
La secuencia histórica de los hechos abona esta versión: las nuevas elecciones jamás se realizaron, el mandato de Segura en la AFA fue extendido dos veces, y ante el vacío de poder por su renuncia el 30 de junio de 2016, Macri logró intervenir la casa madre del fútbol de común acuerdo con Fifa y Conmebol, con el nombramiento de una Comisión Normalizadora que presidió Armando Pérez, por entonces titular de Belgrano, y que integraban Pablo Toviggino, en representación de las ligas del interior; Carolina Cristinziano, actual vicepresidenta de Rosario Central, y Javier Medin, un abogado que en verdad era los ojos y los oídos de Macri en la comisión.
Con mucha fuerza resistida por los clubes del ascenso porteño, que con Claudio “Chiqui” Tapia a la cabeza siempre apostaron a su desgaste y a hacerle la vida imposible, la Normalizadora pudo liderar a los tumbos un proceso electoral que el 30 de marzo de 2017, luego de un acuerdo sellado en Mar del Plata con Angelici y el entonces suegro de Tapia y presidente de Independiente, Hugo Moyano, desembocó en el arribo a la presidencia de “Chiqui” con los votos de 40 de los 43 asambleístas. Y el desagrado de Macri, quien nunca digirió verlo allí.
La noche de la vergüenza
En la noche de la que este miércoles se cumple una década, Tapia era el ambicioso presidente de un club como Barracas Central, hundido sin remedio ni recursos en la Primera C, y junto a Daniel Ferreiro (Nueva Chicago) lideraba las instituciones del ascenso alineadas detrás de la candidatura de Segura.
Esta lista, en la que también jugaban Angelici, Moyano, Víctor Blanco como titular de Racing, y Nicolás Russo por Lanús, tenía como apoderados y asesores legales a Mariano Cúneo Libarona, actual ministro de Justicia de la Nación, y a Alberto Fernández, el expresidente de la Nación y allegado a Segura por su condición de hincha de Argentinos Juniors.
Junto con Tinelli, quien en 2015 estaba en lo más alto de su fama como showman y empresario televisivo y era el vicepresidente de San Lorenzo, militaban Rodolfo D’Onofrio (River), Matías Lammens (San Lorenzo), Andrés Fassi (Talleres), Juan Sebastián Verón (Estudiantes) y dirigentes de equipos chicos que querían un cambio en el manejo del fútbol luego de los 35 años de Grondona al mando.
Tinelli siempre supuso que su celebridad y su fortuna serían suficientes para que a la hora de la votación, una mayoría se encolumnara detrás de él. Los hechos le probaron que estaba equivocado.
Los votos de Córdoba
Córdoba aportó cuatro votos: Armando Pérez (Belgrano), Rodrigo Escribano (Talleres), Ricardo Morellato (Instituto) y Manuel Darío Rosa (Liga de Bell Ville).
Escribano incluso formó la comisión escrutadora junto con Pascual Caiella (actual vice de Estudiantes de La Plata) y Alfredo Dagna (titular de Olimpo).
El país futbolero estaba expectante. Hacía 24 años que el presidente de la AFA no se votaba en una asamblea. Salvo en 1991, cuando debió competir contra el exárbitro Teodoro Nitti, quien obtuvo solo un voto del delegado de Racing, el eterno Grondona siempre había sido reelecto por unanimidad y aclamación.
Por eso, quien esto escribe recuerda que en esa noche crucial, afuera del gimnasio de futsal de Ezeiza había más gente que adentro. Estaba todo el ambiente del fútbol. Dirigentes de casi todos los clubes de Primera y del ascenso porteño, árbitros, gerentes de radios, canales de televisión y empresas auspiciantes, allegados y hasta empleados de la AFA.
También, varios barrabravas que andaban sin reparos por la zona y parecían dispuestos a actuar ante la menor señal.
Todo parecía marchar con normalidad hasta que el caos estalló cuando se contaron los votos vertidos en los dos cuartos oscuros y había 75 sobres (uno por cada asambleísta). Pero 76 boletas sobre la mesa con 38 votos para Segura y 38 para Tinelli.
Un voto se había duplicado y pudo habérselo invalidado y seguir con el recuento. Pero el 38 a 37 era un escenario que partía la AFA al medio y nadie quiso eso. La credibilidad ya había quedado dañada. La patinada se había dado de cara a todo el país.
Angelici mocionó repetir la votación a viva voz y a mano alzada. Pero no pudo porque ese mecanismo no estaba previsto por el estatuto de la entidad y dos asambleístas (los presidentes de Crucero del Norte y Excursionistas) ya habían dejado el predio de Ezeiza. El cuarto intermedio fue tenso y angustiante y entre los apoderados y los candidatos decidieron posponer definiciones para más adelante y renegociar como seguir.
Mezquindad y ambiciones
La idea era volver a votar pronto con todas las salvaguardas legales posibles. O armar una lista de unidad. Pero eso nunca sucedió.
El acuerdo político no se alcanzó nunca por la intransigencia de las posiciones de Segura y Tinelli para no bajarse de la candidatura presidencial. Ninguno quiso dar un paso al costado y la mezquindad y las ambiciones de poder de los dirigentes llevaron esa noche al fútbol argentino a un callejón sin salida que se pagó muy caro.
Con el tiempo se habló de votos que se compraban y vendían descaradamente en las oficinas y hasta en el estacionamiento del predio de Ezeiza y que la picardía había sido pergeñada por el sector de Tinelli ante la certeza de la derrota a manos de Segura. Nada pudo comprobarse y la situación quedó en un limbo político que la Selección Argentina pagó a un precio demasiado alto. En dos años y medio, hubo tres técnicos.
Vaciado de respaldo, Gerardo Martino debió renunciar como director técnico de la selección mayor luego de perder otra vez ante Chile por tiros desde el punto penal, la final de la Copa América Centenario de los Estados Unidos.
Claudio “Chiqui” Tapia, por entonces uno de los vicepresidentes de Luis Segura, hizo poco para retenerlo. “El Tata” había perdido dos finales de Copa América consecutivas y eso era demasiado para el exitismo de los dirigentes.
En su primera medida, la Comisión Normalizadora con Armando Pérez a la cabeza fue a buscar en agosto de 2016 a Edgardo Bauza, quien después de ocho partidos de eliminatorias fue despedido por el mismo Tapia cuando asumió la presidencia de AFA en marzo de 2017. “El Patón” había convencido a Messi de que volviera a la selección ya que “Leo” había renunciado tras la final perdida en Estados Unidos.
Tapia y Angelici de inmediato, contrataron a Jorge Sampaoli quien dejó la dirección técnica de Sevilla y logró una angustiosa clasificación para el Mundial de Rusia 2018, donde no pasó de los octavos de final y se volvió demasiado rápido, enfrentado con casi todo el plantel. Otra gran frustración.
Tres sobrevivientes
De los protagonistas de aquella noche de oprobio de hace 10 años, sólo quedan en el fútbol, “Chiqui” Tapia, Toviggino y Verón. Las diferencias políticas y personales siguen en pie y parece que nunca habrán de saldarse. El resto (Tinelli, Angelici, D’Onofrio, Moyano, Blanco, Lammens) ya no está en los clubes y otros, como Segura y Armando Pérez han fallecido.
Ahora hay otras caras. Pero el manual de estilo del fútbol argentino no ha cambiado. Como si no se hubieran aprendido las lecciones que dejó ese 38 a 38. Como si las heridas no hubieran cicatrizado. Todo eso que aquella vez pasó, tranquilamente puede volver a pasar. En los escritorios como en la cancha, a la hora de pelear por el poder, todos ponen la pierna fuerte.
