Hubo y habrá clásicos Talleres-Belgrano. Pasaron muchos jugadores y entrenadores por la historia del clásico y les seguirán muchos más.
Sin embargo, son pocos los que marcaron su historia y también quienes lo harán. Expertos y novatos, preparados y no tanto, cracks y oportunistas, carteludos y novatos, benditos y malditos, formados acá y fuera de Córdoba, en el club y... figuras en el otro. Así de impredecible es.
Nadie va a descubrir que Nahuel Bustos ha hecho goles importantes, pero para el Mundo Talleres no habrá nada como esos que le marcó a Belgrano en 1998 o aquel de 2023. Estableció un puente eterno con la gente. Por más que haya errado un penal ante el mismo Pirata el año pasado, o el gol más increíble, o que haya vivido su peor momento como el que dejó atrás con ese tanto ante Sarmiento con 17 meses sin anotar. Siempre lo va a distinguir, aun después de colgar los botines para el delantero que nació en “el fútbol de los barrios” con pasos por Huracán de barrio La France y Argentino Peñarol antes de la “T”, desde donde salió vendido a Europa. Siempre le van a exigir.
Es lo que vive Luis Fabián Artime, hoy presidente celeste, pero quien, en 1992, al momento de hacer su ingreso al Mundo Belgrano, era un delantero prometedor que había jugado en Ferro y en Independiente y que tenía que hacer su propio camino... más allá de la leyenda de su padre, Luis. Aquel 2-1 de abril de 1992 sobre Talleres, por la novena fecha del torneo Clausura de Primera División, llevó su marca. Hizo el segundo gol, con un antebrazo lesionado. Así entró “el Luifa” al planeta “pirata” y estableció una relación de identificación. En Alberdi, se convirtió en “el Luifa”.

La relación transitó por todos los avatares. Se tuvo que ir y volvió, pero siempre agrandó su lugar hasta que se convirtió en presidente del club. Desde aquel inicio. Nada más y nada menos.
Ni Artime ni Bustos podían dimensionar la chance de disponer de un lugar de privilegio. Qué jugador no soñó con ser pasión de una multitud después de un triunfo o con ser salvado del escarnio de la derrota. Ellos son de los pocos que saben qué se juega en el clásico.
La historia sigue vigente, uno de largo y el otro de corto. Debe ser inspiración y conciencia. Esos partidos volvieron para ellos, de una u otra forma. Pero no para todos.
Historias clásicas
De uno y de otro lado, hay historias que pueden ser enriquecidas. Sobre todo para las que vienen de pobre para abajo. El clásico puede tener ese poder transformador. Es el árbol que puede tapar el bosque. Así de generoso puede ser este partido, porque el fútbol lo es. Hermoso y cruel, y paradójico. Guido Herrera, convertido en símbolo de Talleres, tras haberse formado en Belgrano. Gabriel Compagnucci, de paso fugaz por el semillero “T”, y hoy referente celeste.
El capitán albiazul y todo Talleres tratarán de prolongar el invicto que data de 19 años desde la última vez que venció la “B”, el 15 de abril de 2006. Belgrano buscará dejar atrás esa racha.
Es la historia del partido y sus alcances, en una temporada avanzada. Será el de un Talleres chico que hoy vive la lucha por no descender contra dos rivales directos, y un Belgrano de dos frentes al que su gente le exigirá todo para lo que resta del Clausura y llegar al título de Copa Argentina. El Talleres de un Carlos Tevez que afrontará su primer clásico y el Belgrano de un Ricardo Zielinski que sabe de qué se trata.
Son muchas razones y obligaciones para ambos. Suficientes para que el empate no tenga lugar.