Talleres llega a esta instancia crucial en la que puede ser campeón de menor a mayor, un camino inverso al que transitan Vélez –el que dispone de la ventaja de tener una gran diferencia de gol– y Huracán.
Lo distinguen los cinco triunfos conseguidos de manera consecutiva contra el andar actual del Fortín (ocho puntos de quince posibles) y del Globo (apenas siete), pero también desde el juego. La reinvención de Talleres fue la de un equipo que ya tenía límite en todo sentido y con un agravante: ya tenía el cambio de entrenador hecho porque Alexander Medina ya había llegado al mismo límite que Walter Ribonetto.
Había vuelto a ser un Talleres chico, lejos del protagonismo que había tenido en el primer semestre siendo líder en Liga y en octavos de final de Libertadores más Copa Argentina.
En el acto ofensivo, el juego tenía relación directa con la inteligencia e impronta de Rubén Botta, pero con socios que habían dejado de ser imprescindibles (Ulises Ortegoza) o se lesionaron (Marcos Portillo, la ausencia más sentida) y con el tiempo que duraba “el 10″ en cancha. Casi siempre una hora o un poco más.
En lo defensivo, el equipo sufría mucho la marca en retroceso, fallas posicionales en coberturas de la banda izquierda, espaldas del o de los volantes centrales y pérdidas (muchas no forzadas, en la salida).
La lucha contra sí mismo fue la que ganó y un volantazo en todos los estamentos. No solamente en la cuestión futbolística, sino más allá. El propio Ribonetto (ya afuera del club) y varios jugadores hablaron de una pretemporada en Rusia que no cumplió su objetivo y condicionó la planificación del semestre.
Medina mismo sostuvo: “Cuando llegamos había mucha mucha diferencia entre muchos jugadores por diferentes motivos”. Había un desequilibrio del que había que salir.
Esa historia de superación es la que tuvo lugar para renacer. Desde el cuerpo técnico hasta el último de los jugadores. Medina con menos recursos, logró más. No pudo incorporar a nadie.
Se quedó sin Matías Catalán (rotura de ligamentos cruzados), Valentín Depietri, Matías Esquivel y hasta Sebastián Palacios (todos desgarrados en un momento en el que había que levantar). Bajaron el nivel de Ulises Ortegoza y Federico Girotti.
¿Qué hizo? Formó otra zaga con Juan Carlos Portillo y Juan Rodríguez, a Juan Camilo Portilla y recuperó a Matías Alejandro Galarza y potenció a su homónimo paraguayo. Surgieron Alejandro Martínez -cuando ya tenía un pie afuera de Talleres- y hasta Bruno Barticciotto volvió al gol. Botta empezó a jugar más allá de los 60 minutos. Cambió de sistema y pasó del 4-2-3-1 al 4-1-2-1-2, sin resignar el perfil ofensivo.
¿Lo más nuevo? Galarza Fonda hizo una conducción alternativa a Botta y también asociaron. Se armó una dupla tremenda para segundos tiempos en Miguel Navarro y Blas Riveros. Talleres ganó esa banda definitivamente. Ya no hubo dramas en esa cobertura y, hacia arriba, hubo goles, asistencia. Juego. Benavídez subió menos, pero mejor. Directamente, como un jugador con vocación ofensiva.
Hubo cuestiones internas que también se arreglaron. Entre jugadores, cuerpo técnico y dirigentes. Más la gente. Fueron bastante las críticas en la previa a este repunte.
No fue poco. Tanto fue posible para clasificar Libertadores nuevamente y dar lucha hasta el final. Algo que se dio en la Liga por primera vez.
Resta un paso. Debe demostrarlo nuevamente, aunque tenga que esperar que Vélez falle, como antes lo hizo Huracán.
Esa es la historia.