La salida de Rubén Botta, cuyo contrato con Talleres vence el 31 de diciembre de 2025 y no será renovado, marca el cierre de un capítulo que excede a lo estrictamente futbolístico. A sus 35 años, el sanjuanino se despide como “el 10” que la dirigencia eligió para sostener una decisión política y deportiva: que la “T” tuviera un conductor definido, un eje creativo prioritario, tal como había sucedido antes con Rodrigo Garro, transferido al Corinthians en el punto más alto de su rendimiento.
Botta llegó para reemplazar ese vacío y en su primer año cumplió con creces. Sobre todo en el primer semestre, con el Talleres de Walter Ribonetto, fue figura en un equipo que se mantuvo líder en la Liga Profesional, avanzaba con solidez en la Copa Argentina y competía de igual a igual en la Copa Libertadores. Su influencia fue inmediata: manejo de los tiempos, pausa justa y un repertorio técnico que potenciaba a los extremos y hacía más fluida la circulación ofensiva.
El segundo año fue distinto. Miguel Ángel Medina y posteriormente Levisman le dieron continuidad, pero su protagonismo empezó a diluirse. Una conducción más lenta, la falta de socios naturales para jugar entre líneas y varios episodios de lesiones musculares terminaron condicionando su aporte.

Aun así, Carlos Tevez decidió sostenerlo cuando asumió: lo consideró prioritario y esperó su despegue, celebrando incluso que lograra completar 90 minutos frente a Riestra, algo que hasta entonces le costaba, ya que su rendimiento solía bajar después de los 50 o 60 minutos y debía salir.
Sin embargo, el envión no lo consolidó. Tras el clásico con Belgrano, Botta perdió terreno en la consideración. Fue suplente contra Sarmiento, Gimnasia y River, y en los últimos cuatro partidos —Vélez, Platense, Instituto y Boca— directamente quedó relegado al banco. Los números de su ciclo, no obstante, hablan de un futbolista que dejó huella: 73 partidos, 4.592 minutos, 8 goles y 14 asistencias.
Su presencia fue valorada por su impronta y capacidad para conducir en todos los climas de un partido.
Su salida no impacta solo en la estructura futbolística, sino también en la interna del grupo. Botta era uno de los referentes del vestuario. Junto con Guido Herrera, capitán y líder natural, formó parte de la base emocional del plantel, en un rol compartido también con Juan Rodríguez, Matías Catalán y ahora José Luis Palomino.
La “T” se despide así de un jugador que llegó para sostener una idea y que, en su mejor versión, fue determinante. Su salida abre un nuevo capítulo para un Talleres que deberá redefinir qué tipo de conductor pretende. Porque detrás de la decisión no solo se va un futbolista: se cierra una etapa que hizo de este número “10″ una bandera.
























