¿Se acuerdan? Fueron los jugadores de Instituto los que con precarias urnas subieron las tribunas antes de un partido para recibir la ayuda de los hinchas ante la falta de pago de sus sueldos y premios de parte de la institución. Y vaya a saber quién fue el que abrió las puertas del estadio Miguel Sancho cuando, tras tocar fondo, Racing no tuvo otra alternativa que alquilar su campo de juego para que equipos amateurs se sacaran las ganas de jugar y aportaran algún dinero a su quebrada economía.
Más o menos en la misma época, Belgrano mostraba a su plantel entrenando al costado del río Suquía, en plan de protesta y con ropa de entrenamiento que dejaba mucho que desear, sumergido en el acostumbrado conflicto salarial que el plantel mantenía con los directivos. Y qué decir de aquel 12 a 0 con que Argentinos Juniors despachó sin piedad a un Talleres armado con juveniles que tuvieron que reemplazar a último momento a los jugadores profesionales que también reclamaban lo suyo.
Esto último ocurrió en 1986, apenas después del que iba ser el mejor periodo de competencia de los equipos cordobeses en mucho tiempo. Ese buen tiempo cruzó las décadas de los ‘70 y los ‘80 y se fue diluyendo a la par de malas administraciones, malas campañas, malas contrataciones y de todo aquello que contribuyera a que se achatara un nivel de competencia que en dos oportunidades estuvo cerca de ser el mejor.
Llegaron, entonces, la decadencia, el error repetido, algunos dirigentes cuanto menos negligentes y la protesta que supo ser eterna, en la voz de quienes reclamaban por sus derechos, en tanto podían lograr cada vez menos cosas en el campo de juego.
La historia del fútbol de Córdoba en su vínculo con los torneos de la AFA tuvo sus oscilaciones, sus subibajas. Se insertó rápido y bien a través de algunos muy buenos equipos y, luego, fue decayendo hasta no pedir más que un tiempo en Primera División. Era cuestión de aguantar, de tratar de participar dignamente y, por qué no, de ilusionarse con alguna actuación que rompiera el molde de lo estandarizado, de lo común, de lo que raramente produjera sorpresa.
Y todo cambió con un modelo de gestión que puesto sobre la mesa volvería a instalar la polémica sobre las bondades y lo negativo de las entidades civiles sin fines de lucro y las sociedades anónimas. Armando Pérez fue primero gerenciador de Belgrano y, luego, su presidente, aunque con el rótulo que cada uno le quiera poner, sacó a los celestes del ostracismo y empezó a darle forma a un club que ascendió y fue verdugo del mismísimo River Plate, en 2011, y que a la par construyó un predio deportivo que empezó a ser envidia de los demás clubes.
Pérez subió la vara. Y esa energía superadora se expandió. Andrés Fassi la elevó aún más y ya con Talleres, Belgrano e Instituto en Primera División, y Racing en la Primera Nacional, el panorama, deportivamente, volvió a parecerse al de 50 años atrás. Estadios llenos, miles de socios, predios que se amplían, mientras que el objetivo ya no es sumar aquellos 50 puntos que en una temporada había que conseguir y cuya obtención desvivía a los simpatizantes, sino que la mirada se fue elevando, el horizonte se fue despejando y aquellas copas lejanas y difusas, inalcanzables hasta para la ilusión más sentida, ya están al alcance de la mano, tanto que Talleres desde el miércoles pasado la frota, como para sacarle el lustre que corresponde, luego de décadas de pasión, sacrificio y amor por la camiseta.
Esta nueva etapa, con el profesionalismo cada vez más pleno en todos sus estratos, parece haber llegado al fútbol de Córdoba para quedarse. Bienvenido sea.