Los números no entusiasman y los rendimientos, tampoco. Tras dos fechas de la Copa de la Liga han brotado con más fuerza las sensaciones de enojo y frustración. Talleres perdió sus dos partidos; Belgrano sólo logró un empate; Instituto es el que dio la mejor imagen al ganar en su cancha y perder con lo justo ante River Plate.
Empecemos por la Gloria. De los tres equipos es el que mostró una actitud superior, consensuada en fortalecer los planes tácticos de acuerdo a los rivales con una postura decidida, dispuesta con la misma convicción tanto para ganar por goleada ante Gimnasia y Esgrima de La Plata como para perder en la última jugada del partido ante los Millonarios. Se notó la presencia de Alex Luna, demostrando su condición de refuerzo, buen socio para jugar con Damián Puebla y Gastón Lodico, y un buen complemento para la otra característica singular que ofreció La Gloria, encarnada en Damián Batallini: el sacrificio inclaudicable del ex Argentinos Juniors, muy bien acompañado en ese sentido por todos sus compañeros.
Esa respuesta convincente de Instituto, no la mostraron Belgrano y Talleres. Belgrano clavó las rodillas ante Racing de Avellaneda envuelto en la desorientación y en la resignación por una situación adversa que lo había superado. Y no sólo desde el fútbol mismo, sino desde su rendición anímica, que lo mostró titubeante en los últimos tramos del partido. Claudicó después del segundo gol albiceleste y desapareció de la cancha. Perdió el norte hasta extraviarse en un declive que le quitó totalmente competitividad y hasta ganas de dignificar su derrota.
Walter Ervitti deberá trabajar mucho esa faceta tan trascendente de cualquier equipo, cuyo valor es tanto o más importante que la del talento o la de cualquier otra virtud colectiva. Belgrano tiene buenos jugadores, pero sus habilidades deberán necesariamente potenciarse con la cuota de garra que es tan imprescindible para jugar en el fútbol argentino.
En ese sentido, a Talleres le cabe lo mismo que a Belgrano. Por enésima vez, y más allá de entrenadores y de temporadas, sus hinchas debieron padecer ante Independiente goles inexplicables, convertidos con una facilidad inusual, que remiten a errores individuales y colectivos de grueso calibre. Esos mismos hinchas que volvieron a pararse de puntas de pie ante la posibilidad de un gol que pudieron ser dos o tres y que terminaron en un palo, en las manos del arquero o en una falta antes de una bonita definición. Los albiazules tienen “9″ para hacer dulce, pero ninguno se consolida. La pregunta es. ¿Es por la misma incapacidad de cada uno de ellos? ¿O es la falta de un abastecimiento adecuado por parte de sus compañeros?
Talleres deberá trabajar mucho en defensa, pero también en el mediocampo y en la ofensiva. O lo que es lo mismo, tendrá que producir un equilibro colectivo que le brinde un mínimo de seguridad en su propia área y mucha más eficacia en la de su adversario.
Estas reflexiones son algunas de las decenas que se arrojaron al aire en Alberdi, en Alta Córdoba y en barrio Jardín después de la desazón por cada partido empatado o perdido. Agregado a esto, surge una notoria inocencia en la respuesta cordobesa ante los rivales de turno a la hora de defender su arco. Racing e Independiente se cansaron de hacer foules; de cortar el juego; de empujar a sus adversarios para incomodarlos, mientras los árbitros lo permitían o a lo sumo castigaban con un apercibimiento.
No se impulsa esa manera de ejercer el juego; sólo se pide un poco menos de candidez como para no sufrir esas derrotas que hieren el corazón de los hinchas. Es cierto. Falta mucho por jugar, todavía; pero los cambios necesariamente deben verse pronto.