La polémica no cesa en Rosario tras la sanción impuesta por la escuelita Malvinas Argentinas —formadora de talentos para Newell’s Old Boys— a seis niños de nueve años, luego de que se viralizara una foto en la que posaban con Ignacio Malcorra, actual jugador de Rosario Central. Lo que en apariencia fue un gesto inocente entre un grupo de chicos y un futbolista profesional, se convirtió en un conflicto institucional que despertó críticas desde distintos sectores.
La decisión de suspenderlos por tres meses y retirarles la beca generó fuerte repercusión, sobre todo después de que uno de los padres saliera a expresar públicamente su indignación. Su testimonio, cargado de dolor y desconcierto, puso en jaque la postura oficial del club.
“La decisión no fue para protegerlos, como dicen. Fue una sanción directa. No hablaron con nosotros, ya la tenían tomada. Les sacaron hasta la beca a los chicos”, relató el padre en declaraciones que rápidamente comenzaron a circular por redes sociales y medios locales.
Según su testimonio, la comunicación con la familia fue nula, y la medida cayó como un mazazo: “Yo por los demás padres no opino, pero mi hijo en Newell’s no juega más. Desde los cinco años que juega en el club, pero primero está su integridad emocional. Mi hijo nunca más va a poner un pie en Newell’s. Y él tampoco quiere jugar más en el club”.
La foto en cuestión fue tomada hace dos meses durante un partido amistoso en Funes entre la Escuela Malvinas Argentinas y Defensores, el equipo donde juega el hijo de Malcorra. Terminado el encuentro, los chicos se acercaron al mediocampista canalla y se retrataron con él sin imaginar la repercusión que tendría el gesto.
Desde la dirigencia de Newell’s, el presidente Ignacio Astore aseguró que “no se tomó una medida disciplinaria contra los chicos ni contra las familias”, y explicó que la suspensión tuvo como objetivo evitar “posibles represalias” en un contexto de alta sensibilidad entre los clásicos rivales rosarinos. Sin embargo, esa versión contrasta con la experiencia vivida por al menos una de las familias.
Lo que para los niños fue un momento especial —una postal con un jugador de Primera División— terminó transformándose en una experiencia amarga que dejó cicatrices. Más allá de los nombres propios, lo que está en discusión es hasta qué punto los clubes están preparados para cuidar la integridad emocional de los menores en contextos de formación.