“River es el favorito”. Andrés Fassi, presidente de Talleres, le pasó la mochila de la Supercopa Internacional a su rival, sabedor de la diferencia de presupuesto entre ambos clubes. El razonamiento del titular albiazul claramente tiene lógica, la misma que, a la hora de valorar la copa en juego, se inclina decididamente del lado de los cordobeses.
Está claro que, para el Millonario, alzar el trofeo sólo representará agregar una estrella a la constelación de su historial. Para la “T”, en cambio, su obtención tendría un efecto motivador y mediático sólo comparable a cuando se quedó con la Conmebol ’99.
Difícil es imaginar en el futuro a un hincha riverplatense evocando “la vez que le ganamos a Talleres la Supercopa Internacional”. Mucho más sencillo resulta, claro está, imaginar a un fanático tallarín sacando pecho por “la primera estrella del fútbol cordobés”.
En este juego de estrellas oficiales y “truchas”, la Supercopa Internacional no puede cuestionarse: su organización parte del máximo ente rector del fútbol argentino entre el ganador del Trofeo de Campeones (River) y el primero de la tabla anual. Como el líder de la temporada fue “el Millo”, ese derecho se transfirió a Talleres, su escolta. La primera edición se jugó en Abu Dabi (Emiratos Árabes Unidos) en 2023 entre Racing y Boca (triunfo de la Academia 2-1) y el año pasado el sponsoreo árabe se cayó en razón de su escaso interés, lo que provocó la reprogramación del segundo desafío para este miércoles en Asunción. Más allá del oportunismo y del negocio que representan la cuestión medular de su existencia, esta Supercopa Internacional otorga un título oficial.
Ahora bien, ¿cuál es su valor intrínseco? Sin dudas que se trata de una observación subjetiva y discutible. Para empezar, hay que destacar que quienes la juegan consiguieron en cancha su derecho con campañas importantes. River fue campeón y Talleres alcanzó una figuración que si bien no le alcanzó para dar una vuelta olímpica, lo depositó en este juego decisivo.
Sin embargo, ninguna copa a partido único puede tener el peso de otras en las que su ganador se impone sucesivamente a sus rivales como el mejor de todos. No es lo mismo. Pero valen. La cuestión estadística, en estos casos, pueden llamar a engaños. Porque la estrella a obtener este miércoles en Asunción valdrá uno, lo mismo que la obtenida por River en 1977, cuando ganó un Metropolitano con 46 fechas de duración, el torneo profesional más largo de todos.
Para todos los gustos
Las copas organizadas por la AFA han sido, en líneas generales, acuerdos meramente recaudatorios, donde lo deportivo pasa a un tercer o cuarto plano. Lo trascendente es que la máquina fabricante de divisas no se detenga. Y a lo largo de la historia, hubo numerosos ejemplos de copas o competencias de dudoso o nulo valor deportivo. Y no crea que ello viene de la mercantilización del fútbol de las últimas décadas.
Ya en el amateurismo, un comercio donaba a la AFA o a cualquier ente rector provincial una copa u 11 medallas con el objeto de promocionar su marca y allá iban los equipos a presentarse para sumar una estrella. Así, la competencia madre, la más seria, que generalmente hacía enfrentar a sus participantes por el sistema más equitativo y justo conocido como el de “todos contra todos”, valía un título, lo mismo que estos desafíos, muchos de ellos reducidos a copas de pocos juegos o choques de apenas 90 minutos.
Ejemplos hay muchos y de distintos nombres: Copa Estímulo, Copa de Honor, Copa de Oro Watson Hutton, Copa Confraternidad, Campeón de Campeones...
Entre 1939 y 1949, la AFA llegó a organizar la Copa Adrián Escobar, un torneo relámpago al que clasificaban los primeros siete del Campeonato de Primera y cuyo desarrollo se agotaba en dos o tres días, con partidos de 40 minutos de duración (dos tiempos de 20). Algunos equipos jugaban dos o tres partidos por jornada y en caso de empate se desempataba por número de córners a favor. Sus ganadores, aunque se trata de un torneo antirreglamentario, se encuentran incluidos como oficiales en el listado de campeones afistas. La Liga Cordobesa recogió el guante, copió el formato, y también organizó un par de ediciones con esas características y que fueron ganadas por Belgrano (1942 y 1944).
Más cercano en el tiempo, también surgieron otras copas que se incorporaron a las estadísticas sin mayor barullo. La Conmebol también recurrió a esa estrategia para complacer a un patrocinante o para vender un derecho televisivo con torneos que nacen y fenecen sin que nadie los recuerde, como la Copa Masters, la Nicolás Leoz o la Suruga Bank.
Supercopa Argentina, Copa Bicentenario, Trofeo de Campeones son los últimos nombres incorporados, además del de la Supercopa Internacional, que el año próximo mudará su denominación a Supercopa LPF, para no quedar atada a una sede internacional que la condicione. Eso sí, seguirá valiendo a la hora de contar estrellas.