Luego de estas tres presentaciones realizadas por Franco Colapinto en su reincorporación a la F1 al comando del Alpine, vuelve a tomar altura y en ocasiones hasta desmedida la popularidad del joven piloto pilarense, poseedor de un carisma contagioso, dotado de frescura, desfachatez y naturalidad.
Colapinto maneja los tiempos y eso que tan sólo cumplió 22 años hace unos días. Todo ha sido muy reciente, pero debe ponerle algo de pausa a su manera vertiginosa de ir y venir, de entrar o salir.
Aparece y desaparece con el mismo rigor y se maneja con algunas excepciones. Hay personas de todo tipo, con y sin experiencia o códigos, que suben digital y mediáticamente la infinidad de ocurrencias y acciones que van apareciendo o armándose en cada carrera.
Eso no es malo. Es bueno porque la justificación periodística ya se la ganó. Nadie quiere quedar mal o ser víctima de su desinterés, de su falta de atención o de un desplante.
No lo critican porque consideran que hacerlo es carecer de nacionalismo. Y creen que es dañino para su imagen.
Desde esa óptica, viéndolo con ese cristal, analizando desde dicho ángulo, las justificaciones son mayoría. Los aciertos se destacan y los errores se minimizan.
Esto genera y provoca que los anti-Franco estén “al salto” observando su derrotero. Y que los fieles salgan a degollar a los detractores.
Caruso Lombardi, por citar uno, factura con denostar a Colapinto porque nunca estuvo entre los 10 primeros y se agazapa en dejar bien claro que “hay mucho ruido y pocas nueces”.
Obvio, todos sabemos que Ricardo no sabe de esto, pero posee una ventaja: se anima, lo dice y ya es suficiente para sus fines.
Y, en rigor de verdad, nuestro país funciona así. La enorme colonia argentina en Cataluña salió a emular a los compatriotas que en la recta principal de Interlagos, por picardía de algún despabilado, pedían a gritos la presencia del “nene”.
Hay una masificación de su figura por el solo hecho de que los argentinos somos los fans más fieles del mundo, ruidosos, muy machos con nuestros ídolos, y han futbolizado su imagen.
Franco tiene el teléfono explotado. Personalidades como Gabriela Sabattini o Valeria Maza, por citar algunas, hasta lo esperan que las atienda sin chistar, cuando y en el momento que pueda.
Este combo es el que realmente hizo grande en esfervescencia al chico de Pilar.
Todos se babean a pesar de que ese es un término que nunca me gustó usar, pero que calza bien en este caso.
Si ese recurso de seducción que posee lo termina redondeando con resultados deportivos que aún no han llegado, su explosión alcanzaría dimensiones inusitadas y nadie se acordaría dónde compra las empanadas Darín o si las pagó caras.
Reutemann, “el Lole”, por ejemplo, fue lo inversamente proporcional a este muchacho. No se le caía una mueca o una frase rimbombante o un gesto o expresión contagiosa, no hablaba, pero con buena presencia y estilo la gente lo respetaba y más aún las mujeres, que por su facha lo adoraban. Pero tenía una virtud que lo hacía diferente: ganaba, peleaba arriba, fue top más de una década y le decían también “pecho frío” o “segundón”.
Qué locura, qué nivel desproporcionado de ignorancia deportiva. El tipo era un tester diferente y le daban una chancha no importa de qué color y te devolvía un F1. Ponía a punto lo que le tiraran y era exageradamente minucioso hasta el límite.
En el Gran Premio de Argentina, en enero del ’74, los muchachos tiraban papelitos cuando los autos salían a la vuelta de formación. Venía tan cómodo ganando esa calurosa jornada que, a menos de 30 vueltas para el final, Perón, por entonces presidente, se hizo llevar en el helicóptero para galardonarlo, pero Reutemann no pudo. La toma de aire se salió, el auto consumió más combustible y quedó tirado después de Ascari con Carlos devastado, sentado en una de las gomas del Brabham. Ese día, el Gálvez era una cancha de fútbol.
Nunca, recuerdo bien, en toda mi vida, a la puerta de un hotel, vi tanta concentración de gente esperando la llegada de un piloto como la de él en el año ’80, durante el Rally de Tucumán, por el campeonato del mundo.
Eso fue alucinante. Los alrededores del Gran Hotel eran una muestra cabal de cariño y respeto. Quedó en mi retina, ahí comprendí qué representaba y las únicas redes que habían eran las de la canchita de básquet que estaban en los aros de la escuela secundaria que colinda con el establecimiento. No era como ahora.
Para quienes no lo saben, “el Lole” sigue siendo el único piloto de la categoría suprema en el mundo que hizo podio en un rally del WRC y eso sucedió dos veces, en “el Jardín de la República”, con el Fiat 131, año ′80, y en Córdoba, con el Peugeot 205, en el ′85.
Pero retomando el hilo, relacioné las diferencias en estilo y personalidad entre el último de los ídolos que teníamos en F1 y el más reciente que está floreciendo, pero con metodologías distintas y con hechos muy dispares. El santafesino no tenía redes, pero sí TV. (Más atrás en el tiempo, Juan Manuel Fangio, el quíntuple campeón, ninguna de las dos cosas).
Uno fue ganador en 12 carreras puntables y el otro está buscando su camino para serlo. Pero me atrevo a dejar una conclusión a pesar de las dicotomías que enumeré y consideré. No tengo dudas de que el respaldo y soporte digital, electrónico, o llámenlo como se les ocurra, genera un fenómeno inigualable.
En Mónaco, en determinado momento, pasé por la curva de la Rascasse, la última y una de las más lentas, que te llevan hacia la recta principal, y me acordé del día en que ganó Reutemann. Quien relató esa carrera para la TV en el país (como ya lo expresé en otra columna) fue Héctor Acosta, quien se vio invadido por la emoción.
Recuerdo que fue muy criticado por algunos porque en esa época no se abría tanto la gente para exponerse en medios públicos con esos sentimientos. El equilibrio y la neutralidad debían prevalecer, se aclaraba. Lagrimear al aire no era lo correcto. Eso decían los pacatos de la época.
Cuando estaba en segundo año de la escuela de periodismo de la Universidad Nacional, recuerdo que un “profe” mencionó en clase que el relator se había excedido, cosa que al día de hoy no me parece que haya sido un error o una equivocación.
Pero, bien, si en el hipotético caso Colapinto hubiera ganado hace dos semanas en el principado y Fernando Tornello (relator de Disney) no hubiese llorado por semejante suceso, lo habrían catalogado de frío y poco profesional, o dinosaurio, más allá de valorar o no sus excelentes condiciones televisivas. Cómo han cambiado las cosas, ¿no? De suceder esto, Adrián Puente tal vez se inmole y se tire sobre el auto. No deja de ser una probabilidad, con todo el cariño que le tengo. Hoy, si no tirás buena onda, sos “viejo meado”, “geronte” o renegado. No debería ser así,
Guarda con la popularidad. Es más difícil de manejar que el propio Alpine y peor si llega a ser mal entendida. Como con el auto también podés pegarte, irte afuera o romperla, no contra una valla de contención, pero sí contra la realidad.
Andrea, mamá de Franco, con quien charlé un buen rato en cercanías del box de su hijo, me dijo: “Es un niño, tantas cosas le están pasando con sólo 22 años”. No quise pasar por alto hacerle entender, como símbolo de paz que busca para Franquito, que la cercanía de José María “Pechito” López y su señora le iba a servir para ordenarse en una ciudad donde vive solo y en la que algunos que lo triplican en edad aún no le tomaron la vuelta. Está a solas cuando regresa a casa luego de tanto barullo de las carreras y es indefectiblemente muy chico.
Todo está dado para ganar en espacio y seguir creciendo en reconocimiento, pero guarda con los Caruso Lombardi, que van a seguir sumándose si el Alpine 43 no mejora su producción.
Con 44 años siguiendo esta actividad, vi muchos “Cachito de Corrientes”. Todos los que están cerca del campeón después son los primeros en irse.
Hay que evitar esos golpes y la única manera es con trabajo y esfuerzo, pero no en las redes, sino arriba del auto.
Al término del Gran Premio, Franco se fue a la sede del equipo a preparar Canadá, carrera que no conoce. Eso es lo que hay que hacer: doblegar esfuerzos. La oportunidad la tiene hoy, ¡afrontarla con esmero es construir el mañana!
Todos opinan, hablan, son especialistas, buscan protagonismo usufructuando su imagen. Pero cuidado cuando te sacan el banquito y quedás solo en el cuadrilátero. Las piñas te las pegan sólo a vos.