Igualar la cosecha de la natación argentina en Lima 2019 sonaba utópico, pero la ilusión de “ser competitivos” con un equipo en proceso de renovación fue el objetivo manifiesto de esta selección que termina los Juegos Panamericanos de Santiago 2023 con dos medallas: la de plata conseguida por el juvenil marplatense Ulises Saravia en 100 metros espalda, y la de bronce que aportó la cordobesa Macarena Ceballos en los 100 metros pecho.
Cuatro años atrás, fueron cuatro oros, dos platas y dos bronces los metales provenientes desde la pileta para el medallero argentino. Cabe aclarar que Delfina Pignatiello (3) y Virginia Bardach, autoras de las máximas conquistas, ya no están en actividad.
En Santiago 2023, Argentina metió a 25 nadadores o relevos en la final. A nivel personal, ninguno pudo en la capital chilena mejorar sus mejores tiempos al cabo de las cinco jornadas de la natación, que este miércoles cerró su actividad.
Macarena Ceballos, en modo medallista
La nadadora riocuartense Macarena Ceballos es la dueña, a cinco días del comienzo oficial de los Juegos, de la única medalla ganada hasta ahora por un deportista de Córdoba.
Su balance personal se acompañado con una sonrisa y es abarcativo: “Fue un gran torneo para mí. Fue un gran año”.
Para el equipo argentino, también fue positivo. “Fue un torneo muy bueno para toda la selección. Desde los más chicos a los más grandes, estuvieron a la altura, metiendo finales A y finales B. Hay mucha renovación y eso es para valorar. A Lima fuimos seis mujeres y acá vinimos 14″, destacó la cordobesa.
Y aunque vino a buscar una medalla de oro, sabe que conseguir ese bronce le costó tres Juegos Panamericanos, una cirugía de hombro y un vavién de emociones que hasta la llevaron a alejarse de la natación por casi un mes.
Santiago 2023 fue una especie de redención para ella, que tocó fondo en los Juegos Panamericanos de Lima aquejada por una lesión en el hombro que la mandó al quirófano. Hoy, cuatro años después, está en su mejor momento y agradece “haber escuchado ese algo interno” que le decía “que tenía más”. O quizás, dice, era algo “que venía de más arriba”. Los ojos se le humedecen al pensarlo.
Su mamá, Liliana, fue una de las víctimas de la tragedia ocurrida en 2007 en la planta piloto de ingeniería de la Universidad Nacional de Río Cuarto, pero está tan presente en ella como su papá y sus tres hermanas; primer bastión de ese apoyo que necesitó para no rendirse e ir por ese “algo más” que sabía que tenía.
“Lo fundamental fue la operación y entender que estoy al 100%, y empezar a trabajar en eso y cada vez construir más y más. Ya con la clasificación a los Juegos sabía que este torneo, si bien es un torneazo, no es el fin del mundo para mí y creo que eso me sacó una presión extra”, explica sobre este presente, que la tiene ya clasificada a París 2024, ahora como medallista panamericana y liberada de ese persistente dolor de hombro que durante ocho años la afectó dentro y fuera de la pileta.
Su año fue positivo de principio a fin. En el Campeonato Nacional Absoluto Open en abril mejoró 72/100 su tiempo de 100 metros pecho con el que se había clasificado a los Juegos Panamericanos y sacó pasaje para su tercer Mundial de pileta larga que se disputó en Fukuoka. Allí siguió creciendo: se metió en semifinales con 1m06s69, hizo récord sudamericano y sacó paraje a París 2024. En los 200 también fue semifinalista mundial con su mejor tiempo para la distancia: 2m26s18.
“Pude entrenar realmente y disfrutar mi entrenamiento sin el dolor en el hombro. Soy yo, con todo. Puedo llorar en el entrenamiento porque la paso mal, y salgo y digo ‘wow, qué bien’. Hoy disfruto esto, estoy en mi mejor momento físico, anímico y demás. Era el torneo para cerrar el buen año”, admite.
–¿En qué te apoyaste para resurgir y para hoy estar en este nivel y ser medallista panamericana?
–Primero, en mi familia: mi papá y mis hermanas. Después, tuve mis primos, mis abuelos, mis tíos. Y después, en que siempre me quedaba ese algo interno que me decía que tenía más. No sé si venía de más arriba o era algo mío, pero me decía que tenía que seguir. Y hoy agradezco haberlo escuchado.
–¿Y en lo deportivo?
–En lo deportivo, en sentir que un equipo siempre me apoyaba a seguir. Muchos de los chicos que están acá, también estuvieron en Lima y fueron un apoyo muy grande. Yo se los dije en el Mundial a Guido (Buscaglia, nadador) y a Fede Diez (entrenador): yo seguí por ellos. Mis logros son por ellos también. Si no hubiese tenido su aliento, no habría seguido.
–Desde los Juegos de Toronto, se vio siempre que son un equipo, por más que sea un deporte individual…
–Por ahí la “camada vieja” nos forjó muchísimo, somos muy amigos. Y estamos intentando inculcárselo a los más chiquitos para que entiendan que la esencia, siendo un grupo, es que si te va mal o bien, podés confiar en tu mejor amigo que tenés acá o en uno que recién conoces, que siempre hay un abrazo para el que lo necesite, que contás con tus entrenadores…
–¿Con qué cosas desconectas para quitarte un poco de exigencia?
–Vivo. Después del Mundial sabíamos que tenía que sumar un 1% para la marca que yo quiero y me cebaron de más y sumé un 10% y tuve dos o tres semanas recontraestresada porque no me daba el tiempo. Sumé una hora más de entrenamiento por día, después tenía que ir a cursar (estudia Periodismo) y estaba colapsada. Pero sé que todo es por un sueño, que son los Juegos Olímpicos, y a veces digo ‘basta, no puedo más’, pero tengo un equipo atrás que me apoya.
