La irrupción de los módulos de computación y, ahora, de la inteligencia artificial, pusieron en evidencia de manera descarnada un rasgo fundacional del ajedrez: sigue siendo un juego humano y, por ende, atravesado por los errores de los ajedrecistas.
Es el condimento que mantiene vivo el interés en una partida y demuestra lo difícil que es acertar con las movidas correctas mientras corre el tiempo del reloj y los nervios nublan la toma decisiones.
Eso le pasó al ahora excampeón mundial chino Ding Liren, quien, en una posición de tablas, es decir, completamente igualada, cometió uno de los peores errores que se recuerden en la historia de los campeonatos mundiales: colocó su única torre en una casilla que no debía e inmediatamente su posición se derrumbó, como su semblante.
Hay muchos ejemplos de “cegueras” en instancias decisivas cometidas por grandes jugadores. Karpov, Kasparov, Carlsen o el mismísimo Bobby Fischer alguna vez metieron la pata y cometieron un error propio de un aficionado. Por eso es que muchos entrenadores les dicen a sus discípulos: “nunca abandones una partida, aunque sientas que todo está perdido. Es posible que tu rival te dé una oportunidad”.
El gran maestro argentino-polaco Miguel Najdorf decía que en ajedrez gana el que comete el penúltimo error.
El más joven
Justo en la tierra donde los historiadores sostienen que se habría originado el ajedrez, en la India, hacia allá viajó la corona mundial. El retador indio, ahora campeón con todas las letras, Dommaraju Gukesh de 18 años, primero pestañeó sin entender qué estaba pasando. Miró para todos lados buscando alguna complicidad. No podía creer lo que estaba viendo sobre el tablero. Su rival de ojos rasgados le entregaba en bandeja la gloria.
Tomó agua, respiró hondo, miró hacia arriba y remató la partida ante la desolación del chino, horrorizado por un gafe equivalente a un gol en contra en el fútbol.
Como sea, Gukesh, que para muchos era el favorito, se convirtió en el campeón mundial más joven de la historia. Desplazó a Garri Kasparov, quien, en 1985, con solo 22 años, derrotó a Anatoli Karpov. Antes, ese récord estaba en manos de Mijail Tal, quien a los 23 años despojó del cetro al patriarca del ajedrez soviético Mijail Botvinik.
Gukesh es el abanderado de una camada de jóvenes maestros surgidos al calor de gygas y gygas de módulos de computación. No es de extrañar que más pronto que tarde, otro prodigio vaya en busca de quitarle el título.
La era de la inteligencia artificial, al parecer, acelera los tiempos de los ajedrecistas, cada vez más jóvenes y cada vez más buenos. El caso de Faustino Oro es un claro ejemplo de estas circunstancias. A los 11 años se convirtió en el maestro internacional más joven de la historia. Ni Fischer ni Kasparov jugaban tan bien a la misma edad de Faustino. Como él, hay una pléyade de niños y jóvenes de los que Gukesh tendrá que cuidarse en el futuro.