El gran maestro Oscar Roberto Panno tiene merecido el título de ser el mejor ajedrecista nacido en Argentina. En 1953 fue el primer campeón mundial juvenil que dio este país. También fue campeón juvenil sudamericano y dos años más tarde fue tercero en la clasificación del Interzonal de Gotemburgo, lo que lo llevó a ser considerado un “top ten” del ajedrez mundial.
A sus 90 años, Panno es el último exponente de una época dorada del ajedrez argentino, cuando en las décadas del 50 y 70 nuestro país era principal animador de las olimpíadas ajedrecísticas, obtenía títulos mundiales individuales y era una referencia para la flor y la nata del ajedrez en cuanto a la realización de competencias internacionales.
Es tan vasta la trayectoria de Panno que es difícil hacer una reseña. Mientras tanto, Panno ha sido (y sigue siéndolo) un protagonista de la historia de este juego, tanto en el plano nacional como mundial. Esta entrevista fue realizada hace algún tiempo ya, ocasión en la que este maestro de mil batallas aceptó hacer un recorrido por su propia historia.
Antes, brevemente, vamos a señalar que nació el 17 de marzo de 1935, en la ciudad de Buenos Aires. Entre los reyes que tumbó figuran los de Bent Larsen, Víktor Korchnoi, Boris Spassky, Erich Eliskases, Lazslo Szabo, Lev Polugaievsky, Henrique Mecking, entre otros. Se inició en River Plate, club en el que forjó una destacada trayectoria docente, y en 1962 se graduó como ingeniero civil en la UBA.
Al decir del maestro internacional Guillermo Soppe: “Oscar Panno es un jugador con una comprensión de la estrategia al nivel de los campeones mundiales”.
–En una época, Argentina fue un referente mundial del ajedrez. Se jugó el match Capablanca-Alekhine en 1927, el Torneo de las Naciones de 1939, fue sede de prestigiosos torneos internacionales ¿Qué visión tiene de aquella época y cómo influyó en su carrera?
–Algún autor ha escrito, a propósito de aquellos años, que fue la época dorada del ajedrez en los años 50. Ocurre que hubo una influencia muy importante a partir de la olimpíada de 1939 cuando muchos maestros extranjeros se quedaron a vivir en el país a causa de la Segunda Guerra Mundial, como fue el caso de Miguel Najdorf. Pues bien, en los ‘50 eso impulsó algunos éxitos. En las olimpíadas salimos tres veces segundos y logramos dos títulos mundiales juveniles, el mío y el de Carlos Bielicki. Como toda institución, la Federación Argentina de Ajedrez (FADA) ha tenido dirigentes buenos y no tan buenos. Yo creo que cerca de los ‘70 se politizó la dirigencia del ajedrez y había una tendencia a enojarse con los maestros. Argentina venía de tener competencias formidables, como el match Capablanca-Alekhine en 1927 y el logro fantástico que fue el Torneo de las Naciones de 1939 gracias al influjo de un gran dirigente y jugador como Roberto Grau. Pero a la siguiente olimpíada que le tocó organizar a la Argentina, la del ‘78, todos los referentes de primer nivel del país fueron excluidos. Se hicieron dos equipos y no figuraban Najdorf, Quinteros, ni Panno. Cuando nos saludaban (Svetozar) Gligoric o (Yuri) Averbach nos decían ‘¡Qué le pasa a este país!’. Sí rescato en la década del ‘50 a Juan Carlos Laurens, una excelente persona y un gran dirigente. La dirigencia de aquellos años tal vez haya estado muy influenciada por Miguel Najdorf, quien quería imponer su visión y por ahí se habrían cometido algunas injusticias. También menciono a Emilio Rosso, una persona muy sensible que nos acompañó a la olimpíada en Lugano. Y, por cierto, a Antonio Carrizo, quien fue uno de los grandes dirigentes que tuvo la FADA. Le interesaba el ajedrez. Era amigo de Miguel Quinteros y Bobby Fischer y, en general, quería mucho a los ajedrecísticas. También hay que decir que la combinación de dirigente y jugador no es la más afortunada. En esa vorágine política de FADA se opacó la actuación del maestro Carlos Guimard. Se llegó a decir que el 95 por ciento de sus energías las gastaba atendiendo demandas judiciales, asambleas y otros tantos trámites más, lo cual mermó su actuación ajedrecística.
–En Argentina a los ajedrecistas no les ha sido fácil convertirse en profesionales. Alguna vez usted dijo que se consideraba un fuerte jugador amateur.
–El ajedrez no ha sido una carrera para nadie en nuestro país. No había mercado para ser un ajedrecista profesional. Si vamos a ese terreno, yo me considero como usted dice, tal vez, un buen amateur. Yo rendía mucho más yendo a jugar al extranjero o al interior del país, porque estaba tranquilo. Pero acá no, uno tenía que trabajar y después ir a jugar. Ser local es una ventaja en el fútbol, pero en ajedrez, no, había que bancársela. Durante tres años, cuando decidí “suspender” a la Federación, en el año 58 jugué 104 partidas magistrales. Ese año fue lapidario. Pero me decían: “Usted no puede jugar la final del Campeonato Argentino si no juega el clasificatorio”. Y yo les decía que no tenía tiempo. Fue ahí que llegué a la conclusión de que el ajedrez era un pasatiempo, que me gustaba mucho, pero me dije: lo haré cuando pueda y me convenga. Estuve tres años sin jugar una partida, tenía las materias atrasadas de la Facultad de Ingeniería y empecé a dar finales.
–De todos modos, cuando usted volvió a jugar, no se notó que hubiera estado fuera del tablero, porque sus resultados fueron extraordinarios.
–Cuando retomé, no miraba mucho ajedrez, tal vez alguna partida en el diario. En esa época era como andar en bicicleta, usted dejaba y después podía volver. En el ‘69 jugué el Palma de Mallorca, pero más bien sobre los ‘70 volví al ajedrez magistral, en el Interzonal que ganó Bobby Fischer en 1971. En aquellos años recuerdo que estuve primero con Ljubojevic en el ‘72, jugué con Korchnoi, Polugaievky, Larsen, Reshevsky y otros grandes jugadores. En ese momento alcancé mi cúspide. Aunque, tal vez, mis mejores años los pasé sin jugar al ajedrez. Y en el fondo había un problema con los dirigentes. Había que invertir recursos, pero ellos decían: “¡No! es obligatorio jugar los clasificatorios sino quedan descalificados para las representaciones en las competencias internacionales”. Y sonaba a chantaje: no te daban un centavo y debíamos jugar la preliminar del Campeonato Argentino. Yo venía de jugar 104 partidas, y les decía: puedo jugar la final del argentino, pero no puedo jugar la preliminar porque no tengo tiempo. El concepto era que los maestros tenían que jugar para enseñar a los abajo, pero no me daban los tiempos, sinceramente.
–La historia del ajedrez argentino también se forjó a partir del empuje de los clubes…
–Siempre rescato el aporte del Club Argentino, que nació en 1905 y fue un poco la federación en la primera parte del siglo 20. En esa época trajo varios maestros extranjeros. Cuando yo era chico, oía hablar de un médico, Schwartazman, que había sido 20 años campeón del club. Yo lo llamaba el “profesor Magiclik” ¡tenía 104 años! Me preguntaba cómo se puede ser 20 años campeón. Y yo fui en realidad 28 años campeón del Club Argentino. La primera vez cuando le gané a Piazzini en el ‘53. Pero en el ‘65 había un jugador, Rubén Rolansky, que le había ganado al maestro Espósito. Entonces nos propusimos con Raúl Sanguinetti, Cruz y Casas jugar el campeonato del club y recuperar el título, que había salido de las manos de los maestros. Me tocó ganar a mí esa selección. De ahí en adelante fui 27 años campeón ininterrumpido. Incluso ¡casi corrimos el riesgo de jugar un match con Najdorf! “Eta (esposa de Najdorf) me dijo: ‘No juegues porque Miguel me va a volver loca”. Ella tenía la experiencia del match con Reshevsky, cuando su marido se puso insoportable. En beneficio de una gran amiga, no jugamos ese match.
La era de silicio
–Cómo valora la “era electrónica” del ajedrez.
–Yo creo que la influencia de la electrónica en el ajedrez ha sido tremenda. Cualquiera puede tener cuatro millones de partidas en su computadora que jamás podrá ver a todas. Tendría que vivir 300 años. Nuestra preparación era muy distinta. Al no tener computadora, dependíamos de nuestros propios análisis, más la información que encontrábamos en las revistas especializadas de la época y los informadores yugoslavos, que recogían las partidas de todo un semestre en el mundo. Ahora, los ajedrecistas tienen la posibilidad de poner una máquina a sacar la verdad de una posición. Usted me dice que, así, la mente del ajedrecista se vuelve más perezosa, y yo le digo que es un elemento que no se puede soslayar.
–La pandemia transformó el ajedrez en un duelo frente a una pantalla. ¿A usted le parece que eso influye en los resultados, por el hecho de no tener cara a cara los rivales?
–Yo no me doy cuenta de la parte psicológica a la que usted se refiere. Porque eso depende de cada uno. Cuando usted está en una partida, usted juega contra el tablero, no contra una mano que mueve las piezas. Usted es el general de su ejército, de su posición. A usted le duelen las casillas. Si tiene una debilidad está sufriendo, si a su Rey le falta el aire usted también se siente sofocado. Sólo podrá sentirse aliviado cuando juegue h3. Ahí respira como si fuera aire nuevo. Si usted se concentra en el tablero, no nota una gran diferencia entre el ajedrez presencial y el virtual. Admito que hay quienes están pendiente del adversario. Korchnoi usaba lentes espejados y Karpov protestaba porque no podía verle los ojos. Pero, claro, depende de cada uno.
Korchnoi y Karpov
–Anatoli Karpov ha contado alguna vez que cuando lo tuvo a Miguel Tal como analista, éste le proponía revisar las variantes estudiadas jugando blitz. ¿Qué le parece esa receta?
–No conocía esa historia. Es una práctica interesante. Me imagino que es comparable con el tenis, que es un deporte que me gusta. Cuando aprendemos un golpe, lo ensayamos sin importar a donde vaya la pelota. Lo importante es que uno se acostumbre. A propósito de ese maridaje de Tal como ayudante de Karpov, tengo una historia del match de Baguío en 1978. Yo estaba ayudando a Korchnoi. Se produjo una cuestión en la partida 21, una Defensa Ortodoxa. Resulta que Karpov planteó una variante loca, se pone a empujar peones y no sé cuánto. Entonces nos dijimos: esto es influencia de Tal, no es el estilo de Karpov. Korchoni se bancó el empuje y ganó la partida. Esa partida no la ganó Korchnoi, ¡La perdío Tal!
–Ya que estamos, maestro, ¿Qué pasó en la última partida de ese match? Usted le recomendó una Defensa Francesa, pero Korchnoi no le hizo caso…
–Yo le había sugerido a Korchnoi la Francesa, porque no había perdido nunca con esa defensa. El detalle era aguantar esa partida con negras y llegar a las blancas para asestar el golpe a Karpov. El resto del equipo no estaba de acuerdo. Keene y Stean, los ingleses, ya habían estado con Korchnoi en Belgrado cuando jugó con Spassky y habían preparado una variante de la Defensa Pirc que no se había podido plantear. Además, a la última Francesa Korchnoi la había sufrido y llegó a estar perdido, pero zafó. Bueno, después pasó lo que pasó. Karpov ganó la partida y retuvo el título.
Inmortal de Gotemburgo
La partida que Panno le ganó a Boris Spassky, un ascendente gran maestro soviético quien luego se convertiría en campeón mundial, se jugó en el Interzonal de Gotemburgo, en 1955. Es una de las perlas que atesora el ajedrez argentino. Así cuenta el maestro los momentos culminantes de aquel juego en el que llevaba las piezas blancas.
–En su famosa partida con Spassky, en Gotemburgo 1955, siempre me he preguntado ¿cómo estaba de tiempo cuando hizo esa maravillosa combinación?
–Había poco tiempo, tal vez un par de minutos. Pero había que llegar bien en medio de esa vorágine. Me acuerdo que cuando entregué una Torre para entrar con jaque con la Dama, en ese momento pensé: ‘Yo acá ganaba, pero ¡¿cómo era?! ¡¡se me cae la aguja!!’. Y entonces había que jugar. ‘¡Ah! ¡Era Torre 8!’ Y ahí terminó la partida. Yo la tenía más o menos vista a esa jugada, pero, claro, con poco tiempo es más difícil. Por eso me gusta mucho más el reloj digital el que le da segundos extra.
–La administración del tiempo en una partida es clave…
–El maestro tiene que aprender a administrar el tiempo. Había grandes jugadores, como César Corte, pero era un horror con el tiempo. En la jugada 8 ya le quedaban cuatro minutos. Después jugaba a todo ritmo, pero en general le iba a mal. Usted no puede acertar siempre, por ahí ganaba una partida, eso no es ajedrez profesional. A mí me pasaba que quería hacer jugadas perfectas y Raúl Sanguinetti, que era un filósofo y un gran amigo, me decía que no hay que hacer jugadas perfectas, sino las suficientemente buenas. Tengo otra historia de Miguel Nadjorf con Herman Pilnik. Pilnik pensó una hora antes de sacrificar un peón. Najdorf ve que se lo puede comer, pero juega otra cosa y termina ganando la partida. Entonces Pilnik le reclama: “¿Pero usted ni siquiera vio que había un peón que podía comerse?”. Y Najdorf le contestó: “Usted es un gran maestro, pensó una hora ese sacrificio. Yo tenía que pensar otra hora para ver si podía sacar una ventaja”. Pilnik le retrucó: “¿Y usted que ganó con eso?”. “¡Una hora en el reloj!”, le contestó el “Viejo”.
La posición después de la jugada 32 de las blancas Th8+!! es el momento culminante de la obra de arte de Panno que llevaba las piezas blancas contra Spassky.

La partida completa
Blancas: Oscar Panno; negras: Spassky. 1.Cf3 Cf6 2.g3 c5 3.Ag2 Cc6 4.c4 e5 5.Cc3 Ae7 6.0-0 0-0 7.d3 d6 8.Tb1 Tb8 9.a3 a6 10.Ce1 Ag4 11.b4 cxb4 12.axb4 d5 13.b5 axb5 14.cxd5 Cd4 15.h3 Ah5 16.g4 b4 17.Ce4 Cxe4 18.dxe4 Ag6 19.Ad2 Cb5 20.Axb4 Axb4 21.Txb4 Da5 22.Cd3 Cc3 23.Dd2 Tfc8 24.Db2 f6 25.Ta1 Dc7 26.Ta7 Dd8 27.Tbxb7 Cxe4 28.Cxe5 fxe5 29.Axe4 Axe4 30.Txg7+ Rh8 31.Txh7+ Rg8 32.Th8+ Rxh8 33.Dxe5+ y las negras abandonan 1-0.