Un jardín de infantes de la zona rural de Río Tercero resulta un buen ejemplo de la importancia de la inclusión cultural de los inmigrantes, así como de las condiciones de trabajo de nuestros docentes.
Los niños que asisten al jardín son, en su gran mayoría, de origen boliviano. Sus familias son muy pobres. La principal actividad laboral de sus padres está ligada a los cortaderos de ladrillo.
En sus casas, hablan sobre todo en quechua; casi no recurren al castellano. No tienen energía eléctrica y se abastecen de agua del río.
Estos datos de contexto los obtuvo la maestra cuando se propuso profundizar en las costumbres de estas familias, a las que visitó en sus hogares y compartió sus comidas.
Esa pequeña investigación le sirvió para aproximarse a su objetivo: en el marco pedagógico correspondiente al nivel inicial, insertar a sus alumnos e integrarlos a la comunidad.
En la provincia, hay muchos proyectos similares. El aula tiene que ser un espacio donde se pueda educar y, al mismo tiempo, acortar la distancia cultural y la desigualdad que se registre entre los niños.
Como en la última década la cantidad de extranjeros que residen en la provincia creció de modo significativo, la inserción de estos chicos en nuestras escuelas representa un verdadero desafío.
En este sentido, aún se nota la ausencia de una política oficial que oriente y apoye a docentes y directivos.
Trabajar a favor de la integración cultural no puede ser algo que decida el docente según su predisposición o no. El problema es que todo parece indicar que, si lo hace, sólo cuenta con su intuición y el sentido común.
La maestra del jardín de Río Tercero es un ejemplo de que se puede trabajar a favor de la integración, en vez de imponer a los “recién llegados” un modo de ser y de actuar; una identidad cultural, en última instancia, que no respeta los patrones culturales imperantes en su núcleo familiar.
Pero también es un ejemplo de que la decisión de orientar sus clases hacia el objetivo de la integración no puede ser sólo de ella. Esta maestra tiene que realizar mucha tarea fuera del jardín para que su estar en el aula sea fructífero. Es loable su accionar, pero vale preguntarse: ¿esa actividad extra está reconocida en su salario? ¿Con qué apoyos oficiales cuenta desde el Ministerio?
La integración social de los hijos de los inmigrantes depende, en gran medida, de lo que pase con ellos en las escuelas.
Lo vivimos hace un siglo, bajo otro paradigma educativo. Nos toca enfrentarlo de nuevo ahora, en el marco del pluralismo cultural.