País siempre desconcertante, la Argentina tiene la capacidad de festejar con bombos y platillos sus más notorios fracasos, apelando para ello a todo el cotillón de la militancia y las claques siempre sospechadas de estímulos ajenos a sus convicciones más profundas.
Además, lo hace por cadena nacional, en la certeza de que se debe glorificar la pequeñez, cuando la grandeza es un bien esquivo que se empeña en tomar prudente distancia entre ella
y nosotros.
En su enésima cadena nacional, la presidenta Cristina Fernández anunció un nuevo aumento, el segundo anual, para jubilados y pensionados. De paso, la emprendió contra la historia; la nuestra y la de otros.
Ante la magnitud de lo dicho –y lo omitido–, hasta parece una pequeñez eso de que haya violado la ley, al realizar publicidad de actos de gobierno en plena veda electoral.
Pero la grosera liviandad de caracterizar como "grupos de tareas" a periodistas y jueces, como si la labor de estos guardara semejanza alguna con la de quienes asesinaron a destajo, implica una vez más entrar a saco en la historia, para narrarla desde los bordes y hacerle decir lo que nadie escribió ni se atrevería a sostener.
En ese plan, afirmar que la existencia de Adolf Hitler se explica sólo por el Tratado de Versalles connota una intencionada ceguera, tanto como relatar la radicación de Mercedes Benz en Argentina a título de hazaña del primer peronismo, ignorando (quizá) que hay indicios ciertos de que con ello se facilitó el vasto plan de lavado de activos que el nazismo había saqueado a la Europa toda. A veces es difícil diferenciar entre la ingenuidad y la perversión lisa y llana.
Mas acá del estruendo de los aplausos, nada hay para celebrar en esta prepotente fiesta del dislate, y sí mucho para deplorar. Por ejemplo: que pocos o casi ninguno desde la oposición puedan exhibir la estatura y los conocimientos suficientes para rebatir estas verdades de cabotaje que se disparan desde la tribuna oficial a caballo de una indiferencia generalizada que la consiente por acción u omisión.
Y la coronación de este enorme esfuerzo
por derribar mosquitos a cañonazos no deja de ser una pieza mayúscula de la impotencia argentina. Un gobierno que celebra pagarles a sus jubilados 4.200 pesos es, básicamente, un gobierno cínico, tanto como quienes celebran a coro el logro de condenar a la miseria a millones de adultos mayores a los que se retribuye con la mitad de lo necesario para afrontar el pago de una canasta mínima.
Esa, sí, es la foto perfecta de nuestro fracaso, ese que festejamos porque nada tenemos para festejar y, al menos, nos regodeamos siendo los peores porque no sabemos ser mejores.
Hace historia
La Presidenta no sólo viola la veda electoral con anuncios de gobierno, sino que vuelve a incurrir en errores históricos elementales y a celebrar medidas que ningún estadista serio celebraría.
7 de agosto de 2015,
