Argentina necesita resignificar la función de sus legislaturas. En todos los órdenes –tanto el nacional como el provincial o el municipal–, ediles y legisladores se asociaron en los últimos años para que la institución parlamentaria quede opacada y hasta reducida al ridículo, en una rara muestra de subordinación, ineficacia y prácticas prebendarias.
Como esto se sabe desde hace mucho, no produjo mayor sorpresa enterarse de que legisladores como Julio De Vido, Máximo Kirchner, Axel Kicillof o el combativo Rodolfo Taillhade no presentaron este año proyecto alguno, lo que no es obligatorio, pero sí llamativo. Quizá para no quedar registrados en el mismo lote de quienes sí lo hicieron, abundando en homenajes, adhesiones, declaraciones y propuestas dignas de un programa cómico. Nada nuevo, pero la costumbre no debería incluir en este caso cuota alguna de tolerancia para con prácticas que desnaturalizan el sistema.
Los elegidos para la función de legislar sobre los temas que a todos nos preocupan son –podría suponerse– los mejores entre sus pares y deberían sentirse obligados a demostrarlo, tras años de asistir a una actividad parlamentaria signada por la obediencia debida de una cómoda mayoría a los designios del Ejecutivo de turno.
Los debates sobre temas centrales para la buena salud republicana deben ser el espejo donde nuestra sociedad puede verse reflejada en la búsqueda de los consensos necesarios orientados al bien común. Su ausencia o la pérdida de tiempo, de esfuerzo y de recursos en nimiedades es, por lo contrario, la certificación de nuestra falta de vocación de grandeza.
No se trata aquí de argumentar sobre la necesidad de reducir el peso de las legislaturas por su costo e ineficacia –argumento sobre el que Córdoba montó la extinción de su Bicameral, con un resultado no menos costoso ni más eficiente–, ni abundar sobre el estado de cosas que ha llevado a que nuestro Concejo Deliberante tenga que limitar el número de homenajes y adhesiones propuestas a efectos de poder abocarse a lo importante. Se trata de abogar por parlamentos y parlamentarios conscientes de su función y responsabilidad, y por ejecutivos que dejen de practicar la tiranía del número para evadir las discusiones o archivar los pedidos de informes de la oposición. La tarea de recuperar la credibilidad les atañe a unos y otros.
Se legisla en el palacio de las leyes, podría agregarse, y no en los paneles de programas de televisión donde no pocos diputados y senadores de distinto cuño parecen trabajar de artistas invitados. Si comenzamos a esforzarnos por comprender estas cuestiones, es probable que antes de que pase mucho tiempo estemos ocupándonos de las cosas que importan. La ciudadanía
lo agradecería.
Por una cabal representación
Los debates sobre temas centrales para la buena salud republicana deben ser el espejo donde nuestra sociedad puede verse reflejada en la búsqueda de los consensos necesarios orientados al bien común.
31 de octubre de 2016,
