En la actualidad, el cambio climático ocupa un lugar especial en la agenda de la sociedad. Asistimos asombrados a eventos meteorológicos extremos cada vez más notorios y prolongados. Muchas veces, nos transformamos en meros espectadores de los hechos sin detenernos a pensar cómo podemos contribuir a mitigar esos sucesos.
Tenemos al alcance de nuestras manos uno de los elementos más importante para paliar los efectos negativos del cambio climático: el árbol. La manera más sencilla para incidir de manera positiva en el ambiente es ocuparnos de forestar nuestra propia vereda, lo que contribuye a la conformación del bosque urbano a fin de mejorar la calidad de vida de todos los ciudadanos y genera ecosistemas saludables.
En las ciudades, cada árbol constituye un elemento primordial para mitigar el efecto de isla de calor, ya que colabora con la reducción de la temperatura ambiental, así como aporta al control de la humedad y la radiación solar que llega al suelo. Sus beneficios ambientales son múltiples: purificar el aire, producir oxígeno, servir como refugios para la fauna y hasta mejorar el paisaje.
Como ciudadanos, debemos comprometernos no sólo a plantar árboles en los frentes de nuestras viviendas sino también a conservarlos íntegramente, preservando sus raíces y copas. El árbol urbano es sinónimo de salud pública, y a los fines de mejorar sus beneficios necesitamos ejemplares grandes, que den lugar a una cobertura verde importante.
Los ingenieros civiles estamos involucrados en la planificación y gestión del arbolado urbano. Somos responsables del análisis y proyecto de cada situación particular, con el objetivo de determinar las potencialidades y limitaciones del espacio para que el árbol pueda crecer y desarrollarse en todo su potencial. Una estructura verde bien planeada y administrada reduce el riesgo de desastres y conserva los ecosistemas, generando ciudades más sostenibles y con mejor calidad de vida.