El desarrollo de la infraestructura de un país define también las pretensiones de crecimiento que se plantea como objetivo. Proyecta, a modo de soporte, el modo en que se propone crecer impulsando regiones diversas desde lo productivo, económico y social.
La integración de un país no sólo se expresa bajo una misma bandera o himno, sino también con el plan de desarrollo de servicios que distribuye oportunidades de crecimiento para todos los integrantes de una Nación, más allá de donde vivan. En esto, tanto las rutas como las vías son vectores que llevan y traen producción, que unen pueblos e integran regiones turísticas.
Se trata de una evidencia estratégica que perfila y proyecta países. Poner en discusión el mantenimiento y desarrollo de las rutas nacionales es también poner en debate qué país se pretende para el futuro. Ya ocurrió con el retiro de los trenes: se apagaron pueblos y ciudades, y Argentina se achicó estructuralmente.
Es claro que no se pueden discutir la transparencia y claridad con la que se deben administrar los recursos destinados a ese crecimiento (del mismo modo, para cualquier otro orden de la administración de lo público), como tampoco se puede discutir que la existencia de un ente centenario como la Dirección Nacional de Vialidad, que tiene una función estratégica en el andamiaje del desarrollo nacional.
Se pueden debatir los mecanismos de transparencia y de financiamiento, integrando sectores privados al gerenciamiento de las rutas nacionales; lo que nos tenemos que plantear y pensar es si corresponde que cerremos lo que no somos capaces de arreglar o gestionar con estándares internacionales que nos permitan transitar la senda de transparencia, el desarrollo y la producción.