La seguridad alimentaria no significa sólo tener comida en la mesa, sino que sea nutritiva, suficiente y libre de riesgos. Su impacto atraviesa la salud, la educación y la igualdad social.
En el mundo se producen alimentos suficientes para toda la población, sin embargo, resulta preocupante que millones de personas todavía sufren hambre o desnutrición. Esto suele deberse a problemas en la distribución, a desigualdades económicas, a la falta de oportunidades laborales y, en algunos casos, a conflictos sociales o desastres naturales.
La seguridad alimentaria, entonces, no es un tema aislado ya que está profundamente relacionada con la justicia social, la equidad y el bienestar de las comunidades.
El ritmo de vida acelerado, la influencia de la publicidad y la expansión de las cadenas de comida rápida, especialmente en las grandes ciudades, han hecho que muchas personas recurran con frecuencia a la denominada comida chatarra: hamburguesas, pizzas, papas fritas y productos ultraprocesados.
Si bien son opciones prácticas y sabrosas, el consumo excesivo de este tipo de alimentos trae consecuencias negativas: aumento de la obesidad, hipertensión, diabetes y otras enfermedades relacionadas con la mala alimentación. Además, afecta especialmente a niños y adolescentes, quienes suelen ser el público más expuesto al marketing de estas marcas.
En los últimos años, sin embargo, hay una creciente conciencia sobre la alimentación saludable. Cada vez más argentinos buscan equilibrar su dieta, eligen productos naturales, reducen el consumo de bebidas azucaradas y apoyan propuestas locales de comida casera o saludable.
“No es sólo contar con comida en el plato, sino garantizar que esa comida sea nutritiva y segura para la salud”, remarca Mirna Cruciani, especialista en Tecnología de Alimentos y delegada del Departamento de Química del Colegio de Ingenieros Especialistas de Córdoba (Ciec).
Cuando una familia no cuenta con alimentos adecuados, las consecuencias se notan rápidamente. Los niños, por ejemplo, pueden tener dificultades en su crecimiento, en su aprendizaje escolar y en su salud en general. Los adultos, por su parte, ven afectado su rendimiento en el trabajo y su capacidad de desarrollarse plenamente. Esto genera un círculo negativo. “La falta de alimentos adecuados lleva a la pobreza, y la pobreza, a su vez, impide acceder a una buena alimentación”, subraya la experta.
La inocuidad como derecho
Otro aspecto clave de la seguridad alimentaria es la inocuidad, es decir, que los alimentos no representen un riesgo para la salud. Diariamente se difunden casos sobre productos contaminados, intoxicaciones o problemas en la cadena de producción.
“Las intoxicaciones o productos contaminados nos recuerdan la importancia de tener controles adecuados y productores responsables. Comer no debería ser un riesgo, sino una fuente de bienestar y disfrute”, advierte Cruciani.
La especialista también resalta que la seguridad alimentaria no depende sólo de políticas públicas o de grandes organismos. “Cada ciudadano puede contribuir eligiendo productos locales, apoyando a pequeños agricultores o reduciendo el desperdicio de alimentos en su hogar”, señala.
En una comunidad donde todos tienen garantizado el acceso a alimentos sanos y nutritivos, hay menos enfermedades, más productividad, más oportunidades de educación y, sobre todo, mayor igualdad. En cambio, cuando existen carencias, aparecen problemas de violencia, exclusión y desesperanza. “Asegurar comida para todos no es sólo una cuestión de caridad, sino una inversión en el desarrollo de la sociedad en su conjunto”, explica la ingeniera.
Educación y compromiso ciudadano
La educación es otro pilar fundamental. Muchos problemas de salud no provienen de la falta de comida, sino de una mala alimentación. Por eso promover hábitos saludables desde la infancia es clave para garantizar seguridad alimentaria a largo plazo.
“Saber qué comemos, cómo se produce y cuáles son los nutrientes que necesitamos es clave para tomar decisiones más sanas”, insiste Cruciani.
El acceso seguro a los alimentos, agrega la experta, no se reduce a tener comida en el plato, se trata de garantizar que esa comida sea suficiente, nutritiva, segura y accesible para todos. “Su impacto social es profundo, porque influye en la salud, en la igualdad de oportunidades y en el desarrollo económico de las comunidades. Apostar por eso significa construir un futuro más justo, solidario y humano, donde nadie tenga que irse a dormir con hambre o con miedo a enfermarse por lo que come”, finaliza.





















