Por Sergio Mansur, secretario de Planificación Energética de Córdoba
No hay transformación sin territorio. Esta certeza, tan simple como poderosa, viene guiando muchas de las decisiones que estamos tomando en la planificación energética de Córdoba. Sabemos que los cambios profundos, esos que no tienen vuelta atrás, no se construyen sólo con tecnología o inversión, sino también con una mirada estratégica sobre el territorio, sus recursos, sus comunidades y sus necesidades reales.
Desde hace tiempo, venimos trabajando en una transformación energética ligada a la matriz productiva. Además de reemplazar fuentes fósiles por renovables, apostamos a cambiar las formas de generar, distribuir, consumir y gestionar la energía, con criterios de equidad, eficiencia y responsabilidad ambiental.
En simultáneo, estamos consolidando una nueva matriz productiva, que diversifica y agrega valor en origen a través del aprovechamiento de biomasa, residuos agroindustriales, biocombustibles, nuevos vectores energéticos y energía solar, eólica e hidráulica. La visión es clara: transformar los territorios en motores de una economía regenerativa de bajo carbono y alto arraigo.
Inteligencia territorial
Para hacerlo posible, estamos articulando un programa de mercados de energías renovables, que tiene como meta alcanzar 800 megavatios de nueva potencia instalada, desplegados en distintas modalidades: generación distribuida, comunitaria, remota, virtual, almacenamiento, comercialización entre privados y nuevos esquemas participativos.
Este objetivo no es aislado. Está acompañado por una herramienta de inteligencia territorial que hemos desarrollado como base de toda la planificación. Se trata de una plataforma que integra datos georreferenciados, mapas energéticos, infraestructura existente, demanda insatisfecha, oferta potencial y oportunidades de inversión. Esta información nos permite identificar áreas de oportunidad para desarrollar proyectos que tengan verdadero impacto, tanto en términos energéticos como productivos y sociales.

La energía, en este nuevo enfoque, se convierte en palanca para el arraigo, la creación de empleo, el agregado de valor y la sostenibilidad territorial. Cada región tiene algo que aportar: biomasa, sol, viento, agua, capacidad instalada o vocación comunitaria. Lo importante es poder ver esas capacidades, organizarlas, conectarlas y potenciarlas.
Una transformación con identidad propia
Esta transformación también requiere una batería de herramientas: llamado a manifestaciones de interés para inversores, licitaciones públicas, incentivos fiscales, acceso a financiamiento, un registro provincial de iniciativas, una mesa única de proyectos para facilitar inversiones, un laboratorio de gobernanza para la energía comunitaria y, sobre todo, una política activa de apertura al diálogo con municipios, cooperativas, cámaras empresarias, universidades y actores del territorio.
Lo que estamos haciendo no es simplemente “acompañar” la transición energética global. Es darle forma local, identidad propia, valor agregado y escala territorial. Es asumir que el futuro no se espera, sino que se diseña, se proyecta y se construye con decisiones presentes.
Creemos que la inteligencia territorial es la clave para que esa construcción sea justa, situada y eficaz. Porque el territorio no es el fondo del escenario, sino que es el protagonista. Y cuando el desarrollo energético dialoga con el desarrollo humano, se vuelve una herramienta poderosa para cuidar la vida, proteger los ecosistemas, generar oportunidades y garantizar derechos.
Hoy, Córdoba se posiciona como una provincia capaz de articular conocimiento, producción y sostenibilidad. Estamos convencidos de que la transformación energética es también cultural y de que, desde aquí, podemos trazar un camino propio hacia un futuro mejor.