En otro tiempo, apenas unos 50 años atrás, un cronista llegaba a un festival de cine con la sensación de ser un descendiente de antiguos viajeros que dejaban el hogar y la patria ante la promesa de una expedición hacia tierras desconocidas.
Cuando Venecia lanzó su festival de cine en 1932 (no mucho después lo mismo se repitió en otras ciudades como Berlín, Moscú, Cannes, Locarno o Mar del Plata), tales eventos circunscribían una experiencia de mundo prodigada por películas que representaban algo así como un atlas en movimiento de la actualidad.
En imágenes y sonidos, el mundo en tiempo presente se volvía audible y reconocible. La película rusa daba cuenta de un imaginario, lo mismo que la griega y la francesa. Otra de Nigeria introducía una visión de las cosas poco frecuente en las discusiones occidentales. Las de Japón o China desvanecían la ilusión de los europeos de sentirse los más añejos y “avanzados” sobre la faz de la Tierra. El cine era un viaje.
En 2025, la naturaleza inaccesible de cualquier geografía ignota se resuelve con un confiable servicio de banda ancha. Desde su teléfono, el navegante puede recorrer los arrecifes de coral de las Galápagos o moverse por el laberinto de Shanghái.
También, si lo desea, puede darle una mirada a una película armenia y después a otra ecuatoriana que alguien subió. Todo está al alcance. Sin embargo, los festivales se siguen celebrando, y en el mes de febrero (el calendario cinematográfico es invariable) todas las miradas del mundo del cine están dirigidas a la ciudad más cosmopolita de Alemania.
Las salas desperdigadas por toda la ciudad de Berlín estarán literalmente llenas. No importa quién dirija el festival, tampoco si la película es de un consagrado o un novato. La avidez por lo no visto es lo que mueve el espíritu de los espectadores.
La canciller de Carolina del Norte
La edición septuagésimo quinta del festival no es una entre otras. Es el debut de la primera directora artística mujer en el festival, quien además no es alemana y ni siquiera europea, sino estadounidense. Sucede que Tricia Tuttle tiene un pergamino incuestionable en la industria y en el universo del cine, y no es la primera vez que dirige un festival.
El Festival de Londres estuvo a su cargo hasta hace poco. Pero dirigir la Berlinale no es un tema menor. Además, tiene la misión de diferenciarse estéticamente de los años de Carlo Chatrian, el crítico de cine italiano que tomó las riendas del festival en el 2020 y no pudo prosperar por distintas razones en su propuesta estética, radical y en gran sintonía con las mutaciones formales del cine contemporáneo.
Nada es fácil en Berlín, y menos si el responsable máximo no nació en la misma tierra de Kluge y Fassbinder.
Es prematuro decir cuáles serán las novedades. En la competencia oficial, hay dos nombres clave, ligados a Chatrian y sus preferencias estéticas.
En efecto, si muchos creían que la presencia anual del cineasta surcoreano Hong Sang-soo en Berlinale respondía a un capricho del último responsable de la Berlinale, la inclusión de ¿Qué es lo que te dice la naturaleza? derriba el prejuicio. Lo mismo sucede con Kontinental ’25, la nueva película de Radu Jude, que será motivo de acaloradas discusiones (por su audacia e inconformismo).
![Kontinental ’25 , la nueva película de Radu Jude (Captura de pantalla).](https://www.lavoz.com.ar/resizer/v2/25XJ646YYFCVFEH6KJNEMWWXBE.jpg?auth=88be771e59a0a7a3025014f883dffe2481f687818e92213f1ec16044cf1a16cb&width=2500&height=1406)
Es bueno recordar que la consagración del cineasta rumano está ligada a la era Chatrian. Pero Tuttle sabe bien quién es quién y no ha vacilado en contar con ambas películas. Es un buen signo. Hong y Jude están entre los grandes del cine contemporáneo.
A diferencia de las últimas ediciones, incluso de la administración del inmortal Dieter Kosslick (2001 al 2019), la competencia oficial no cuenta con muchos nombres rutilantes.
Hay varios cineastas con segundas y terceras películas, como también algunas apuestas muy respetables.
En este sentido, la presencia El mensaje de Iván Fund, la única película argentina en competencia (y en todo el festival), habla de una persona a cargo que no ha titubeado a la hora de darle espacio a un cineasta sólido y sensible, cuya poética se circunscribe muy bien al cine independiente. Es cierto que desde Vendrán lluvias suaves el cineasta de Entre Ríos viene delineando un giro narrativo hacia lo fantástico.
El mensaje se inscribe en esa dirección, al menos si uno se atiene a la premisa de su argumento: una niña puede comunicarse literalmente con los animales. Hay otros casos como el de Fund, e incluso no es la única película en la que se anuncian temas cercanos a lo sobrenatural. La película de Tom Tykwer que abre en la noche de hoy lleva por título La luz. El personaje principal proviene de Siria y tiene poderes extraordinarios.
El otro cineasta de peso en la competencia y el gran representante del país de origen de la nueva directora artística es el gran Richard Linklater (Antes del anochecer, Despertando a la vida), quien estrena Blue Moon, un relato ajustado al último día de marzo del año 1943, con números musicales e intrigas, y con Ethan Hawke en el protagónico, acompañado por una axiomática estrella del cine de hoy: Margaret Qualley.
El jurado está presidido por el maestro estadounidense Todd Haynes (Secretos de un escándalo). Entre los siete miembros hay un representante de nuestro país: Rodrigo Moreno. Es un lugar merecido y confiable, porque el cineasta argentino empezó su camino internacional en este festival, y porque las credenciales cinéfilas de Moreno son verificables en sus películas como Los delincuentes, pero no solamente ahí.
Basta leer sus concienzudos textos en Revista de Cine para comprender que, además de hacer cine, piensa sobre él, conoce su historia, no es renuente a discusiones estéticas y es un defensor de la tradición más vital y libre del arte que empezó a fines del siglo XIX, la que une a Bresson con Hugo Santiago, a Bergman con Martel, la que entiende que en la puesta en escena se juega la altura de un cineasta.