Ya lo saben, toda película de género ambientada en Australia es necesariamente una película de supervivencia. De hecho, el cine de género de ese país posee una vasta tradición de terror en la que los protagonistas luchan no sólo contra el ecosistema hostil que los rodea, sino también contra los animales más peligrosos: los humanos, cuya psicopatía parece estar determinada por esa geografía exótica.
El ozploitation (ese movimiento cinematográfico australiano que empezó a hacer películas de explotación en la década de 1970) supo crear una mitología y una iconografía únicas, con el desierto como escenario principal de la puesta en escena, siempre amenazante y a veces mortal, que incrementa los nervios sudorosos de los personajes, doblegados por el sol implacable que los enloquece, como en el clásico Hombre sin mañana (Wake in Fright, 1971).
Animales peligrosos no escapa a esta tradición y revalida sus tópicos de manera efectiva. Pero en lugar del desierto inhóspito y salvaje, la película dirigida por Sean Byrne y escrita por Nick Lepard sitúa su acción en medio del océano australiano, a donde un psicópata lleva a sus víctimas como alimento para tiburones, y para filmarlas mientras son devoradas, a modo de perversa diversión privada.
De esta forma, la película combina con habilidad varios subgéneros del terror (el de tiburones, el de asesinos seriales y el de secuestrados), logrando una mezcla que honra el espíritu del ozploitation. Además, cuenta con una protagonista aguerrida, Zephyr (Hassie Harrison), que se enfrenta sin ceder al verdadero animal peligroso de la historia: Bruce Tucker (Jai Courtney).
La heroína de la historia
Zephyr, una joven surfista que viaja sola por el mundo, conoce a Moses (Josh Heuston) en un servi-compras, cuando él le pide que lo acerque en su furgoneta hasta su auto varado, circunstancia que permite que la pareja inicie una relación.
Tras una noche de sexo, Zephyr lo abandona y sigue su camino en busca de olas, pero es atrapada por el villano Bruce, un corpulento psicópata que lleva a sus víctimas a su siniestro barco, anclado en medio del océano. La particularidad de este asesino serial es que las utiliza como carnada para tiburones y las filma mientras son devoradas.

Lo más interesante es que la película transita los lugares comunes de los subgéneros de asesinos seriales y de tiburones con mucha agilidad y ritmo, lo que le permite generar una tensión doblemente desesperante. Y este nerviosismo se mantiene a pesar de ciertos problemas de lógica y de efectos especiales que, en ocasiones, amenazan con romper la inmersión del espectador.
Bien lograda
Animales peligrosos es una pieza consistente en su propia inconsistencia, con más licencias de guion que aciertos formales. Pero justo por eso se vuelve, por momentos, una irresistible historia de terror que aumenta la adrenalina tanto de su protagonista prisionera como del espectador, sin querer ser más que una película de género efectiva y sin pretensiones, un objetivo que cumple con creces.
Byrne logra un filme concentrado y de puro nervio exploit, que condensa el suspenso en ese barco terrorífico sin guardarse ninguna sorpresa ni salirse de lo predecible. Pero su efectividad, incluso en ese mecanismo trillado, lo hace merecedor de ser visto en el cine, donde su impacto se disfruta mucho más.
El cine de género australiano ha demostrado que hasta su apuesta menos inspirada entretiene y cumple con su cuota de suspenso trepidante hasta el final. Nada más. Y nada menos.
Para ver Animales peligrosos
Dangerous Animals, Australia / Estados Unidos / Canadá, 2025. Terror, thriller. Dirección: Sean Byrne. Guion: Nick Lepard. Elenco: Hassie Harrison, Jai Courtney, Josh Heuston, Ella Newton, Liam Greinke, Rob Carlton, Michael Goldman y Jon Quested. Fotografía: Shelley Farthing-Dawe. Música: Michael Yezerski. Duración: 98 minutos. Apta para mayores de 16 años. En cines.