La última obra maestra de Robert Bresson se tituló El dinero. En esa película incómoda e inmodesta se lee: “El dinero es el único dios visible”.
En casi todas las películas de Sean Baker, el tema esencial es el dinero. La obtención del dólar involucra el sexo. La economía es libidinal; el deseo, codificado como posesión de mercancías, se instrumenta en alguna transacción asociada al sexo.
Puede ser una estrella porno, una actriz ocasional, la vida cotidiana de dos mujeres trans que se prostituyen en las calles de Los Ángeles o una madre desesperada que para pagar la renta mensual añade horas extras recibiendo una suma de dinero por acostarse con extraños.
Anora no es una excepción, sino todo lo contrario. Es la confirmación cabal de una visión de mundo que el cineasta cuestiona. No todo puede ser cuestión de dinero.
En Anora, una joven de unos veintipico de años, cuyo nombre es el de la película, baila encima de los clientes en un bar nocturno de Nueva York. Se trata de un ritual histérico en que el cliente no puede tocar nada mientras la bailarina se refriega encima suyo. Lo único permitido es intercalar un puñado de dólares en el bikini.
El travelling lateral con el que abre Baker toma de derecha a izquierda la actividad de las bailarinas hasta llegar a su protagonista. Anora es una profesional en la materia, como Baker, y la proeza gramatical del plano de apertura es necesariamente ambigua. La duración del plano y la distancia no pactan con la excitación voyerista, pero sí tienen una implicancia ética.
Como es sabido, hay una regla no escrita en esos tugurios revestidos de glamour según la cual la bailarina y el cliente pueden hacer otras cosas. Así, un joven de origen ruso llamado Vanya queda enloquecido con Anora.
Es el hijo de unos de los tantos nuevos ricos de la plutocracia de Putin; puede contratarla por una semana. Pero, inesperadamente, día tras día parece enamorarse de su empleada. Anora le corresponde. Lo que sucede entre los dos no se puede estipular en dólares. ¿Es así?
De ahí en más, las consecuencias de una ilusión compartida derivan en situaciones insólitas. En una visita fugaz a Las Vegas el delirio es total. Esencialmente, esto es un drama, pero la aproximación al relato es humorística. ¿Es entonces una comedia? En parte sí, pero heterodoxa, en tono, tiempo y forma.
Hay algo en Baker que remite al mejor cine de John Cassavetes, el maestro del cine independiente estadounidense, pero desmarcado del existencialismo extenuante de aquel y matizado por una sensibilidad pop que resulta más accesible que las películas del director de Faces.
En el final del segundo acto, Anora cuenta con una larga escena que transcurre en el living de una mansión. El tiempo de la escena es atípico para cualquier película de Hollywood, también los cortes, los cambios de clima, los pequeños chistes y asimismo la introducción decisiva de un personaje secundario que es la fuerza ética de la película.
Lo que ocurre con un guardia que trabaja para el padre del joven es notable por la falta de énfasis y por el crecimiento casi inadvertido de su lugar en el relato. Este segmento es notable por la acumulación de situaciones y sensaciones. Lo mejor de Cassavetes está en Baker.
Es hora de hablar del final sin decir una palabra sobre qué tiene lugar en la escena. Basta afirmar que el cómo define siempre la sensibilidad de un cineasta y la naturaleza de una película. Anora cobija eso que resplandece en los desenlaces de ciertas películas indelebles como Fox y sus amigos, Rosetta, Una mujer bajo influencia o Pickpocket.
En pocos minutos, la desolación y la piedad se plasman intercambiándose como si fueran sentimientos plegables e intercambiables. Plano único, justo, desprovisto de música, una acción mínima.
Es bueno recordar que hay ciertas experiencias que no pueden traducirse y equipararse a la lógica de la oferta y la demanda: el cuidado del otro, el plano genuinamente cinematográfico.
Para ver
Anora
Calificación: excelente.
Estados Unidos.
Drama.
Año: 2024.
Dirección y guion: Sean Baker.
Elenco: Mikey Madison, Mark Eydelshteyn, Yura Borisov, Karren Karagulian, Vache Tovmasyan, Aleksei Serebryakov, Darya Ekamasova.
Duración: 138 minutos.
