Parece una película liviana, en sintonía con la estación estival, tiempo de descanso y despreocupación, pero en el corazón del relato palpita el malestar. El inicio es contundente: Camila se separa de su novio, se va por un tiempo a vivir con su mejor amigo, un poco después pierde un trabajo que detesta y en su conciencia resplandece una verdad incómoda: no sabe exactamente qué hacer con su vida.
Es licenciada, le gusta escribir, pero no cumple con ese deseo, y puede también oficiar de actriz; sin embargo, no logra imaginar cómo sostenerse económicamente. En esto, la ópera prima de Romina Vlachoff y Alejandra Lipoma no puede ser más contemporánea.
En el primer acto se delinea la precariedad material de nuestro tiempo: un jefe arrogante imparte órdenes y maltrata, y si tiene que despedir no vacila en hacerlo. Los jóvenes sobreviven y aceptan. Los protagonistas, además, tienen aspiraciones artísticas; hacen lo que sea para mantener viva la ilusión de un papel en el cine y un atisbo de carrera.
Las audiciones de lo que venga son un oasis de esperanza para un yo sediento, que se entrega a un laborioso ejercicio de preparación sin garantías.
¿Garantías de qué, exactamente? De convertirse en el rostro de una mercancía. Si se trata de promocionar un embutido, también es válido, como pasa con Julián. La ironía puede ser oblicuamente deletérea: un personaje lo reconoce por su papel insignificante en una publicidad. Todos los personajes de la película saben o intuyen que el futuro es incierto y el presente, precario. ¿Por qué tendría que ser distinto en los años venideros? La frustración sobrevuela, se encarna.
El segundo acto tiene un lugar en un parque de diversiones. Julián y Camila se suman a una obra de teatro que remite abiertamente a la estética escolar; es una puesta en escena discretamente humillante.
Ese segundo y largo movimiento del relato oscila entre la irrealidad y una disimulada pesadilla, en contraste con un tono creciente y misterioso: hay pasajes cómicos y de misterio.
A medida que avanza el relato la imaginación de Camila impregna la realidad. Son los indicios de que Camila puede escribir. El relato dejará en claro que consigue imaginar conexiones insólitas y proyectar nexos que indican talento narrativo. En los últimos minutos, el relato y la imaginación de la protagonista se pertenecen mutuamente.
El verano más largo del mundo duplica en su propia construcción la vacilación de sus intérpretes. La mayoría de los encuadres son meditados: la ciudad de Córdoba y el parque son vistos bajo una perspectiva que no se limita a trabajar el espacio como un fondo y un mero escenario para un relato. El cine no se restringe a narrar.
En efecto, el registro imprime un mundo; cuando la toma se vuelve plano es precisamente cuando el cine existe y se afirma. Hay planos auténticos en la película de Vlachoff y Lipona. Hay asimismo dos muy buenos intérpretes principales, bien acompañados por el resto del elenco.
Donde se resiente el todo, un poco, solamente, es en eso que suele llamarse “guion”. Algunos diálogos y secuencias tienden a la resolución veloz y la musicalidad de un habla sobrescrita; nada que ponga en riesgo, sin embargo, la cadencia amable de un relato que no enmudece frente a la incertidumbre que corroe el alma.
Para ver El verano más largo del mundo
Argentina, 2024, DCP, 79’, ATP. Dirección: Alejandra Lipoma, Romina Vlachoff. Con Jazmín Carballo, Santiago Zapata. En el Cineclub Municipal: viernes 14/11, 20.30; sábado 15/11, 23; domingo 16/11, 15:30; lunes 17/11, 15:30; martes 18/11, 18; miércoles 19/11, 20.30.

























