La invención de la cárcel tiene siglos, pero no siempre se ha pensado el espacio de privación de la libertad y el castigo a los condenados del mismo modo.
No faltan los que desearían que una prisión fuera un tormento inacabado, una introducción profesional al infierno; observar que un preso puede intentar ser otro y esforzarse por restituir su decencia puede ser visto como indeseable.
Pero un asesino y ladrón no deja de ser un hombre, y si en una penitenciaría leer a Shakespeare y representar a sus personajes puede incidir en la personalidad de un delincuente, la proeza no solo resulta un aliciente para el condenado, sino para cualquier comunidad que se esfuerce y valore la sensibilidad como el único modo de vencer los comportamientos que ponen en riesgo el bienestar propio y común.
Todas las escenas de la película de Greg Kwedar están ensambladas para demostrar una certeza que proviene de una práctica que antecede a la película: el teatro puede dignificar a todos por igual, porque lo más excelso de lo humano reverbera en Hamlet o Rey Lear. Los pormenores de los personajes importan, pero ninguno merece ser excluido del intento de reinventarse siendo otro por un rato para poder llegar a ser distinto sin estar en ninguna escena más tarde.
Si Divine G es culpable o no, si Clarence Maclin es tan malo como parece o si cualquiera de los miembros del grupo hizo tal u otra cosa, lo que pasa frente a cámara vindica su humanidad. Lo conmovedor de la película es reconocerlo. Por eso, es pertinente que todo lo que se suele ver en las películas carcelarias permanezca prácticamente fuera de campo. A nadie se le ocurriría que los protagonistas son ángeles.
El antecedente más cercano a Sing Sing es César debe morir (2012). La película de los hermanos Taviani también estaba interpretada por actores no profesionales, en ese caso de una cárcel romana. En lo esencial, las dos películas patentizan en escena el poder que tienen las palabras para pensar mejor los sentimientos que definen las conductas y la relación de los actos con las creencias. En un pasaje clave de Sing Sing se discute sobre la diferencia entre representar la ira y la experiencia de sentirse lastimado. La agudeza de la interpretación radica en reconocer nítidamente la naturaleza de un sentimiento. Una palabra impropia tiene consecuencias.
Lo que distancia a ambas películas citadas es la confianza justamente en las palabras y la emanación que nace de quien les da cuerpo y alma. Kwedar insiste en demasía en musicalizar distintos pasajes de su película, convención propia de una industria que confía poco en los espectadores y en la elocuencia de un plano filmado con justeza.
En Sing Sing los hay, y cuando eso pasa, por ejemplo, las voces y los grillos conforman otra musicalidad de mayor jerarquía. Son matices y señalamientos que tienen que ver con el cine del presente, que está herido de efectos de todo tipo y trucos burdos. Menos es más en estos casos, porque en el cine también importan la exactitud de un plano, la distancia de la cámara y el gesto de un hombre frente al lente.
Para ver Sing Sing
Drama. Estados Unidos, 2023. 106′, SAM 13. De: Greg Kwedar. Con: Colman Domingo, Clarence Maclin, Paul Raci, Sean San José. Salas: Cinemark Palermo, Hoyts Abasto y Unicenter, Cinépolis Recoleta y Pilar, Showcase Norcenter, Haedo y Belgrano.