Thunderbolts* (sí, con asterisco) trata sobre el estado emocional actual de Estados Unidos. Lo más atractivo es su conciencia derrotista, el reconocimiento de que fueron ellos mismos quienes se condujeron hasta ese punto oscuro en el que se encuentran, y que Marvel vuelve a representar en clave de superhéroes (esta vez, con su película número 36).
En plena segunda era Trump, los estadounidenses parecen por fin entender (como lo hacen los personajes) que nadie se salva solo, y que la clave está en luchar juntos para vencer la oscuridad, el vacío y el desamor al prójimo que se respira en estos tiempos.
En ese sentido, la película es esperanzadora, ya que intenta presentar a una nueva generación de superhéroes para salvar a la humanidad. La pregunta es si resultan convincentes, y si realmente van a poder afrontar los males que se avecinan.
Como película autocrítica, ya no se le cree tanto, y deja la sensación de que es más de lo mismo. Su narrativa (casi siempre oscura, a pesar del abundante humor) sigue siendo el gran problema de Marvel a la hora de presentar una renovación. Es como si aún creyera que los trucos formales del pasado pueden salvarlo siempre, cuando en realidad su forma tendría que cambiar junto con el contenido y con los tiempos que intenta reflejar.
Eso sí, la presentación de los Thunderbolts es una delicia cinematográfica, desde que se introduce a su protagonista, Yelena (Florence Pugh), con sus problemas existenciales y su aburrimiento suicida, hasta la entrada amenazadora del personaje de Lewis Pullman, quizás el más oscuro e implacable que se haya visto hasta ahora.
El contexto es el juicio político que enfrenta la directora de la CIA, Valentina Allegra de Fontaine (Julia Louis-Dreyfus), por una serie de operaciones ilegales. Mientras tanto, envía a Yelena Belova, a John Walker (Wyatt Russell), a Ava Starr (Hannah John-Kamen) y a Antonia Dreykov (Olga Kurylenko) a una instalación secreta bajo el pretexto de una misión. Pero como ninguno sabe quiénes son los otros, terminan enfrentándose entre sí, hasta que aparece un misterioso hombre llamado Bob (Pullman).
Lo que sigue es cómo comienzan a darse cuenta del plan malvado de Valentina y de que deben unirse para detenerla. A todo esto, se les une Alexei Shostakov (David Harbour), padre de Yelena, quien se encarga de los momentos más desfachatados y divertidos. Y también se les une Bucky Barnes (Sebastian Stan), el Soldado de Invierno.

El problema surge cuando Valentina logra crear al supervillano Sentry. Aquí la lectura de Marvel se vuelve interesante, porque, una vez más, es consciente de que Estados Unidos es el creador de lo que finalmente los va a destruir.
Sin embargo, también hay un intento de extender el drama a un vacío existencial global, encarnado por Yelena, quien se sumerge en la oscuridad para salir fortalecida junto a los demás, como si lanzarse al vacío los hiciera recapacitar de que, juntos, es la única forma de vencer al mal.
Marvel se apoya esta vez en la dirección de Jake Schreier, quien demuestra capacidad para las escenas de acción y para rodar las peleas cuerpo a cuerpo, que son el fuerte de estas películas.
Son precisamente esos momentos en los que las viñetas de los cómics y la cinematografía se confunden, creando un entretenimiento espectacular y efectivo.
En esa autocrítica y en ese saberse que no convencen del todo (ni ellos mismos están convencidos), los Thunderbolts logran transmitir una última esperanza, una comprensión de que, esta vez, no permitirán que venga nadie a imponerles una misión completamente desfavorable para la mayoría, para el prójimo.
Para ver Thunderbolts*
Estados Unidos, 2025. Acción. Dirección: Jake Schreier. Guion: Eric Pearson y Joanna Calo, basado en los cómics de Marvel. Elenco: Florence Pugh, Sebastian Stan, Julia Louis-Dreyfus, Lewis Pullman, David Harbour, Wyatt Russell, Hannah John-Kamen, Olga Kurylenko, Geraldine Viswanathan y Wendell Pierce. Fotografía: Andrew Droz Palermo. Música: Son Lux. Duración: 126 minutos. Apta para mayores de 13 años. En cines.