Fue Pablo de Tarso, y no solo él, alrededor del 54 y 57 después de Cristo, quien esbozo en las famosas epístolas a los Corintios el mandato “Hasta que la muerte los separe”.
No lo dijo exactamente así, pero con los siglos la fórmula del deber amoroso se impuso: hay que permanecer unidos en matrimonio hasta el fin.
De aquel tiempo al presente ha pasado de todo, pero la idea de un amor para toda la vida –modo secular de referirse al “para siempre”– todavía cuenta con prosélitos. Sin embargo, como lo saben los practicantes cristianos y los creyentes del amor romántico, el deseo es ingobernable.
Así como no se elige enamorarse de alguien, tampoco se sabe la duración del encantamiento. Esto último es lo que le interesa a Emmanuel Mouret, y no solamente en Tres amigas. Todas sus películas giran alrededor de lo impredecible del deseo.
El preámbulo es elegante y pudorosamente fantástico. Alguien se dirige al espectador desde el interior del relato. Algunos planos fijos que ostentan una composición cuidada se describen como los que cobijarán la historia a contar.
Luego, aparecen los primeros personajes –profesores de estudios secundarios–, todos más o menos de la misma edad: tienen entre 40 y 45 años. El mundo de las letras y las artes plásticas son los signos principales. La clase media es preferencial en las películas de Mouret, pero no son parisinos. Lyon es la ciudad elegida.
Las tres mujeres del título viven situaciones amorosas disímiles: una se ha dado cuenta de que no está enamorada de su marido, por el que sin embargo siente afecto; otra está enamorada de un hombre casado; la tercera dice no haber estado jamás enamorada de su esposo, pero entiende que ese modelo vincular es preferible al desorden de las pasiones intensas.
El que se dirige a la imaginaria audiencia en el inicio habla desde lejos. Es un muerto que habla, un fantasma que ha comprendido muchas cosas y que no volverá a tomar la palabra, aunque tendrá algunas apariciones. Nos hace saber que lleva un año en el otro mundo, y asimismo que el relato comenzará un año antes del fin de su vida.
El punto de partida es el recién descripto, pero nada persiste en el mismo lugar. Los cruces, los nuevos amores y oportunidades se presentan y se evanecen sin que nadie lo planee.
Mouret puede acopiar casualidades impunemente, que podrían parecer forzadas, pero dada la cadencia con la que narra las incorpora como si cada giro inesperado que propone fuera tan real como una espiroqueta vista en un microscopio. Observar lo que casi es inobservable en los vínculos es tal vez su especialidad.
En Tres amigas se puede corroborar en los gestos de Joan. Cuando la mujer puede poner en palabras ante su amiga Alice lo que pesa en su conciencia, lo que desanuda en ese acto, de ahí en adelante, transforma íntegramente su propia vida. Una palabra desmorona un mundo. Filmar ese minúsculo cambio en la conciencia es la virtud del cineasta.
Tres amigas tiene algunos otros momentos parecidos al mencionado, pero esa pequeña conquista sobre las variaciones de la conducta se precipita en los primeros minutos. Los enredos amorosos posteriores son más o menos interesantes, y su eficacia dramática depende de si algún personaje es retratado en una instancia parecida a la ya descripta.
Pasa en otra ocasión, con menos nitidez, y es otra iluminación discreta de una película que está escrita con elegancia. En efecto, su vocabulario es certero, como también la escala de planos y su duración.
El plano secuencia en el interior del departamento de Joan y Victor, cuando ella se anima a contarle su desamor, es un ejemplo de las decisiones formales de Mouret, un cineasta que nunca prescinde de trabajar sobre la puesta en escena. Mouret es consciente de la gramática cinematográfica.
Película extraña Tres amigas, como si hubiera sido guardada en una cápsula de tiempo y llegará rezagada para conmemorar una expresión del Eros que está en vías de extinción.
El amor y el deseo de los nacidos en el siglo en curso no se parece en nada al de los personajes. En este sentido, todos los protagónicos podrían ser vistos como espectros y no solamente aquel que así se presenta. Juntos despiden un estilo del afecto y una forma de la intimidad, como si la película simbolizara las exequias de una sensibilidad que ya no existe.
Para ver
Tres amigas (Trois amies), Francia, 2024, DCP, 118’, AM13.
Calificación: Muy buena
Dirección: Emmanuel Mouret. Con Camille Cottin, Sara Forestier.