–¿Por qué crees que no se te fue la tonada cordobesa?
–Porque este es un pedacito de tierra en mi garganta.
–¿La cultivás? ¿Buscás que quede ahí la impronta o sale?
–No, no; eso está en el en el alma, no se puede obviar y menos para un artista que tiene el oficio que yo tengo, que es actuar. Trabajar otros lenguajes, el neutro, y hablar otros idiomas también es difícil. He actuado en otros idiomas también, hay que estudiar mucho y demás, pero no sé por qué razón las personas hablan mucho sobre las tonadas. Yo ya tengo 32 películas. La tonada del norte de Estados Unidos con la del sur es totalmente diferente. Es decir, hay un lugar donde el actor tiene que poner una energía y esa energía es lo que tracciona la escena y a esa energía hay que trabajarla. A la gente que ve su personaje no le importa cómo habla: o le cree o no le cree.
La entrevista completa con Daniel Aráoz
–¿Te ha pasado hacer un personaje que no te convence, que te parece que no que no va a creerle la gente?
–No, no puedo agarrar un trabajo con un personaje que no pueda interpretar.
–¿Los has rechazado?
–Sí, sí. Me dedico a eso: leo guiones, trabajo, escribo guiones también. Soy multifacético en ese sentido. Por mencionar algo, El hombre al lado nació en el patio de mi casa y trabajamos un montón con Andrés Duprat y Mariano Cohn sobre el personaje de Rafael Spregelburd y yo laburaba mucho sobre Víctor Chubelo.
–De todo lo que hacés, cine, teatro, TV, ¿qué es lo que más te desafía?
–Creo que el desafío está siempre porque la responsabilidad de filmar está siempre. Además, creo que soy un actor cordobés y argentino que ha hecho mucha acción y la acción exige un protocolo de mucho estado físico, mucha concentración. El set es un lugar sagrado. Entonces, vamos a definir este oficio: empecé hablando del padre, que es el cine, pero debería haber empezado hablando de la madre. El cine tiene una construcción colectiva muy importante y muy fuerte, eso se nota en cualquier película que uno ve. El teatro es la madre del actor. Allí, uno está respirando con el público, el público te está mirando. Ahí es sagrado, ahí no hay posibilidad de volver a hacer la toma, cosa que en el cine sí existe. Por eso, muchos actores que hacen cine no se animan a hacer teatro. El teatro es la madre del actor, es la energía más más profunda.

–Máster Aráoz refleja eso.
–La trabajamos en pandemia con mi hijo Pedro. Para mí, esa construcción colectiva tenía que llegar al escenario. ¿Por qué? Porque él traía una mirada pura sobre la toxicidad de mi adultez y esa mirada pura a mí me servía para la construcción emocional que tiene mi ceremonia porque yo viajo a través del tiempo contando partes de mi historia.
–¿Te imaginabas trabajar con Pedro, lo buscabas?
–Pedro nació arriba de un escenario, porque con Renata –Renata Morini, el amor de mi vida– venían desde chiquitos; los dos, Pedro y Lola. Había cierta naturalidad con eso ya y fue nuestra sanación durante la pandemia. No sé si tenemos dimensión de lo que vivimos. Hay un clip los Rolling Stones que muestran todas las capitales del mundo vacías, fue muy potente. Y el refugio para los artistas es la creatividad. Renata es pintora, pinta con su alma y ellos crecieron con eso. En la primera casa en la que vivimos, el taller estaba fuera de casa. Pero luego, cuando vino Lola, ya nos fuimos a vivir a la casa que vivimos actualmente, en el barrio de Palermo Soho, que es nuestro templo. Y ellos se criaron ahí. El taller de Renata está arriba y mi estudio en el medio.
–Hablame de papá Juan, mamá Elba, allá a tu casa en barrio General Paz. ¿Cómo fue tu infancia?
–Soy alguien que nació en el barrio General Paz en la calle 25 de Mayo 1967. Mi madre fue melliza de mi tía Yolanda. Mi padre Juan me enseñó a orar y la cultura del trabajo, y mi madre me dio la música, porque era profesora de piano. Tocaba el piano y me leía poesías en plena dictadura. Era tan oscuro afuera salir, y tan difícil, porque toda esa energía se siente. Heredé mi oficio de ella y fue lo que ella me transmitió.

–¿En qué momento te diste cuenta que querías ir por ahí? Eras muy bueno en el oficio de peluquero...
–Olvidate; era el mejor. Conozco el oficio y te voy a confesar que fui el rey del peinado bombé. Había una época en que el hombre se vio absolutamente encapsulado con el volumen en el pelo. Atrás, que le hacía como un brushing. Fue una época inolvidable para mí porque realmente eran peinados especiales. Yo trabajaba con mi tío y no es que estaba en una peluquería menor, 24 de Septiembre y Patria, peluquería Alberto, y mi tío trabajaba con cuatro oficiales. Yo fui el cuarto oficial: trabajábamos desde las 8 de la mañana hasta las 9 de la noche.
–¿Y tenías buena mano?
–Sí, cortaba bien: la romana corta, la romana larga.
-¿Y cuándo descubriste que lo tuyo era la actuación, la música, el humor?
–Cuando me di cuenta de que la realidad era tan cruel y tan oscura, y mi madre con sus ojos color del tiempo –era tan bella y tan hermosa– me leía un mundo lleno de palabras hermosas. Creo que papaíto Dios y la Pachita Mama pusieron la semilla en mi corazón y fue lo que empezó a nacer. También tuve relación con el circo, un circo que ya no existe más. Lo viví desde adentro porque mi tío Tito Trossero fue administrador del Eguino Bros. Eran circos que giraban por toda Latinoamérica, muy grosos. La herencia viene de ahí, de esa semilla de mi madre.
–Si tuvieras que hablarle al Daniel Aráoz de 20 años, ¿qué le dirías hoy?
–Uy, Dios... Lo que puedo compartirte de él a través mío es que sigue sanándose cada día.
–¿Qué hay que sanar?
–Siempre hay cosas para sanar porque todos nos hemos equivocado y todos tenemos que pedir perdón, todos tenemos que sanar. Básicamente es eso, no hay ninguna otra cosa. El trabajo interno para sentirse aliviado en la vida, sentir que uno está en el camino. Yo vengo de escribir un poema que lo incluyo en la obra Máster Aráoz y se llama El camino del alma. Y sí, ese es nuestro trabajo como artistas. Además, quiero agregar que no tiene jerarquías el arte: no es ni mío, ni tuyo, ni de nadie; está ahí a mano.

–¿Qué te sostiene hoy por hoy? En esto del sanar, el seguir adelante, siempre hablás de tu casa, tu templo.
–Ya tener eso es una bendición enorme. Es enorme, enorme tener mi familia. Pedro Aráoz ahora está con la inteligencia artificial, con su novia Catalina, que son dos genios, y están trabajando con el arte llevando la inteligencia artificial. Lola está con el diseño gráfico, es decir, qué mayor felicidad puede haber que esa.
–¿Amigos?
–Sí. Soy amiguero y una vez mi hija, cuando era chiquita, iba de la mano, me miraba y me dijo, “Somos una familia de saludadores, papá”. Porque yo soy saludador, saludo a todos. Sí, saludo y recibo mucho cariño en la calle, mucho amor y lo disfruto. Abrazo, hablo; la gente me cuenta lo que le pasa. Por supuesto, no siempre; no es que salgo a la calle y vuelvo tres días después de hablar con la gente.
–De todos los personajes que has interpretado, ¿hay alguno que te haya cambiado personalmente? ¿Cuál te pegó más?
–Es muy interesante la pregunta porque hay una regla en la actuación que es manejar esa energía y dejarla.
–¿Y se puede siempre?
–Es importantísimo que lo hagas, si no, tendrás que trabajar con tus terapeutas, hacer tu trabajo interior. Hay muchos casos de actores que arrastran con ciertos traumas por personajes. Yo trato de trabajar esa energía y, después, mi trabajo es sanarme. Es lo de la cama-living, como diría mi amigo Carlos Alberto, buscando un poquitito de amor para dar. Yo he trabajado muchos lenguajes narrativos. Desde la época de “Inolfo”, que trabajé el grotesco: La Noticia Rebelde fue un máster de periodismo. Antonio era el grotesco argentino, el grotesco del Río de la Plata, el grotesco cordobés. Y de ahí en más, ya después con 32 películas, imaginate la cantidad de energía: la de El hombre de al lado, La odisea de los giles, Una especie de familia y la última película, La noche más larga, son cosas complejas. Si vos estás en una pantalla y no transmitís, el espectador no sigue. Y, después, el humor… Te atrapa, es tan importante la risa como la lágrima. La risa es algo increíble. Son todas energías diferentes y hay que aprenderlas, tienen cierta disciplina también.

–¿Cómo te cuidás? En lo físico. ¿Dormís bien, hacés gimnasia, hacés todo lo que te dicen de manera obediente?
–Mirá, ahora que cumplí 96 años, tengo uno menos que Mirta, estoy cuidándome mucho, haciendo ayuno, tomo mucha agua, elongo. Cuando tenés que hacer acción en un set, si no estás bien físicamente… Tengo en “mi templo” muchas escaleras, subo y bajo, subo y bajo. Encima, subo arriba, me olvido abajo. Y después camino, salgo a caminar, a tomar aire.

–Siempre hablás de la familia como hecho colectivo. Esa elección de la familia como guarida, como refugio… Pero que se labura, no sale sola.
–No, no, lógico. Todo se trabaja, se vive, se busca, se comparte, se abraza, se llora, se ríe, se pide perdón, se pide ser perdonado y trata uno de perdonarse a sí mismo. Bueno, todo eso es la familia. ¿Qué más se puede pedir? No, no hay nada más: ni el poder, ni el éxito, ni el dinero van a lograr que te amen.