La presencia de Tom Cruise en Cannes es habitual. El motivo de este año es conocido. La primera proyección de Misión imposible: Sentencia final tuvo lugar en el festival de festivales.
Pisó la alfombra roja y subió con la parsimonia habitual del protocolo las escaleras en dirección al gran Teatro Lumière. Lo acompañaban varios miembros del elenco.
Siempre sonriendo, saludó cada vez que pudo y se prestó al requerimiento de los fotógrafos. Apenas el público vio su figura entrar, la ovación comenzó y se sostuvo por un buen rato. Pasó lo mismo al terminar la función.
Pero el clímax fue cuando, tras las primeras escenas que compilan distintos momentos de la historia de la saga, llega la placa con el título de esta última. El clima era festivo. La sala parecía un estadio de fútbol.
El mayor misterio de Misión imposible es que ha sido dirigida por grandes cineastas y todas, no obstante, se parecen. Desde el comienzo, y menos todavía en la última década, Tom Cruise ha sido más que un intérprete.
En 20 años, Ethan Hunt y él fueron por momentos indisociables. A lo largo de su carrera, Cruise ha hecho muchos personajes, pero con el invencible agente de IMF parece compartir un destino. Llevan 20 años juntos. El tiempo de los dos es el mismo; ese es el misterio ontológico de la película. No solo él envejeció con los personajes.
Fin del misterio: así es la nueva Misión imposible
De todas las películas, Misión imposible: Sentencia final es a la que más le cuesta ponerse en movimiento. El movimiento ha sido justamente la marca registrada de cada una. El tema que concierne a Hunt es el mismo que el de la película precedente.
La Entidad puede apoderarse de todas las formas de almacenamiento de información y controlar todas las armas nucleares del mundo. La IA es una amenaza.
El dilema en curso consiste en evitar dos males posibles: que el malvado de turno no se apodere de la Entidad o destruir el sistema informático mundial para acabar con la superinteligencia artificial que aprende velozmente y resulta un peligro. Todo esto se dice y se explica en reiteradas ocasiones. El tiempo pasa, pero no de la forma esperada.
Pero algo sucede cuando el mundo como lo conocemos puede llegar a su fin. Desde que Ethan parece haber perdido la vida en las aguas heladas en algún punto perdido del mar del norte de Rusia, la épica y la nostalgia se conjugan sin igual y constituyen una despedida indeleble.
Después Cruise hará piruetas insólitas en un avión y saltará a otro en medio de una lucha para apoderarse de un dispositivo que es la solución al problema de la aniquilación. Su equipo, al mismo tiempo y en otro lado, tiene que detener múltiples detonaciones de explosivos nucleares. Es un pico de adrenalina altísimo y una preparación para otra cosa.
Sucede que la voz de Ving Rhames aparece inesperadamente e impregna el relato. Todo el tiempo compartido se reúne en un epílogo glorioso que vuelve a vindicar lo único que no tiene precio: la amistad.
Esa ha sido siempre la gran contribución de la saga. La amistad está por encima de todo; es la gran invención humana, una política de la existencia, más allá de las razones de Estado y otros asuntos. Es también un momento en que la película se posiciona frente a la retórica del odio que parece imponerse en todos lados.
La última misión de Cruise no parece ser otra que desactivar ese programa cultural. Sería hermoso creer que con solo ver esta película y las otras el rumbo en curso finalizaría.
La presencia del pasado
De las dos primeras películas se destaca Two Prosecutors, la mejor ficción de Sergei Loznitsa. Como siempre, el tema no puede ser otro que aquello que lo obsesiona desde el inicio de su carrera: la Unión Soviética.
El período elegido no admite ninguna ambigüedad. En el año 1937 el terror de Stalin se ejerce sin más y alcanza sus cimas más visibles. El cineasta elige a un fiscal muy joven como protagonista; quiere encontrarse con un preso que ha pedido por sus servicios, alguien que ha sido injustamente detenido como otros cientos de miles y al que lo aguardan la privación de todo derecho, los trabajos forzados, el hundimiento civil de su familia y allegados, la tortura, la muerte. No es fácil verlo ni defenderlo; hacerlo es exponerse a compartir ese destino aciago.
El tema de la película no es solamente los meandros de la burocracia soviética. La gran cuestión es otra. Nada era más peligroso en aquel entonces, en tiempos de Stalin, que creer en serio en el proyecto comunista. Más intolerable que el disidente resultaba el auténtico creyente. Si el desenlace es devastador, es porque el fiscal descubrirá en primera persona el cinismo ubicuo del tiempo en que vivía.