Cuando Emilia Pérez se estrena en el Festival de Cine de Cannes, el lugar donde se conforma el canon cinematográfico del cine de autoría y el que marca el camino de cuáles serán las películas más importantes del año, la confusión y el estupor se instalaron entre sus primeros espectadores.
Los primeros textos escritos sobre el filme estaban cargados de ambigüedad y muchos críticos de cine, incluso, tardaron en articular un discurso al respecto.
Otros sí expresaron su asombro de que esta película formara parte de la competencia, pero su presencia tenía sentido en tanto su director, Jacques Audiard ya había ganado en varias oportunidades premios en ese festival, con películas importantes, como Un profeta en 2009.
Pero cuando la película gana el premio especial del jurado y Karla Sofía Gascón (la actriz trans), el de mejor actuación, la cuestión se puso seria. Y se termina de profundizar cuando arrasa con nominaciones en todo tipo de premios europeos y norteamericanos, incluidos los Golden Globes y los Oscar.
Hasta hace no tantos años el festival de Cannes y los Oscar eran, en principio, contrapuestos. Mientras el primero daba forma al imaginario sobre la calidad superior del cine europeo, los Oscar son premios de la industria del entretenimiento norteamericana.
Cannes, la mano que configura el canon cinematográfico “de calidad”, cuna del cine más independiente, rebelde, diferente, disruptivo y voraz. Los premios Oscar, maquinaria de promoción de la cultura hegemónica y, básicamente, marketing de sí misma. Algo así como arte vs. entretenimiento.
Pues bien, horas posteriores a que se anunciaran las nominaciones a los Oscar 2025, el festival de Cannes envió un email donde expresaba, con orgullo, que ocho películas del total de las nominadas, habían pasado por el festival, incluida, por supuesto, Emilia Pérez.
Cuando la película finalmente puede verse en América latina, llega el rechazo generalizado del público no especializado, también. Y más tarde se refuerza con las desafortunadas entrevistas en las que tanto el director como la actriz principal dicen lo que realmente piensan.
Tanto es así que llegó a temblar la nominación al Oscar para Karla Sofía Gascón por hablar mal de una compañera de categoría en la que compiten por el premio a mejor actriz (lo que va en contra de las reglas de la Academia).
Asimismo, resurgen una serie de tweets de la actriz de hace un par de años donde sus dichos cargados de xenofobia, gordofobia e ironía, dan cuenta de alguien, en principio, con una marcada verborragia poco reflexiva sobre sus palabras. Esto último le ha costado que todo el equipo de la película y la empresa distribuidora, Netflix, la excluyan de las actividades de presentación y publicidad del filme.
Separar la obra del artista
Alguna de las preguntas que surgen es si hay que ser buena persona para ganar un Oscar, o si hay que ser impecable como persona para ser un talentoso artista, o dicho de otra manera: la eterna pregunta sobre separar la obra del artista.
Aquí, más allá de si nos caen bien el director y la actriz, la película, ¡la película! es suficiente problema. Que Emilia Pérez exista y tenga la forma que tiene es el ejemplo más preciso de la decadencia cultural generalizada y de las miserias del seno de la sociedad en la que nació. Asimismo, que el destino de esta película sea el de probablemente caer en la fosa de la cancelación y la fauces de la corrección política también es el gran signo de esa misma decadencia.
En la película todo parece vetusto y superficial. Nada indica que la película defiende las banderas que pretende. Nada indica que el personaje de Rita, la abogada (Zoe Saldaña), que comienza con una aparente ética profesional al renegar de tener que defender a feminicidas, no sea lo que es: un personaje que se mueve solamente por el dinero, que acepta trabajar con el narco más asesino de México al conocer la cifra que le significará esa tareas, sin saber con precisión en qué consiste la tarea.

Nada indica que Manitas (Emilia Pérez antes de transicionar a mujer, un narco y asesino despiadado) no busque transicionar solo para zafar de la Justicia, ya que cuando realmente se enoja vuelve a su voz masculina, como si la identidad de género fuera un traje que se pone y se saca a su conveniencia. Así como nada indica que la transexualidad de la actriz Karla Sofía Gascón traiga consigo una sensibilidad por sobre otras minorías vulnerables.
Por último, nada indica, tampoco, que la nacionalidad del director francés, que hace una película sobre un país que desconoce y enarbola la bandera de su ignorancia como algo que potenciaría su creatividad y originalidad, no sea un problema. Más bien todo lo contrario. Por eso, Emilia Pérez es una película nacida en las entrañas mismas de la ignorancia como bandera, la pretensión de querer ser más de lo que es y del profundo desconocimiento de cómo es el mundo por fuera del imaginario eurocéntrico.